Toros en El Puerto

HERMOSO, ARTE DEL REJONEO


Utilizar caballos como engaños para torear un bravo astado podría parecer un
acto de crueldad y suicida, pero cuando lo hace Hermoso de Mendoza eleva el
arte del rejoneo a niveles máximos de perfección en el dominio de bestias,
el burel y el caballo .
Antes, hablar de rejoneo era visualizar un caballo manejando por alguien
quien clavaba banderillas y todo tipo de artefactos en el morrillo de un
toro, consiguiendo el entretenimiento para algunos y la aburrición para la
mayoría.
Eso fue el icono mental que los aficionados y los no tanto se hacían cuando
de caballeros en el ruedo se tocaba el punto durante los últimos 20 años del
toreo en México, haciendo del arte de torear a caballo un rito más o menos
atractivo; más de relleno que de lucimiento, más para dejar paso al
"caballito" como recurso para dejar que la asistencia terminara de ocupar
sus lugares mientras empezaba "lo bueno", el toreo de a pie.
Sin embargo, durante la historia del toreo en España y Portugal, y durante
el inicio del rejoneo en México, a finales del Siglo 19 y posteriormente
durante las primeras décadas del Siglo 20, varios exponentes, como el
iniciador Ponciano Díaz, en México, dieron un trascendente realce al toreo a
caballo; un arte ecuestre que fue el origen del toreo a pie y que prosperó
cuando los nobles tenían que ser rescatados por los peones, capote en mano,
de los astifinos cuernos al ser involuntariamente desmontados.
Por lo tanto, el toreo de a caballo fue desplazado a una suerte secundaria
dando prioridad al toreo de a pie, por lo que el rejoneo sólo lo ejercían
unos cuantos y lo admiraban unos menos.
Y cuando todo parecía que toro, caballo y caballero quedarían rezagados a un
espectáculo inferior dentro de la gama de la tauromaquia, llegó un ser
humano casi mitológico, cual centauro moderno, nacido en Navarra, España.
Pablo Hermoso de Mendoza llegó a voltear de cabeza el rejoneo mundial
montando a un bestia y dominando a otra, demostrando con esto quizás por
primera vez, que se puede torear con un caballo tal cual lo hace un matador
de toros o un novillero con sus engaños.
Los engaños de Hermoso de Mendoza tomaron forma y nombre y en lugar de
llamarse muletas o capotes se llamaron "Cagancho", "Mazzantini" y
"Chicuelo", por mencionar algunos, e implementaron en su tauromaquia a
caballo, fundiéndose en una sola pieza, las técnicas del toreo moderno.
Ligazón, temple, toques, longitud, hondura, de pitón a pitón y otras casi
desconocidas palabras fueron tecnicismos que sólo se escuchaban en
triunfales faenas de figuras del toreo metidos en zapatillas y enfundados en
trajes de luces, pero Hermoso comprobó que con el caballo se puede explotar
cada uno de los tres tercios de la lidia de un astado.
Para Hermoso, el primer tercio significa lo mismo que al torero, enseñar al
toro a embestir, conociendo sus cualidades y descubriendo sus defectos; lo
mismo hace cuando embarca con el cuello de su caballo y alarga el recorrido
con la grupa, siempre templando la embestida del toro obligándolo a recorrer
más camino con el morrillo humillado, esto es, enseñándole a embestir
humillado y sin tirar derrotes, como si de un largo capotazo de tanteo se
tratara.
En este tercio, la intención es castigar y ahormar las embestidas del toro,
por lo que sus suertes empiezan a ser más elaboradas, preparando y fijando
más al toro en su engaño caballar y atemperándole las embestidas con las
faldas tordillas, zainas o albinas de sus capotes con riendas.
Luego vendrá el segundo tercio, el más vistoso y bullidor, en el que ahora
sí explotará el identificativo recurso del rejoneo, el de poner banderillas
al toro, suerte que realizará con sus caballos mas ágiles y vistosos, como
"Cagancho" "Chicuelo" "Albacín", "El Viti", "Danubio" y "Batista".
Con ellos realizará todas las suertes que el segundo tercio exige, lo podrá
hacer cuarteando, al sesgo, por los adentros, en los medios, de poder a
poder, al quiebro a "tope carnero".
Sin olvidar que en cada uno de estas suertes, caballo y caballero realizan
los movimientos que el toreo hace al ejecutar un par de banderillas:
situarse en el sitio correcto, dejarse ver, fijar al toro, caminarle, o en
caso contrario, aguantarlo inmóvil en los pares al cambio, cuartear, alzar
el brazo en la cara del burel asomándose al balcón, clavar y salir de la
suerte con refinado paso sin dar sombrerazos ni perderle la cara al adornado
toro.
Y cuando el caballo parece una extensión del cuerpo del caballero, cuando
parecen ser uno solo, cuando el toro pareciera que simulara un satélite
girando alrededor de un astro embistiendo con bravura, viene entonces el
tercio de muleta, el que prepara la muerte del astado y en el que el
lucimiento es más sutil, que demanda más temple y proporción en los trazos y
zancadas, en la variedad de suertes y en la perfección de lances.
Aquí es cuando Hermoso y su cuadra hacen sonar vocablos como ligazón,
hondura y profundidad en cada muletazo a caballo, con un elástico corcel que
se flamea delante del toro, haciendo toques desde el hocico hasta el rabo,
obedeciendo las ordenes de su jinete, simulando los vuelos y bambas de una
muleta.
El jinete interactúa como estaquillador de la muleta, pues sus piernas,
brazos y pies dirigen el lugar con que el engaño llamará más la atención del
toro, en donde deberá ser el "toque" y en donde será la despedida, como si
de un muñecazo se tratara, pero este último será con un movimiento
escurridizo utilizando el anca del equino.
Y así los remates y adornos de las suertes, que antes eran comúnmente
sombrerazos y cobros mirando hacia los tendidos, hacen de este rejoneador un
revolucionario del arte de Marialva cuando remata una tanda con una
trinchera por dentro de tablas; haciendo abaniqueos, girando en la cara del
toro; o de pitón a pitón, citando con una anca corriendo de espaldas hacia
al toro y pasandose por los adentros hasta ganarle el terreno e
intercambiando la cara de la grupa tocando, en resumidas cuentas, los dos
pitones del toro.
Y el momento de "hacer la cruz" se concreta cuando avienta literalmente a
sus caballos muy cerca del hocico de los toros, éstos agachan la cabeza
permitiendo descubrir los blandos de arriba y de tanto humillar pierden de
vista al corcel que haciendo un cuarteo similar al volapié, sale airoso del
trance mientras su enemigo rueda mortalmente herido.
El salto pie a tierra no se hace esperar y en franca comunicación con el
tendido levanta los brazos para recibir la aclamación general, que a estas
alturas de la lidia son de euforia y de locura total, dando así puntilla
final a una actuación más de las cientos que ha tenido en sus casi 10 años
de figura del rejoneo mundial.
Es así como a través de un corto tiempo, el rejoneador navarro ha sido
marcado como un revolucionario del toreo, y aunque él mismo afirma que todo
ya estaba inventado y que él sólo ha desempolvado el rejoneo antiguo, tal
vez a nadie se le había ocurrido torear con engaños de raza andaluza, árabe
o lusitana y con quinientos kilos de peso; ni siquiera a quienes inventaron
el rejoneo.

                       Victor Antonio Santos Moreno-

 

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Toros en El Puerto©casemo 2001