LA GACETILLA TAURINA 

 Nº 5 -  13 de Marzo 2005    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

¡OYE EUROPA MI AFLICCIÓN!


            Desde hace dos años, inevitablemente, vengo sumando aflicciones en esta mi querida España, en esta bendita tierra: Andalucía, donde los andaluces vivimos con el orgulloso patrimonio anímico, incrustado genéticamente  y con fuerza hereditaria invencible, de sentirnos siempre españoles. En estas líneas de hoy quiero hacer oír a Europa mi profunda aflicción, a los que están interviniendo con visible ignorancia en los destinos de la ganadería brava española, sin tener la menor idea de la inmensa riqueza de patrimonio genético que representa la Fiesta Brava, y valor cultural y humano que la engrandece. Tal  parece que los ganaderos buscan algún remedio a la devastadora plaga de atentados que, a modo de las que  protagonizan las langostas, en vista de que el Gobierno ayuda poco  o  nada, se apiñan por resolver.

            Es históricamente revelador, aunque sólo sea por esa verdad sin fisuras, que la historia se repite siempre –esto los políticos y estadistas jamás lo han entendido y las naciones y sus pueblos vuelven a caer en  lo mismo, perdiendo todas las guerras después de  ganar  todas las batallas electivas- considerar el  hecho de que hoy, casi un siglo después, la  actual representatividad institucional de los ganaderos de lidia de España esté en manos de don Eduardo III Miura  Martínez.

            Veamos. A principio del siglo XX, don Eduardo I Miura Hontoria, hermano menor de don Antonio I, verdadero fundador de la famosa vacada, convocó a los principales labradores de la provincia sevillana “para ver de encontrarle algún remedio a la devastadora plaga de langosta en vista de que el Gobierno ayuda poco o nada…”, seguimos igual después de 100 años. El  famoso ganadero sevillano, les escribió a más de veinte labradores, para que fuesen tan amables de pasarse por su casa un jueves 5 a las cuatro de la tarde. Entonces como  hoy sabría ir cualquier sevillano a la Casa Miura con los ojos cerrados. En aquellos años los dos polos de la afición taurina en versión urbana eran la Casa de los Gallos, en la  Alameda de Hércules, y la de los Miura, en la plaza de la Encarnación.

            Se reunieron todos los “llamados” y entre ellos, por sentirme desde siempre su más ferviente admirador, estaba D.  Fernando Villalón, natural de Sevilla, donde nació el día 31 de mayo de 1881, aproximadamente un año después de la inauguración de nuestra Plaza Real. En la sala se encontró la venerable figura de don Eduardo, empatillado, grave y afable, que le saludó amigablemente. Fernando saludó a todos sin dar la mano más que  al  dueño de la casa…y se fue al  fondo de la sala… haciendo honor a su estilo juvenil de resistirse a los marcos sociales, pero en la mente de todos estaban sus conocidas salidas graciosas, como también su  tendencia a no votar con la mayoría… la misma de millones de españoles para no votar en el Referéndum  de la Constitución Europea.

            El don Eduardo I de hace un siglo y el don Eduardo III Miura de nuestros días, hablaron casi las mismas cosas. “Bueno, señores: Ya sabéis para lo que nos hemos reunido. Gracias, porque veo que  no falta ni uno de los citados. El caso es que el  Gobierno, en vez de mandar dinero –deuda histórica con Andalucía es otra cosa- manda consejos. Yo pienso que para consejos nosotros, que estamos en la lucha aguantando. Con que a ver lo que piensa cada uno de por sí y  al final se verá lo  que se hace, si se puede hacer algo.”

            Se expusieron muchos soluciones: hacer zanjas más anchas, que el  salto de la  langosta y más honda para impedir el vuelo desde abajo; foguear la tierra; traer piaras de cerdos de Extremadura; fumigar… etc.  A cada intervención un rumor diferente: “insuficiente”; “la carabina  de Ambrosio”; “como aplastar un hormiguero”… Y le tocó el turno al poeta que tantas veces cantó con sus versos a su tierra sevillana, D. Fernando  Villalón.

 –Para mí esto sólo tiene un remedio.

Fue lo que contestó cuando le tocó su turno, el último. Y casi  todos le preguntaron como un solo resorte: -¿Cuál?, prestando oídos a la voz de la juventud.

-Pues, capar a los machos.

Las carcajadas traspasaron los muros y se dio fin a la reunión. Hoy el problema, desgraciadamente, no se arreglaría con la castración de los obligados a resolver el problema desde las altas esferas de la Administración. Ya son más que suficientes los castrados de nuestros días. El problema es mucho mayor. Es la castración mental que padecen muchos de los que rigen los destinos de las naciones europeas desde Bruselas; pero, sobre todo, la ignorancia delirante que tienen sobre lo que representa la Fiesta Brava, de la problemática que tienen que vencer constantemente los ganaderos de toros de lidia, las acciones sanitarias tan  delicadas como difíciles, la entrega sin descanso que supone la crianza del ganado, y, muy especialmente el desconocimiento que tienen de nuestra cultura e idiosincrasia.

          

           

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casemo - 2004