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LA GACETILLA TAURINA |
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Nº 14 - 13 de Mayo 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
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LA BRAVURA YA NO ES UN ENIGMA -II- |
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Sabios fueron aquellos primeros ganaderos, como don José Rafael Cabrera, que sin duda pensaron que algo había en el psiquis del toro que podía modificarse, y comenzaron con seleccionar el ganado buscando las características deseadas y lo hizo Cabrera de tal manera que consiguió un tipo de toro muy espectacular y acorde con los gustos imperantes en la Fiesta entre los años 1780-1800. Se trataba de ejemplares de mucho trapío, gran alzada, muy corpulentos, largos y de cuello galgueño, es decir, largo, como fue la característica corporal durante muchos años de los miuras. Destacaron también por la variedad de sus pelajes: negros, colorados, castaños, cárdenos, berrendos en negro y en colorado, sardos, salineros e incluso algunos jaboneros y ensabanados. Tuvo que pasar un siglo para que otros ganaderos lograsen un tipo de toro acorde con los gustos de los espectadores del siglo XX. Fue don Antonio II Pérez-Tabernero, en España, y don Antonio Llaguno González, enel Estado de Zacatecas (México). El carácter defensivo y ataque de los toros, con la excepción de los que son muy bravos y nobles, puede variar muchísimo en su comportamiento, incluso de un día a otro, de ahí la inexactitud de cuantas escalas de ponderación numérica puedan establecer los jóvenes científicos actuales, a los que necesariamente hay que aplaudir. Se han contado decenas de casos, siendo el más reciente el ocurrido allá por 1974 en la plaza de La Roda (Albacete) en que fue devuelto un toro a los corrales por manso. Le volvieron a lidiar y en cuanto vio salir a los picadores se arrancó a ellos y resultó bravo. Hay quienes opinan que depende de la raza, pero la realidad es que semejante variación radica en un receso transitorio, que puede durar horas y días, de la actividad neuronal en el área encefálica donde se genera la bravura. Si esa área, cosa rarísima, se halla con escasa actividad neurofisiológica, se manifiestan fríos de salida y desorientan, pero si se esperan unos minutos, el toro entra en caja cerebral y se presenta bravo; si bien ese fenómeno puede presentarse a la inversa. Los toros de mal carácter se deben, si es que se puede, matar a volapiés con más seguridad que recibiendo, «siempre que se les quinten cuantos sea posible las piernas –doblándolos cuantas veces sean necesarias-, y teniendo cuidado de no irse a ellos sino con todas las precauciones que hemos dicho son indispensables; tales toros usan con mucha frecuencia del ardid de no humillar, pues disfrutan del sentido de los mansos peligrosos, lo que hará siempre muy riesgosa la suprema suerte; el remedio único y seguro que hay para este apuro es dejarle caer la muleta en el hocico, lo que siempre produce el efecto deseado, y se aprovecha ese momento para asegurar la estocada; de no hacerlo, se corre el riesgo de que no vuelva a ponerse en suerte, sino que, después de colocado, se tape, y que escarmentado del pinchazo, y conociendo la estratagema, no humille tampoco al tirar la muleta y deje al diestro embrocado y desarmado. Por consiguiente, será muy oportuno no desperdiciar ningún momento con ellos, y en la primera suerte que hagan asegurar su muerte, confiado el diestro de que será aplaudido por los verdaderos aficionados inteligentes (Francisco Montes, Tauromaquia Completa, página 116). Los diestros antiguos siempre tenían la posibilidad de matar esos toros difíciles de un golletazo o a la media vuelta, aunque tuviese el cuello doblado. Los toros con excesivo carácter -genio defensivo- suelen desarrollar siempre más querencias que los mansos. Comúnmente todos desarrollan, con excepción de los verdaderamente bravos, tendencia a una querencia natural, derivada siempre de su instinto de defensa, que suelen ser la puerta de toriles; pero pueden muchas veces, más de las deseadas, desarrollar una querencia accidental como consecuencia de una mala lidia o bien que se cele junto a un caballo muerto o porque, simplemente, se sienta más a gusto en algún sector de la plaza; es cuando el toro toma querencia en algún sitio determinado de la misma, un lugar que visiblemente le gusta y por el que constantemente está sintiendo preferencia, pues a él se va cada vez que se sale de la suerte. De ahí la necesidad que tienen los diestros de evitarla o de sacarlos de esas querencias, cambiándoles los terrenos. A veces, en el último tercio de la lidia, si los toros están quedados, aplomados y aculados (4) a las tablas, las querencias se agudizan y ejecutar la suerte suprema alcanza su mayor y más peligrosa dificultad. José Delgado (Pepe-Illo), en su Tauromaquia, señala otra clase de toros de sentido –esta expresión aparece ya en el siglo XVI-, compuesta de los que atienden a todo objeto sin contraerse especialmente al que los cita y llama, pero que en las suertes son claros; y aunque respetamos el dictamen del viejo diestro, sin embargo, en esto padeció una equivocación, dice Montes, pues esta propiedad la tienen unas veces los boyantes, muchas los revoltosos, alguna los que se ciñen, pocas los que gana terreno y siempre los abantos, pero nunca los verdaderos toros de sentido, siendo además una contradicción visible poner como clase de toros desentendido, cuyo distintivo es la malicia en las suertes, unas reses que según él mismo Pepe-Illo son claras en ellas. Para Montes los toros con sentido son aquellos que distinguen al torero del engaño, y por consiguiente desprecian a éste, no lo siguen y rematan siempre en el bulto; alguna vez toman el engaño, pero es por fuerza, y su remate en el cuerpo del torero: aunque es difícil lidiarlos, también tiene el arte recursos para ellos, dice Paquiro. Una mañana, Rafael el Gallo, viendo un toro en los corrales juró y perjuró no matarle, porque –según su opinión- tenía mucha química. Se suspendió la corrida por lluvia. Una semana después le cortó las orejas. «Pero maestro, le comentó el mozo de espadas, ¿ no dijo usted que el toro traía química?» Y el Gallo le contestó: Eso era el otro domingo, pero hoy estaba más bueno que el pan. ¿ Es que influyen en el toro las circunstancias ambientales, maestro... ? -Claro que influyen, como en todo ser vivo. Hay ambientes que le irritan y otros que le sosiegan..., pero le faltó decir que el irritado era él, pues nadie puede juzgar al toro hasta que se está lidiando, con la excepción de haberle realizado una tienta química. Este tema es muy expuesto a la crítica, lo sabemos, pero quienes tienen la mente acostumbrada a un constante ejercicio de observación en el trato con los toros y, sobre todo, a estudiar y analizar con la mayor profundidad sus reacciones en el campo y, especialmente, durante la lidia, tendrán frecuentemente la oportunidad de comprobar la frecuencia con que muchos de ellos exteriorizan transformaciones durante la lidia, mismas que ya se manifestaron en reacciones extrañas en su comportamiento con sus compañeros en el campo y que no son apreciadas por la mayoría de los mayorales y vaqueros. Algunos cambios en su conducta, fuera y dentro de la plaza, son a veces tan acusados, que no solamente dejan al descubierto un carácter voluble y hasta desconcertante, sino que manifiestan expresiones y actitudes claras de que están reflexionando –pregonando, diría Paquiro- los actos que van a realizar. Podría decirse que cada reacción se hace en un estado anímico con sentido, con cálculo y malicia. En este aspecto recordamos el quite que le hizo don José Daza a Jerónimo José Cándido, quien nos narra: «Fue el Cándido a Cádiz a matar uno de gran malicia a los medios de la plaza, y advirtiendo el riesgo que llevaba, me previne a tiempo que le quitó la muleta de la mano, y su arrogante destreza sin mudar de sitio, suplió con el sombrero la falta, que no le bastó para la defensa, tocándoselo el toro por cima de los lomos, y volviendo a buscarlo, encontró el estorbo en mi garrocha.»
4) Fernando García de Bedoya. «Historia de toreo»: «Al diablo le ocurre entrar a herir un toro aculado, no aconchado, a las tablas sin intentar torearle en ellas.»
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casemo - 2004