Vamos
cabalgando en el primer decenio del siglo XXI y el avance de la
Ciencia, que a lo largo del siglo XX fue verdaderamente
espectacular, ha dejado de ser prematuro el valorizar el profundo
impacto que ha tenido en la vida de una parte de la humanidad,
porque otra sigue viviendo en la miseria y una minoría no ha salido
aún del período Paleolítico, sin que ninguna de ellas haya logrado
la felicidad anhelada, que ha sido canjeada por un sin fin de
comodidades que sólo alcanza a menos de un diez por ciento de la
población mundial.
Nuestro interés -dejando a un lado los progresos sociales logrados
en muchas naciones, y el silencio en que están cada día más
sumergidos los valores humanos fundamentales- está encaminado a ver
la Ciencia de la Zoología, que no ha quedado a la zaga de las otras
ciencias del saber, ya que ha progresado en paralelo con las demás
áreas del conocimiento y en algunos sectores se ha conseguido que se
ramifique en otras ciencias, como la Etología, dedicada al estudio e
investigación de la conducta, el comportamiento, o la psicología de
los más diversos animales.
Hasta
muy pocos años, la Etología era una ciencia incipiente, pues los
estudios sobre el comportamiento de los seres vivos sólo interesaba
a un puñado de investigadores y estudiosos; pero pese a su
relativamente corta existencia sus logros han sido sorprendentes,
quedándonos maravillados cuando por los más diversos medios de
comunicación nos enteramos de los que experimentos y resultados que
se han llevado a cabo con los delfines, ballenas, chimpancés, ratas,
etc. Con otros estudios e investigaciones en aves, reptiles y peces,
se han logrado resultados que nos hacen llegar a la conclusión de
que los instintos y muchas de las pautas de conducta del ser humano,
se nutrieron de los demás animales.
Nos
quedamos aun más sorprendidos cuando caemos en la cuenta de que, al
parecer, algunos especimenes animales razonan algunos de sus actos
con rasgos claramente antropomórficos; como contrapartida hemos
advertido que muchos de los actos del Homo sapiens, no
tienen parangón con los que realizan lo más sanguinarios felinos. Da
la desagradable impresión que la humanidad se dirige río abajo,
aproximándose a caer en una abismal catarata. Pero este es otro
tema, aunque lo señalamos porque el toro bravo –en forma conjunta
nuestra Fiesta Brava-, también viene sufriendo los efectos de esa
marea de desconcierto que todo lo invade.
Pues,
bien, dentro de la Zoología, la etología del toro bravo, los avances
sobre el conocimientos de su conducta o comportamiento, no han
seguido paralelos a los de otras ciencias. Bien es verdad que se han
realizado numerosos estudios e investigaciones, tales como la
búsqueda de las causas que originan las caídas de los toros; se ha
escudriñado con electrodos los más recónditos lugares del cerebro
del toro bravo, trabajos realizados por investigadores de la
Facultad de Veterinaria; y se han hechos grandes avances en la
biología y las enfermedades del caballo; infinidad de trabajos del
más alto interés en los más diversos animales. En el campo de las
enfermedades se han producidos avances insospechados, desde la
implantación de órganos, hasta el desarrollo de células madres, etc.
Sin
embargo, los conocimientos sobre la etología del toro bravos siguen
prácticamente estancados desde hace muchos años y poco interés se
les concede a los que dedican sus vidas en el empeño de descifrar el
rico arcano de conocimientos sobre el toro, que sigue siendo el
animal más olvidado, en comparación con el gran uso económico y
artístico que se hace de él. Pero ese abandono que sufre el toro,
que ahí está orgulloso de su grandeza, no ha sido obstáculo para
quienes nos hemos dedicado al estudio de su comportamiento, hayamos
acumulado un sin fin de anotaciones sobre la conducta de tan
soberbio animal y de la que nos seguiremos ocupando en próximas
Gacetillas. |