En la Gacetilla
anterior señalaba que “estaba escudriñando con los prismáticos el
potrero nº IV del citado rancho, pues en él había un semental que,
curiosamente, llegaba siempre antes que los demás, de los otros
potreros, al área de los bebederos y, en seguida, se dedicaba a
escarbar…”, pero aquella tarde, la del (12-05-1985) –ya señalamos
que eran las 15:45 horas-, las tierras de “El Coloradito” estaban
sedientas y, en muchas áreas, agrietadas, por lo que era todavía más
extraño que ya habían bebido varias vacas, cuando éstas siempre
llegaban una o dos horas después de hacerlo los sementales, y el nº
81 no lo había hecho acto de presencia; situación que prácticamente
ningún día se había presentado. ¡Qué raro!, me decía.
A la hora
señalada, logré verlo con los anteojos, a unos 700 metros del pie de
la torreta, como corneando un matorral, una y otra vez. Pensé que se
estaría afilando la puntas de sus cuernos, algo así como
embelleciendo sus “diamantes.”
Un par de minutos después dejé de verlo y a los 15 apareció en el
camino viniendo hacia el bebedero, a paso lento, pero con algo muy
extraño sobre la cabeza, que le asemejaba a un venado macho grande,
de desproporcionada armadura ¿Cómo? ¿Tan grande como un toro? Y
esperé unos minutos para saber qué era aquel extraño animal,
descubriendo que era el semental del potrero, el nº 81, y que traía
efectivamente entre los cuernos, el matorral que casi media hora
antes estaba sacando del suelo con todo y raíces, perfectamente
encajado entre sus cuernos. ¿Cómo es posible?
Sí,
¿cómo es posible?, que lo portara con todo cuidado y sin mover la
cabeza para que no se le cayera. No parecía real. Pasó la puerta
hacia el bebedero, siempre con la cabeza ligeramente en alto, pero,
eso sí, con pasos “altivos”, como gustándole tan original adorno.
¿Tendrán los toros recuerdo genético de cuando sus ancestros
tuvieron cuernos caducos y pertenecieron al tronco común de los
cérvidos? ¡Qué espectáculo! Había que verlo enseñoreado con sus
ramificaciones córneas artificiales. Hizo los mismos gestos de
presunción que un venado con cuerna de medalla de oro.
Fue
al bebedero –éste tenía tubos separadores para que pudieran beber
son molestarse seis vacunos a la vez- y al ver que con su orgullosa
armadura no podía meter la cabeza entre los tubos, pues se le caería
lo que con tanto cuidado llevaba, no bebió y ¡ahí está otra
sorpresa!, todavía más increíble, se quedó mirándose en el espejo
del agua. Por ¡diez veces!, se retiraba un metro del bebedero y
volvía a verse como el galán que se mira en el espejo antes de irse
a la calle. Le encantaba verse su “corona”, haciendo gestos
curiosísimos, moviendo con sumo cuidado su cabeza de un lado a otro,
mirando a las vacas que ya habían bebido y que cuando pasó al área
de los bebederos lo miraron medio alarmadas, procurando estar
distantes de él.
Aquella tarde no bajó la cabeza para nada, ni mugió, ni escarbó, ni
se acercó a las alambradas; pero sí paseó por los alrededores del
bebedero, sin importarle la presencia de las vacas, que no dejaban
de mirarlo. Todas los días aprovechada la llegada al bebedero para
una vez estuvieran sus vacas estar pendiente de si alguna estaba en
celo. Le importó un bledo el sexo, si bien se acercó ligeramente a
una de ellas y como se le movió ligeramente el ramaje de la cabeza,
inmediatamente dejó de insistirle a la vaca, alejándose de ella.
Sin
embargo, los verdaderamente sorprendente fue cuando se acercó a los
sementales de los potreros contiguos, especialmente el del potrero
nº V. El 81 se puso frente a él moviendo muy pausadamente la cabeza,
de un lado a otro, sin duda para que le viera bien lo que llevaba en
su cabeza, pero sin acercarse a la alambrada. Acto seguido, se
volvía lentamente para que le viesen las vacas, que seguían
pendientes de él, y cuando consideró que le había visto bien, se
volvió nuevamente para su colega le mirase. Así estuvo hasta el
ocaso y se marchó coronado a su potrero. La tarde siguiente fue más
temprano de lo habitual a beber, ya sin su adorno en la
testa, y tras beber un largo rato, en el que pudo beberse 50 litros
de agua.
¿Quién puede poner en duda que los sementales no son presumidos? Lo
reseñado, un calco de la realidad nos ofrece la posibilidad de
reflexionar: ¿Para qué se colocaban los hombres primitivos ¡y los
nórdicos de hoy!, esos adornos en la cabeza? Escandalosas caretas y
otros elementos de llamativos. Los animales emplean esos mismos
recursos para apantallar, para encumbrarse o, simplemente porque son
presumidos. Tal como lo vi y lo viví lo he narrado. Que cada cual
saque sus consecuencias.
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