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LA GACETILLA TAURINA |
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Nº 23 - 15 de Julio 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
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LAS "JECHURAS" DEL TORO DE LIDIA (Introducción) |
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En el conocimiento del toro, por parte de los aficionados, debería ser la primera lección, el aprender a distinguir las diferentes “jechuras”, los modelos corporales o constitucionales, las estructuras o armazones de los toros, el conjunto interno y externo de su edificio vital –para que lo entiendan “todos”, que es la eterna preocupación del entrañable amigo y singular crítico taurino don Luis Ortega (1), al que arrebato el popular término de “jechura”-, es como si dijéramos el cemento (los huesos), la arena (los músculos y todos los órganos) y la cal (el carácter), revueltos en un noventa por cien con agua; todos de la misma procedencia, pero en diversas mezclas –el polvo de la Tierra, del que están formados los toros, nosotros y todos los seres vivos-; los científicos les llaman biotipos constitucionales- y, seguidamente, analizar la relación, primitivamente muy estrecha, que existe entre esos diferentes modelos y los diversos comportamientos en el campo y durante la lidia, dejando al descubierto el carácter anímico o el alma brava del toro bravo. El estudio de semejante correlación es tan fascinante como difícil de entender, hasta para los más conocedores. (1) Luis ¡ahí tiene la “jechura”!, para que todos los mayorales, vaqueros y aficionados, en expresión popular, como dices, sepan de qué se trata… y en La Perla (en la Plaza de la Noria), viendo la plaza de toros -esa joya tan emblemática como abandonada de El Puerto- aquella tarde del (20-02-2005), con el matador Luis Parra (padre) y don Diego Carmona e hijo, que se pasan la vida buscando la oportunidad para dejar la ciudad de México y venirse a España. ¡Vaya ejemplares aztecas irrepetibles! Su oficio artístico es montar museos taurinos en ciudades españolas y mexicanas. Asistimos allá, en Salamanca, como ponente de la III Semana Internacional del Toro de Lidia, celebrada en dicha ciudad en septiembre de 1965, junto a los más sabios maestros de la Ciencia Veterinaria en aquellos años. Todo un atrevimiento para un joven y modesto profesional -este servidor de ustedes, nacido en Puerto Real-, que siguió con verdadera pasión las exposiciones magistrales, todas las interesantísimas ponencias. Aquellas conferencias fueron verdaderos banquetes para quienes profesamos la ciencia veterinaria más pura y que, con los años, hemos realizado, más no estamos seguros de haberlo logrado, el loable esfuerzo de dar sencillez comprensiva a temas muy difíciles de exponer para la mayoría. Con las separatas de cada intervención se publicó una edición numerada de 1.000 libros, tal como haremos en esta nueva publicación de la Fundación Cultural “Paco Flores.” Como ponente, del trabajo “Preanestesia y anestesia total en el toro de lidia” (2), se nos permitió informar a los asistentes de la nueva realidad en el campo del reconocimiento y posterior tratamiento de los toros de lidia en su propio medio natural, sin peligros para el profesional y en beneficio para la salud e integridad física de los animales. (2) Con todas las ponencias presentadas se editó un libro, del que recibimos un ejemplar... casi seguro el único que existe en El Puerto de Santa María y que en su día podrá consultar el lector en la biblioteca de la citada Fundación. Las viejas jechuras, modelos o biotipos constitucionales del interior de los toros –los diversos amasijos de barro o de polvo vivo de que están hecho todos los seres vivos; es decir, de tierra y agua, que en distintas proporciones, sobre todo de agua, forman el edificio vivo del toro, no ha cambiado nada. Lo que ha ocurrido es que de aquellas formas corporales que tenían las diversas castas bravas originarias de España, están prácticamente extinguidas, hasta el punto de que es muy raro ver dos toros con idéntica jechura. Incontables miles de años separan, por ejemplo, el toro de casta andaluza, procedente de la ganadería de Cabrera en El Puerto de Santa María, criado en Zahariche por don Antonio I Miura, llamado Jocinero , del toro de casta navarra. Se trata de dos modelos constitucionales bien diferentes. De las variadas jechuras, caracteres, del temperamento, la agresividad y resistencia que mostraron en la lidia quedan muy pocos. Así que, de tan buena o mala suerte, de aquellas jechuras o modelos de toros de los siglos pasados, sólo quedan recuerdos pictóricos... El toro de nuestros días, ciertamente, casi nada tiene que ver con sus hermanos ancestrales o antiguos, aunque como especie animal siga inmerso en la misma biología que cualquier otra especie superior y “nadie puede especular con ideas más o menos geniales, más o menos técnicas, cuando se amparan en conceptos que se oponen rotundamente a las ciencias biológicas”, como señalaba el compañero veterinario don Pablo Paños Martí, hace exactamente cuarenta años (1965). Y los “conceptos” que sean -lo que la mayoría de la gente piensa-, se quedan en pañales comparados con las decisiones que en el campo de la selección han desarrollado los ganaderos en las tres pasadas centurias, carentes de los más elementales conocimientos en el campo de la biología animal. Creando cada ganadero el tipo de toro acorde con su forma de ser y de pensar… de ahí la inmensa variedad de caracteres y estilos, morfologías y pelajes que tienen los toros bravos de hoy. Sin embargo, en los últimos años y afortunadamente, los hijos de muchos ganaderos de reses bravas, han estudiado la profesión veterinaria, como por ejemplo, el doctor cordobés don Ramón Sánchez, hijo del notable ganadero del mismo nombre, al que la Ciencia Veterinaria española le deberá siempre su valiosa colaboración, al ceder sin interés alguno los toros de su ganadería, para llevar a cabo las investigaciones científicas de más alto nivel realizadas en España la pasada centuria: la implantación de electrodos intracerebrales, así como las primeras pruebas de anestesia y tranquilización a distancia de reses bravas. La Rectoría de la Facultad de Veterinaria de Córdoba debería colocar un busto de D. Ramón al otro lado de los estanques, frente a la entrada y en lado derecho del edificio, compartiendo la gloria con el dedicado al sabio profesor D. Rafael Castejón y Martínez de Arizala, ubicado a la izquierda, en el jardín a pie del majestuoso edificio. También debemos citar al ganadero y veterinario D. Victorino Martín García, hijo del también famoso ganadero del mismo nombre. La profesión veterinaria toma así cada día mayores responsabilidades en evitar la decadencia del toro bravo. Nuestra felicitación a ambos y a muchos otros distinguidos compañeros. Pero, todo parece indicar que, para entender de toros no es preciso que los aficionados tengan título alguno, ni especialidad en psicología, menos aún en endocrinología, y entender el término de “gimnasia funcional”, tan fundamental de aplicar en los toros de nuestros días… ¡que se muevan! ¡que caminen, carajo! Los ganaderos, según parece, tampoco necesitan cursar estudios en la Universidad para dominar todas las leyes de la moderna Biología Aplicada…¡qué bien! Así que, “basta con ser un buen aficionado, con observar detenidamente las reacciones de los toros y dialogar, para declarase todo un entendido en la materia…”, y esto no lo dice sólo el autor, lo refería hace ahora diez años Paco Flores y Antonio Morales. Así lo declaran sin empacho algunos periodistas de ayer y de hoy, cuyas voces y escritos contrastan con toda una legión de entendidos escritores profesionales del mundo taurino, algunos de los cuales citaremos seguidamente. Con referencia a lo dicho, en nuestra provincia gaditana tenemos a los señores Curro Orgambide, Carlos Serrano y Jerónimo Roldán, autor del Prólogo, plenamente conocidos por todos los aficionados. Y son legión en los medios taurinos de Sevilla, Córdoba, Madrid, etc. En Sevilla, dentro de “El Recuadro” de don Antonio Burgos –el arte personificado del bien decir y de mejor escribir-, en ABC de Sevilla, del sábado (19-02-2005), sección Opinión, página 7, dice: “Mucho hablar de Cañabate, pero Sevilla dio una nómina de escritores taurinos que no tienen nada que envidiarle. Cuando haya pasado esta marea progre alguien rescatará a Manuel Sánchez del Arco “Giraldillo”, como rescatamos a Manuel Chaves Nogales” el biógrafo de Belmonte. Celestino es quizá el último gran revistero taurino. “Don Celes –nos sigue señalando el amigo e insigne Burgos-, en la Sevilla de Giraldillo y de don Fabricio. Escribía de toros en “El Ruedo” (entre los años 1959 y 54). Los dos Manolos aguardan un Plutarco que escriba sus vidas paralelas: uno con los republicanos, otro con los nacionales, ambos con la misma Sevilla, cuya “Cruz de Guía” lleva Sánchez del Arco en un libro que las cofradías aún no le han pagado y que tantos copietaron.” Y más adelante dice: “Cómo plumea este Celestino, periodista de amplio espectro, cultísimo, sevillano con la retranca aljarafeña de Benacazón…” ¡Qué delicia leer a Don Antonio Burgos! Pero, en realidad, siguiendo con el tema central las cosas son muy distintas, queridos aficionados, ya que, por ejemplo, para medio entender y matizar algunos de los motivos o las causas de las reacciones que presentan el carácter de los toros, de su valor zootécnico, de las rica fuente científica que rige los destinos de una vida, necesariamente hay que internarse en el estudio de asignaturas o libros específicos. Es lógico pensar en la confusión y desconcierto que se genera en todos cuando aparece un problema de la complejidad de las caídas de los toros en el ruedo…¡vaya lío que se forma! Pero aún debemos aclararles más el horizonte de conocimientos a los aficionados, pues en cuanto al toro bravo, ni siquiera alcanzando los estudios señalados tendremos suficiente, ya que es absolutamente necesario entrelazar conocimientos sobre la materia, apasionada afición, diálogo y observación, para sentar humildes y pequeñas bases de partidas con las que lograr conocimientos más depurados. Claro está que la falta de todos esos conocimientos básicos la suplen sobradamente los aficionados con eso tan valioso: la afición. Y es ella la que con todo derecho juzga al toro desde que sale a la plaza, conformando un valioso juicio, en el que casi inconscientemente, pero con profunda intuición, implican el trapío, el carácter del toro, su bravura, poder y resistencia. Es entonces cuando el buen aficionado, sin proponérselo, emite su propio juicio, que no es otro que el complejo que encierra el conocimiento del toro. Ninguna otra fiesta alcanza tan alto grado de despliegue anímico, intelectual y hasta espiritual; es decir, de cultura. Es la grandeza de nuestra Fiesta Nacional, que tantos ignorantes políticos desconocen... ¡nos da igual el hemisferio cerebral –derecho o izquierdo- que tengan más desarrollado! Antes de entrar de lleno en el tema, queremos ofrecer al lector un valioso ejemplo de las diversas hechuras, que siempre van ligadas al carácter, de algunos de aquellos toros de mediados del siglo XVIII. Para ello recordaremos a Matías Moreno (el Manco), picador de toros, natural de Hinojos (Huelva), de quien don José Daza fue su más directo contemporáneo y nos cuenta de él dos lances de riesgos tan dignos de recuerdo como anecdóticos. Y es que la ferocidad de algunos toros del pasado, que se agrandaba con su descomunal tamaño (3), dio origen a que muchos hombres, especialmente de a caballo, realizaran verdaderas hazañas, jugándose la vida temerariamente. Uno de los muchos lances de riesgo, ya convertidos en casos insólitos y de leyenda, que describen los libros de la Tauromaquia, fue protagonizado por dos picadores de toros: Matías Moreno (el Manco) y don José Daza: En cierta ocasión, surgió la apuesta de sacar un toro ensotado que desde su nacimiento, hacía 14 años, nadie había logrado hacerlo salir de su querencia natural, que no era otra que una mancha arbórea prácticamente impenetrable, en la que encontraba agua, pasto abundante y refugio, habiéndose convertido en un animal temible (4). (3) «¡Mardita sea la vaca que te parió!», dijo Rafael Molina (Lagartijo) cuando vio salir de los chiqueros a Cucharero, de don Anastasio Martín, corrido en la plaza de toros de Málaga, el (03-06-1877), tenía una masa corporal -¡una jechura!-, alzada y cornamenta impresionante. Para dar idea de su enorme alzada, bastará decir que sobresalía más de una cuarta por el lomo de los restantes toros con él encerrados en los corrales; otro detalle en verdad alucinante para los lidiadores: una de las veces que, durante su lidia, se acercó a la barrera comenzó a rascarse la barba sobre el filo de las tablas, ¡sin levantar la cabeza! Supóngase lo que serían los cuernos proporcionados al tamaño del cuerpo, a más de afiladísimos, como hechos a lima y formón. Cucharero –hermano en la corrida de Cigarrero, que tomó 18 varas-, tomó 10 varas y los picadores no consiguieron hacerle sangre; el piquero Calderón (hijo) sufrió en una caída la fractura de la clavícula izquierda; en otro tumbo, Juan Fernández fue a parar de cabeza al callejón, mientras el temible animal, sin esfuerzo, se entretenía en sostener con sus cuernos al caballo, balanceándole cual leve pluma. Los banderilleros Antón y Juan Molina sólo lograron ponerle cada uno medio par; así es que en el último tercio estaba el terrible Cucharero tan dueño de su poder como cuando salió del toril. Ante tan tremebunda estampa Lagartijo, que era el espada encargado de estoquearle, a pesar de todos sus enormes recursos, no pudo dominar su miedo durante los dos primeros tercios; tocan a matar, y allá va el maestro cordobés rodeado de sus fieles Mariano Antón y el Gallo, y sin darle un solo pase, corriendo de un lado para otro, siempre a considerable distancia de Cucharero, al cabo de media hora -condescendencia que prueba el inmenso prestigio que disfrutaba Lagartijo- pudo acabar con aquel torazo, uno de los mayores que se han visto en las plazas de toros. Su cabeza, mandada cortar por el gran torero, pesó 101 kilos. En su casa de Córdoba la tenía Rafael Molina, y las madrugadas en las que llegaba a acostarse un tanto cargado de vino, armado de un bastón, descargaba su furia alcohólica sobre la inofensiva cabeza de Cucharero, acordándose del pánico pasado ante ella la tarde malagueña inolvidable para el maestro y para los aficionados. (4)Fue como el toro de la ganadería de don Álvaro Domecq y Díez que, también ensotado en un potrero al otro lado de la carretera, frente al cortijo Los Alburejos, -astado que bautizamos con el nombre de Orgulloso-, se resistió a salir por mucho tiempo (1967-69), ocultándose entre los altos matorrales, surcados por un arroyo, cada vez que algún caballista osaba acercarse, no si antes hacer una salida veloz para atacar al de a caballo. Fue reducido con el empleo de un tranquilizante inyectado a distancia y sacado de entre los arbustos, agarrado de uno sus cuernos por este autor. Pues bien, el temible animal al principio citado, fue abordado un día por el picador Matías Moreno, natural de Hinojos, que osó invadir con su caballo el terreno del peligroso astado. En el empeño estuvo acompañado de don José Daza -a quien debemos la cita-, que fue el que hizo el primer intento de sacar al toro de su querencia, pero éste se arrancó y le hirió levemente el caballo. El astado, de inmediato, se dirigió al caballo montado por Matías y éste lo apuró tanto por huir del inminente riesgo, que se alcanzó los pies a una mano, y cayó al tiempo que el toro le acertaba el golpe a las espaldas, y fue arañando la ropa hasta la cabeza, que a no caer tan breve le hubiese atravesado todo el cuerpo. Y en el tropel sobre el jinete y caballo fue a suspenderse a corto trecho, volviendo a acometerle. Y previendo que podría suceder lance semejante, el caballero Daza metió piernas a su caballo antes que llegase. Y en la corta media distancia se atravesó entre ambos y detuvo en seco su cabalgadura; y quiso Dios que aquel feroz toro se mantuviese sólo haciendo amagos, mientras que al Manco, colgado de un estribo, lo llevaba el caballo arrastrando, y no cejando, y apartado un poco, que el jinete, con el desatino y susto, huyendo de un peligro venía a pie a entrarse en otro mayor, corriendo hacia él el toro, de lo que temió Daza mayor empeño en un paraje tan llano y largo que a lo más cerca habría una legua donde no se encontraba arbusto, barranco ni altura donde se pudiera ocultar ni un pequeño conejo.
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casemo - 2004