| 
 | 
| LA GACETILLA TAURINA | 
| Nº 29 - 26 de Agosto 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) | 
| LAS "JECHURAS" DEL TORO DE LIDIA (Instinto, bravura...temperamento) continuación | 
| 
 El tema de la bravura es en cierto modo interminable y, si como se asegura, es un carácter hereditario, no ha podido ser por lo tanto grabado genéticamente por ningún ganadero, por nadie, siendo el único realmente palpable entre los de carácter psíquico y es el que precisamente perpetúa tan original raza bovina, como quedó señalado en el párrafo anterior. Ello quiere decir que en todos los toros hay un gen o varios que contienen diferentes dosis psíquicas y temperamentales de fiereza y agresividad súbitas, de irritabilidad, reacciones del carácter bravura en sus diferentes biotipos constitucionales, pero también mansedumbre. Así que los ganaderos lo que hicieron fue seleccionar, mediante eliminación, los toros que no reunían las condiciones que ellos buscaban, dejando los que mediante diversas pruebas ellos estimaban que eran los más bravos y nobles, resultando que crearon ganaderías con las características personales, con la forma de pensar, de cada ganadero, reflejadas incluso en el tipo y tamaño, de los toros. Llevar a cabo esa tarea de seleccionar valores o factores tan variables, entre ellos la bravura, es naturalmente un oficio costoso y lento, nunca ciencia y menos un invento, porque los valores están muy dentro del toro, tan formando parte de los animales que a principio del siglo XIX de 100 toros lidiados, el 50 por cien atacaban con visible temor o lo intentaban, pero casi automáticamente huían, es decir, eran mansos; el 40 por 100 regularmente atacaban y muchos con cierta insistencia, en cuya proporción se encuadran los que berrean y escarban; y solamente el 10 por cien se consideraban bravos. Las cifras se han invertido en algunas ganaderías, muy pocas. Así que decir que debemos a la intuición a los viejos ganaderos el milagro de la bravura, siguiendo “los más modernos métodos de la zootecnia, mucho antes de que fuesen inventados”, es repartir el Don de la Sabiduría a diestra y siniestra. En ese sentido, el diestro de la armonía, de la suavidad y de la cadencia frente a los toros, Domingo López Ortega dijo un día a Mariano Gómez Santos que “el hombre no le ha dado la bravura al toro, que no se la ha administrado a cucharadas” y que “con el toro bravo ocurre lo que con el hombre, que nadie sabe lo que dará de sí un niño de cinco años cuando llegue a los 25.” Álvaro Domecq y Díez, al final del capítulo 31, titulado “El secreto de la bravura”, acepta que “cada toro es distintos, diferente, y, de ahí, las dificultades del torero, que ha de comprenderlo, darle su medida, y aun su ritmo y su tiempo…” Son tan distintos, tan diferentes, como son los ganaderos que los crían y seleccionan. Esas “dificultades” no fueron sólo para los toreros, ya que por primera vez en la historia de la Tauromaquia y de la Medicina Veterinaria también las tuvo que vencer quien una y otra vez osaba con profunda vocación y apasionadamente, tranquilizando a los toros con dosis tan bajas, que permitía acercarse a ellos en cualquier lugar de una dehesa y llevarlos de un lado a otro, tomando medidas corporales y, quirófano al aire libre, realizar las más diversas intervenciones, porque le daba a cada toro “su medida, su ritmo y su tiempo”, dominando la agresividad y la bravura. Creemos que quien tuvo en sus manos tantos toros y compartió con ellos miles de horas de afectos y sincera amistad, tiene tal vez experiencias y derechos que le facultan para hablar de la naturaleza anímica de los toros de lidia, hasta tanto otro profesional haya logrado lo mismos resultados. En cuanto al concepto temperamento, término que suele separarse del de bravura, cuando ambos son factores en cierta medida complementarios, ya que los valores psíquicos no son fácilmente separables, hay que entender por temperamento del toro el modo como realiza cada animal su función en la plaza. Del mismo modo que cada toro posee su instinto individual verdadero, también posee un temperamento determinado, al parecer independiente del carácter bravura y del poder. El temperamento se manifiesta siempre y solamente puede quedar sojuzgado al escaso poder, mientras que el temperamento, aunque no modifique la bravura, asegura el doctor Pablo Paños, “sí puede encubrir su manifestación para el observador.” Nos resta por decir que el toro de lidia, que es el más legítimo poseedor del carácter bravura, tiene diversos modelos dinámicos en su acometida, según su modo de reaccionar, tanto cuando acomete en sí, como en el período de la preacometida –tal como existen reacciones preinstintivas-, como en las frecuentes pausas, en las reiteraciones de la embestida, como en todas cuantas manifestaciones de su psiquis, a juicio del doctor Paños Martí, “seamos capaces de captar.” Es tanto como decir que, sin dejar de ser bravo, el toro puede tener embestidas rectas o irregulares, mostrar variaciones en su carácter, querencias o resabios, lentitud o rapidez, ser tardío, presentar medias embestidas, etc. En todos los casos el carácter bravura está presente con mayor o menor intensidad, y lo que sucede no es otra cosa que el toro reacciona con arreglo a su temperamento. Puesta así la cuestión, el temperamento, está representado por las diversas propiedades funcionales en cuyo gobierno intervienen de una parte el control nervioso y de la otra el hormonal, sin olvidarnos de ciertas enzimas, como la colinesterasa y la seudo-colinesterasas hemáticas y tisulares (que están en las células de los tejidos musculares), esenciales en el movimiento de recuperación muscular y los iones de sodio y potasio (los minerales) en la placa motriz, junto a la presencia de toda una gama de oligoelementos esenciales (otros minerales en mínimas cantidades). De la coexistencia y armonía de todos esos actores, o bien del predominio de algunos de ellos, deriva el temperamento que en cada momento manifieste el toro. Tampoco se salva el temperamento de presentar, tal y como el instinto y la bravura, diversos modelos. El esquema de estas variaciones puede llevarse al mismo hombre, ya que el más dotado de inteligencia e incluso el que más capaz de controlar sus excitaciones, comparado con un toro de lidia, también presenta varios modelos de temperamento: unos somos nerviosos, otros linfáticos (apáticos), otros, que muestran sus reacciones metabólicas predominio del catabolismo –quema masiva de energías- frente al anabolismo –aprovechamiento de energías y, consecuentemente, mejora en el trabajo-, sin contar todas una serie de biotipos perfectamente estudiados en los toros en los pasados años, según Pablo Paños. Lo expuesto nos permite no extrañarnos que un determinado ganadero, mayoral o un diestro tengan sus puntos de observación fijos que les ayudan a preconcebir el juego que puede dar un toro. En cuanto a los ganaderos, tenemos el caso de un mexicano excepcional, D. Antonio Llaguno González, cuyo rancho estaba ubicado en el Estado de Zacatecas y que fue un mago en determinar la bravura de sus toros. Ha sido el más ilustre y entendido criador de toros de América. Sobre él tenemos preparado una publicación que será editada oportunamente, en caso de ser aprobada por la Dirección de la Fundación Cultural “Paco Flores”, por parte de la Tertulia Taurina Portuense “La Garrocha”, si así es aceptado. Un mayoral llegó a decir que en los ojos conocía al toro. Y un torero famoso le aseguró en cierta ocasión, al multicitado doctor Paños Martí, “que de ver corralear un toro era capaz de pensar ya en la lidia que había de darle.” El más alto número de aciertos fue logrado durante más de un cuarto de siglo por el ganadero zacatecano citado. Siguiendo con el estudio del temperamento, largamente se ha hablado de la embestida del toro castellano frente al andaluz; de la firme y sostenida dureza de uno y de la bravura, nobleza y suavidad del otro. En este sentido se ha llegado a decir con evidente razón que los toros de determinadas ganaderías reaccionan y comportan de tal o cual modo. Damos por sentada la realidad que un tipo o modelo de temperamento es típico de un hierro y que otras variantes son igualmente frecuentes en otras ganaderías. Semejantes modelos de conductas están sustentadas en gran medida en la uniformidad genético hereditaria y, por tanto, en el mantenimiento de unos mismos modelos o biotipos constitucionales en la descendencia. Hasta tal punto que todavía se habla de que el carácter receloso de los toros de la casta fundacional andaluza de Cabrera sigue vigente en algunos de Miura, lo que nos impulsa a creer que existe un temperamento individual de cada toro. Cuanto llevamos citados no conduce a una última realidad: no podemos permitirnos ignorar que en el enigma hereditario de la bravura, del temperamento de cada toro, juegan un papel importante el modo de criarlos, la alimentación, la composición de los suelos y el sistema seguido en la selección por parte del ganadero, sin olvidar el trato que les den los mayorales y vaqueros. Todos esos factores influyen en los resultados finales, pero a ellos hay que sumar las condiciones morfológico-funcionales y el poder de los astados. Sin embargo, el temperamento debemos considerarlo ajeno a todas las anteriores circunstancias, pues quedó claramente expuesto que depende exclusivamente de cada individuo en particular y viene dado por el estado de equilibrio nervioso-hormonal y enzimático presente. Que después se nos diga que la edad juega un importante papel en el desarrollo del temperamento y de que éste no esté consolidado en los toros hasta cumplir los cuatro años, es decir, hasta que sean novillos, es agua de otro cántaro. 
         | 
casemo - 2004
