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LA GACETILLA TAURINA |
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Nº 13 - 7 de Mayo 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
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LA BRAVURA YA NO ES UN ENIGMA -I- |
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Desde hace siglos que se vienen estudiando los estilos, la sagacidad y términos que tienen los toros para ofender (Diego Ramírez de Haro, en el siglo XVI). Del conocimiento de los caracteres, de sus hábitos y, en general, de sus diversos modos de comportarse, nacieron los fundamentos de las reglas de torear. Y así, Francisco Montes (Paquiro), en su tratado, nos dice: La tauromaquia posee reglas certísimas para burlar la fiereza de los toros, que, siendo naturalmente sencillos, se van con el engaño que el hombre les presenta, asegurando de este modo su vida, y proporcionando una hermosa diversión. Sin embargo, esas reglas certísimas fallan algunas veces debido a las diversas clases de toros, ya que la condición de bravura de las reses no tiene la pureza deseada. Los distintos comportamientos de los toros están ya presente en sus dehesas de origen, en los herraderos -con sus distinto bramidos, de temor o de genio y el silencio al fuego de los bravos-, tientas, en el trato entre ellos, la forma en llegar a los bebederos y comederos, el lugar que ocupan en la fila cuando caminan…y cien detalles más para el que esté acostumbrado a observarlos, van diciéndonos el carácter que tienen y, luego, en la forma de salir a la plaza, al enfrentarse a los picadores, y se hacen páginas de libros abiertos en los otros dos tercios de la lidia, especialmente con la muleta. En este último tercio los hay que no aceptan embeberse en la muleta, que no humillan, que ni bajan ni suben la cabeza…hasta los hay que si se falla con el acero la primera vez, aprenden a escupir con la testuz la espada y no hay modo de estoquearlos. De todas formas, el toro, en la plenitud de sus facultades, es el animal más gallardo que existe y lo han dicho tirios y troyanos. El conjunto de cualidades con los que la Madre Naturaleza dotó a tan singular y único bovino, como son: estampa, poder, nobleza y bravura -término este último tan difícil de definir, no sólo por los ganaderos, sino por los científicos y académicos-, ha dejado de ser una incógnita, ya que en el mes de diciembre de 1963, los profesores españoles de la Universidad de Córdoba, doctores José Manuel Rodríguez Delgado, Francisco Castejón Calderón y Francisco Santisteban García, descubrieron los centros neuronales que activan las reacciones de huída y de defensa del toro de lidia. Se trata de un área cerebral que apareció en los primeros escalones de la evolución del encéfalo en los animales más inferiores y que se fue desarrollando a lo largo de millones de años en los superiores. Es por eso que se trata de un conjunto de neuronas ubicadas en lo más recóndito y profundo del cerebro. Es tal su jerarquía biológica, su rango y su perfecta sincronía con todo el organismo, que desde ahí, a modo de un torrente bioquímico-eléctrico y enzimático u hormonal, y de forma simultánea, hace que todos los sistemas orgánicos actúen coordinadamente, ante cualquier agente exterior que ponga en peligro, en nuestro caso, al toro de lidia. Las órdenes emanadas de esa mini central neuronal, ante un peligro evidente, provoca en casi todos los animales la huida y en los toros bravos la acometida. Y decimos que ya la bravura no es ya un enigma porque logrando llegar a esa zona del cerebro en el toro con finísimos electrodos, desprovistos de funda aislante en un minúsculo tramo terminal, puede estimularse con variables intensidad voltaica y así hacer que el animal sea menos fiero y agresivo, detenga su marcha en plena embestida, huya despavorido y realice extraños movimientos. Porque, sencillamente, en esa reducida zona al fondo del encéfalo, sobre la llamada silla turca, están juntos los centros de atacar o de huir, desde hace incontables millones de años, convirtiéndose así la bravura en una reacción de respuesta neuronal, de naturaleza bioquímico-eléctrica y enzimática u hormonal, que actúa ante un estímulo irritante, movilizando todos los sistemas orgánicos, ya sea para acometer o para huir, en cuyo caso deja de su bravura para convertirse en mansedumbre. Por eso habrá siempre toros muy bravos, bravos, menos bravos y mansos…además de los abantos, celosos, atemperados y nerviosos, prontos o tardos, etc… y por eso es tan difícil aprender a ver toros, y que la Fiesta Nacional sea la más culta del mundo. Que hoy los toros no tengan fuerzas y a veces, dejen de embestir, es otro tema, que por cierto fue definido por Rafael Gómez Ortega (el Gallo), el día que sabiamente dijo: No hay más que dos clases de toros: los que pueden y los que no pueden. Pero ¡cuidado!, porque hasta esa tan ancestral como privilegiada área cerebral, donde se asienta el despliegue de la primitiva fiereza, la astucia, y hoy la bravura y la nobleza de nuestros toros, pueden llegar por vía sanguínea ciertas substancias o drogas disociativas específicas, cuyos nombre lógicamente omitimos, actuando sobre el paquete de neuronas allí existentes y lograr evitar que salgan o salten las señales de alarma y un toro bravo deje de serlo por un tiempo determinado y el hombre pueda acercarse, curarlo, intervenirlo quirúrgicamente y acariciarlo sin peligro alguno. El estudio de las transformaciones de carácter de los toros mediante la aplicación de esas sustancias, fue un campo de investigación científica cuyas primeras páginas escribió este autor y que ante tanta riqueza de datos le hizo decir: Ya podemos hablar de que los toros pueden someterse a una tienta química de resultados espectaculares…como los humanos en las cárceles, a las drogas de la verdad
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casemo - 2004