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LA GACETILLA TAURINA |
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Nº 18 - 10 de Junio 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
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LAS QUERENCIAS DEL TORO DE LIDIA -II- |
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Y así, entre las circunstancias que el diestro ha de tener en cuenta y de forma muy presente, para su seguridad y lucimiento, es la de lograr conocer con precisión y a la mayor brevedad de tiempo posible, las querencias del toro. Años después, Francisco Montes (Paquiro), dedicó en su Tauromaquia todo un capítulo, el tercero de la primera parte, a este fenómeno, aceptando la clasificación de las querencias, a las que llama naturales y accidentales, y amplía la enumeración de Pepe-Hillo. Paquiro fue mucho más lejos en sus apreciaciones sobre las querencias que su antecesor José Delgado –éste trató de las consecuencias que para la lidia tenían las querencias y se limitó a señalar los riesgos- ya que en su Tauromaquia se aventura a adoctrinar sobre el modo de valerse de tales circunstancias para el mayor lucimiento con el menor riesgo. Y así nos dejó escrito: «Toda suerte que se haga dejando al toro libre de su querencia, además de ser segurísima, es muy lucida, y por consiguiente, las que se efectúan sin este requisito serán expuestas y desairadas...ñ. Es, pues, necesario tener mucha atención, y conocer perfectamente cuáles son las querencias del toro, para dejárselas siempre libres y manifiestas, y para proporcionarse una mayor seguridad en toda clase de suertes.» Además, Montes, nos legó las instrucciones de cómo hacer que el toro las abandonara, haciéndole ingrata su estancia en el lugar en que se ha aquerenciado, llegando en último extremo a foguearlo. Cuanto se dijo entonces sigue vigente en nuestros días. Ya sólo nos resta decir, a modo de Colofón intermedio de lo señalado, que todos esos estados conductuales o anímicos, de las diversas respuestas en el comportamiento de los toros, con sus respectivas graduaciones, tienen su representación material, tangible, en un área cerebral determinada, ubicada en la base más profunda del encéfalo, conocida como la silla turca, sobre la que está alojada en los animales, especialmente en el toro de lidia, una de las primeras agrupaciones neuronales, ocupando uno de los primeros eslabones en la evolución del cerebro del toro. Ahí está también, lógicamente, la bravura y la mansedumbre, la capacidad para desarrollar sentido y malicia, y la nobleza y afectividad de los toros, es decir, que de ahí arrancan todos los fenómenos síquicos. A dicha área cerebral llegaron las finísimas terminaciones de delgados cables eléctricos, llamados electrodos, ubicados intracerebralmente, por los que se hicieron llegar a distancia mini descargas eléctricas, mediante un radio transmisor, para estimular las neuronas allí asentadas, terminándose por descubrir la sala de mandos biológica donde se originaban la mayoría de los fenómenos síquicos, entre ellos, la bravura. De aquellos fascinantes descubrimientos, realizados en 1963 por un grupo de científicos españoles, de la Facultad de Veterinaria de Córdoba –los sabios doctores don Francisco Castejón Calderón y don Francisco Santisteban García, dirigido por el neurofisiólogo, José Manuel Rodríguez Delgado, de la Universidad de Ithaca (Nueva York)-, no se ha vuelto a hablar. En cuyos trabajos colaboró este autor tranquilizando a distancia los toros sujetos de las investigaciones, que pudieron ser trepanados –abertura cruenta del cráneo-, para colocarles los electrodos, con toda comodidad para los investigadores y casi sin sufrimientos para los animales. Todas investigaciones se realizaron en la dehesa de ganado bravo, llamada Alamirilla, de don Ramón Sánchez, en Córdoba, cuyo ganadero prestó una invaluable ayuda a las investigaciones realizadas. Los animales bravos y nobles, en definitiva, se dejan vencer cuando se juega con ellos con arte y sabiduría, pero, sobre todo, con la fuerza del espíritu, que señalara el genial Juan Belmonte, lo que no admiten los mansos y con carácter, perdiendo su voluntad y su natural impulso, ante la gracia, la desenvoltura, la inspiración, la destreza y la cadencia del torero. Si se tienen esos dones y los diestros, además, cuentan con el raro instinto de percepción que le permite conocer las reacciones del toro, ni siquiera requiere el jugador disfrutar, como le pasaba a Juan Belmonte, de demasiadas facultades físicas. Los toros con sentido, no aceptan ese toreo que emana del conocimiento del toro y salir a luchar con él, a medir el valor con su instinto peligroso, a poder con él, a dominarlo, no es posible, porque el toro, haga lo que haga el matador, se tomará siempre su aire y jamás podrá ser toreado, ya que irá siempre en la plaza a donde quiera él y el más depurado temple, ni los brazos, ni los pies, ni el movimiento de las muñecas, servirán para dominar al toro. Este tipo de toros puede acabar una tarde con las ilusiones de toreros casi prefabricados en las escuelas taurinas. (Muchos de los conceptos desarrollados ya fueron expuestos en el trabajo: El Carácter de los Toros de Lidia, publicado por la prestigiada Peña Taurina La Garrocha, de El Puerto de Santa María, en julio de 2004, por gentileza de la Fundación Cultural «Paco Flores.».
Para que el
lector se haga una idea de la bravura y resistencia que los ganaderos
habían logrado antes de finalizar el siglo XIX y principios del XX, a
poco más de un siglo de haberse iniciado una escrupulosa selección,
cerraremos este Capítulo II citando a título de ejemplo a tres toros: Jaquetón: cornúpeto de la ganadería española de don Agustín Solís, vecino de Trujillo (Cáceres, Extremadura), popularmente conocida por «del cura Solís», que antes perteneció al marqués viudo de Salas, fue quizá el toro más representativo de la bravura del toro de lidia. Se anunció en Madrid la tercera corrida del abono del año 1887, con seis toros, y como matadores Francisco Arjona Reyes (Currito) -hijo del célebre Cúchares-, Salvador Sánchez Povedano (Frascuelo) y Ángel Pastor. Toda la corrida fue muy brava, siendo Jaquetón el ejemplo de lo que debe ser un verdadero toro bravo. Tomaron entre los seis toros 48 varas, dieron 20 caídas y mataron 20 caballos, en el tercer festejo de abono. Corrido en cuarto lugar se destacó entre todos. Cárdeno, chorreado, cornicorto y algo escurrido de carnes. En cuanto salió arremetió con bravura al Sastre, al que derribó, matándole el caballo. Con igual resultado acomete inmediatamente a Fuentes. Atacó nuevamente al Sastre y nuevamente le derriba y mata al caballo. Toma después un gran puyazo de Canales; embiste a continuación a Manitas, le derriba y quita la vida a la cabalgadura. Dos varas más de Fuentes, con pérdida de otro caballo. Nueve varas de Canales, al que desmonta, sale tras el caballo, le derriba y lo deja moribundo. Manitas le pone la última vara. Al hacer el quite Ángel Pastor tropieza con un caballo y cae; el toro le cornea furiosamente, que al sentirse herido cocea, alcanzando al cornúpeto en el testuz. Mete Pulguita el capote y Jaquetón cae al quererle seguir. Se levanta, da unos pasos, junta las manos, mete la cabeza entre ellas, sin dejar de moverla, presa de una terrible convulsión. El público, que se había entusiasmado ante tan admirable pelea, ovacionando cada vara, se opuso a que banderilleara. Ángel Pastor, que intentó hacerlo, y pidió a la presidencia que se perdonara la vida a Jaquetón. Accedió el presidente, don Juan José Giménez; pero mientras esto sucedía, Francisco de Diego (Corito) le clavó un par. Salieron los mansos; pero Jaquetón no pudo seguirles, no podía dar un paso, no cedía la convulsión y con dificultad se tenía en pie. Ante la imposibilidad de restituirle a los corrales, Currito, por orden presidencial, salió a rematar al bravísimo Jaquetón, descabellándole, después de tres seudopases, al cuarto intento; tiene en su abono que el movimiento constante de la cabeza dificultaba grandemente la suerte. Dice La Lidia que «hay que advertir, para apreciar la bravura del toro, que fue horriblemente picado, por más que sus tremendas acometidas no dejaban a los picadores meterse en dibujos.» El veterinario don Simón Sánchez le reconoció detenidamente en el desolladero, apreciando la rotura de un pulmón, sin duda por el esfuerzo hecho en la suerte de varas, y una fuerte contusión en el testuz, la que ocasionó la aguda conmoción y la convulsión que paralizaron los movimientos del animal. Jaquetón, en nuestra jerga, es, ya lo he indicado, símbolo de bravura, de fiereza; es a la vez término de comparación en cualquier sentido, y por eso decimos muchas veces «era un Jaquetón», o «no era precisamente un Jaquetón» cuando queremos expresar la poca bravura de un toro. Jaquetón (véase imagen en la página siguiente), ha dado nombre a muchos periódicos y sociedades taurinas, entre éstas una en Barcelona, que lleva muchos años de existencia, y de la que han sido presidentes los más competentes críticos y aficionados de la Ciudad Condal. Hace pocos años vimos en Trujillo la cabeza de Jaquetón. Está disecada al estilo antiguo, es decir, que puede decirse que está estrictamente la cabeza, sin apenas cuello. Su aspecto es insignificante, muy cariavacado -se dice del toro que tiene la cara de vaca. Por ejemplo: «El cuarto, negro, con bragas, avacado y veleto.» Luis Falcato (Don Hermógenes). Sol y Sombra, 1885-, muy corto de pitones y muy afilados, muy descarnada y estrecha. Su dueño, un empleado de la casa de Banca Artadoitia y Cortés, la cuida con esmero, preservándola en lo posible de las inevitables contingencias del tiempo. Bravío. Y a principios del pasado siglo nos encontramos con dicho astado, del conde de Santa Coloma, lidiado en la tercera corrida de abono celebrada en Madrid el (11-05-1919). Componían el cartel con estos toros Agustín García Malla, Julián Sáinz (Balen lI) y José Flores (Camará). Se inutilizó uno de los seis de Santa Coloma, y fue sustituido por otro de don Manuel Bañuelos, que se lidió el primero. En segundo lugar se lidió a Bravío, negro, con el pelo muy rizoso en la cara, cabeza y cuello. Tenía marcado el número 70. Un poco levantado y abierto de cuerna. Un precioso tipo de toro de constitución armónica, pero no era de gran tamaño, tanto, que en el reconocimiento los veterinarios se opusieron a su lidia. Por casualidad, y contra su costumbre, había acudido el ganadero al reconocimiento y apartado, y se opuso tan enérgicamente a la determinación de los veterinarios, que amenazó con retirar todos los toros, conforme a los derechos de su contrato, si prevalecía el criterio de los técnicos. Transigieron éstos, y se lidió la corrida en el orden ya citado. Desde su salida de chiqueros mostró Bravío una bravura excepcional, arrancando en los siete puyazos que tomó con una alegría y con una voluntad, que entusiasmaban al público, que le ovacionaba en cada una, viéndole recargar, llevando el caballo hasta la misma barrera, una y otra vez, apretándole contra ella y no cediendo hasta que, ya caído el picador, no sentía sobre si clavada la garrocha, y algún capote se le llevaba engañado. Manaba sangre del morrillo, que le corría por toda la espalda hasta la pezuña, y pronto se disponía nuevamente al ataque, si se le incitaba al encuentro. Siguió con la misma bravura y acometividad en los dos tercios siguientes. Balen II, su matador, torero hábil y con muchos recursos en su arte, no tuvo los suficientes para dominar a Bravío y evitar las protestas del público. Entre ovaciones delirantes se dio la vuelta al ruedo al cadáver de Bravío, yendo las mulillas al paso, teniendo que saludar repetidas veces el conde de Santa Coloma, que fue aclamado. También fueron muy bravos los otros cuatro toros de este ganadero. Queda el timbre y la historia de Bravío en el archivo de los toros más bravos lidiados en Madrid. Es el Jaquetón de los tiempos modernos, porque hemos bautizado un Jaquetón de los tiempos antiguos. Decir Bravío (como decir Jaquetón) es decir bravura, con nobleza, modelo del buen embestir, sin exageraciones de nerviosismo y sin ninguna otra dificultad que su buena bravura, que nunca puede calificarse de excesiva en un toro de lidia. Su nombre -Bravío-, representativo y símbolo del toro bravo. Catalán: Ricardo Torres Reina (Bombita chico) remató el (05-10-1902), el toro de don Eduardo I Miura, de nombre Catalán. “Era negro, con bragas, bien puesto, largo, bien criado, de poca cuerna, alto de agujas, de ojos encendidos, orejas movibles y con todas las de la ley, fue lidiado en Madrid. Tomó nueve varas y mató cinco caballos, y so le dejan hubiera estado acometiendo hasta que materialmente no hubiera podido andar; era un toro de casta, bravo, seco, duro, arrancándose siempre de largo, volteando a las jacas como si fueran de cartón, queriendo guerra constantemente, acudiendo siempre y destrozando cuanto se le ponía por delante; pero con nobleza, sin ensañamiento, con la gallardía de un valiente, con la grandiosidad del que está seguro que la tiene.” Así describió en su reseña a Catalán el célebre escritor taurino don Pascual Millán. Pues bien; a este extraordinario toro no le hizo Ricardo la faena que merecía y el público esperaba, estoqueándolo con grandes dificultades. Fue por lo que el diestro sevillano escuchó la más sonora bronca de su vida, y al toro le hicieron dar tres vueltas al ruedo entre estruendosas ovaciones… ¿No se mereció el toro al menos una oreja del torero? Curiosamente, el día en que se lidió el toro de nombre Estornino, castaño claro, ojalao, bragado y con buenas armas, de la ganadería de Arribas Hermanos, lidiado en Madrid el 6 de junio de 1909, que se portó tan noble y bravamente que el público lo ovacionó en el arrastre. Un diario, al reseñar la corrida, dijo: «Si Miura cuenta en el historial de la casa con un Catalán y un Violeto, y Murube con un Marismeño y un Pajarito, y Pablo Romero con un Capuchino y un Camama, los señores Arribas cuentan desde ayer con un Estornino que en nada puede envidiar a tan célebres cornúpetos.»
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casemo - 2004