Señalaba en la Gacetilla
nº 28, haber observado respuestas colectivas, en olas que algunos
toros presentaban “posturas gallardas”, auténticos gestos altaneros
y, en cierto modo, “actitudes presumidas.” Pues, bien, eran las
15:45 horas (Véase la Gacetilla nº 30) y hacía dos que estaba
observando el entorno desde la ventana norte de la torreta más alta
de “El Coloradito.” Un tarde de primavera con un clima muy
agradable, del año 1985, sentado con mis brazos sobre el borde de la
ventana, disfrutaba de la paz más exquisita para el espíritu. Estaba
escudriñando con los prismáticos el potrero nº IV del citado rancho,
pues en él había un semental que, curiosamente, llegaba siempre
antes que los demás, de los otros potreros, al área de los bebederos
y, en seguida, se dedicaba a escarbar, levantando de cuando en
cuando la cabeza para mirar a su ardedor y mugir, sin duda, para
anunciarle a sus compañeros de que él ya estaba allí. Este semental
era de pelaje cárdeno y estaba marcado con el número 81, siendo
procedente de la vacada primera que tuvo Joselito Huerta. En sus
largas horas de escarbar había logrado hacer varios huecos en el
suelo, algunos con más de 50 centímetros de profundidad y dos metros
de diámetro. Realmente había huecos de este tipo en todas las áreas
de bebederos.
No tengo empacho
en decir que tardé varios años en comprender el por qué de esas
hondonadas en el suelo. En un primer momento se me antojaba que no
cumplían una sola misión. En primer lugar, echando la tierra hacia
arriba al escarbar, lógicamente con sus extremidades anteriores, se
cubrían su cuerpo de polvo y se notaba que les agradaba sentirse
como un caballero del siglo XIX con su capa, además que le servía
para ahuyentar los insectos; pero sobre todo, era un claro alarde de
ostentación, pues cuando se acercaban los sementales de los potreros
colindantes, arreciaba su trabajo de excavación dando lugar a una
verdadera nube de polvo a su alrededor, imitándole los otros toros.
Aquello era una orquestación de poder y fuerza.
Poco después,
las vacas llegaban a los bebederos y entonces era cuando todos los
sementales, además de lanzar el polvo, comenzaban al unísono a mugir
con toda intensidad, esculpiendo en el aire que ésas eran las vacas
de su harem y el área bajo su mando. Otros toros se manifiestan muy
diferentes, hasta el punto de que no se preocupan tanto de los otros
sementales y raramente pierden el tiempo en hacer pozos en el área
de su bebedero. El escarbar en el ruedo es signo de inseguridad y
falta de agresividad para embestir, pero éste es otro tema.
En cierta
ocasión, que dos sementales dejaron de asistir durante varias tardes
a los bebederos. Y no lo hacían, uno, por no ser descubierto que se
había saltado a otro potrero y le había ganado en pelea al semental,
y, el otro, por haber sido vencido, no acudía por estar abochornado
y escondido en algún lugar de su potrero. La tarde del día en que
el furtivo fue incorporado a su potrero volvió al área de su
bebedero. El “huido” tardó dos días más en volver. Éste toro bajaba
a beber al amanecer y el ganador de la pelea lo hacía dos horas
después del ocaso. Éste toro no iba a beber antes, no por temor,
era para que no vieran que se había pasado a cubrir las vacas del
otro potrero. Eso quiere decir que el toro sabía que no debía ser
visto y aceptar esto es como decir que el animal pensaba,
reflexionaba y tomaba la decisión de cambiar de horario para ir a
beber; luego tenía conciencia de que había hecho mal.
Lo dicho,
contado con entera libertad y habiéndolo vivido, no parece tener
importancia alguna, pero eso dependerá de quién lo lea, pues se
trata de una hermosa pieza más de ese fascinante mosaico del mundo
desconocido del toro bravo, viviendo en el medio natural y siendo
observado sin que él perciba la presencia del hombre que tanto le
altera en su vida de relación, que es cuando se comporta con extrema
naturalidad. Decía que descubrir estas cosas es probable que no
tenga en el menor valor para la gente común, pero para quien la ha
vivido en primera persona es un lujo vital de dimensiones
incalculables… y espero que algún día sirva a los científicos para
completar el mosaico etológico del toro bravo.
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