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Solo oreja para El Fandi en San Sebastián

Solo oreja para El Fandi en San Sebastián

13 Agosto 2009

San Sebastián. 5ª Semana Grande. Más de media plaza.

Tres toros de El Tajo (1º, 3º y 5º) y tres de La Reina, bien presentados. Manejables en conjunto,

El Cordobés, saludos y saludos tras aviso.
El Cid, saludos en ambos.
El Fandi, saludos tras aviso y oreja.



 

TOROS:

Seis toros José Miguel Arroyo. Los lidiados de impares, con el hierro de El Tajo. Los pares, con el de La Reina. Preciosa de hechuras y remate la corrida entera. Cumplidora en el caballo, dio juego y se movió con ganas y prontitud. Variada de pintas, estilo y condición. De gran nobleza el segundo, pastueño. De rico temperamento el quinto, codicioso y pronto. Bondadoso el primero, que no descolgó; apagado un noble tercero; de suave son el cuarto; encastado un sexto que mugió mucho.


INCIDENCIAS:

Buena corrida de los dos hierros de Joselito. Dos toros de notable condición en el lote de El Cid, que no se acopla con ellos. Trabajador El Fandi. Teatral El Cordobés. 5ª de Semana Grande. Estival. Más de media plaza.


 

 

CRÓNICA DEL FESTEJO

Toros sí, pero música no


De un día para otro cambió teatralmente la cosa. No el decorado. En tarde clara y luminosa, el tibio ámbito de Illumbe lucía como onírica pantalla. Lo propio de las plazas cubiertas colgadas de un foco de luz natural y cenital. Cambió el coro: un público condescendiente, consentidor, paciente, ingenuo, generoso. ¿De pueblo? ¿De barrio? La parte del público que se hizo presente. Los hubo obsesionados con la música. O con que diera el palco permiso para que la banda se arrancara. Y molestos porque no se arrancaban ni los músicos ni el palco, que sólo cedió, y sin mayor motivo, durante la faena del segundo toro.

El Cordobés y El Fandi se hicieron pasar por víctimas y se prestaron como cómplices perfectos al pleito de la música. De vuelta de muchas ferias y tantos pueblos, los dos sabrían que la música, que casi todo lo tapa y acalla, es la antesala de un triunfo, y que un triunfo es una oreja, valga lo que valga. Para provocar a los músicos y a los ruidosos melómanos, y al guardián del melonar también, El Cordobés y El Fandi se embarcaron, en sus segundos turnos, en faenas de aliento. De aliento por lo largas.

Y en el caso del sexto toro, no sólo porque parecía que tras una pila de muletazos venía otra, y luego otra y otra más; sino porque el toro, de encastado fondo, parecía tener en la reserva una chispa pendiente de prender. Estaba algo encogido. Lloró mucho después de picado y en banderillas. Y en la primera parte de muleta. Pero de pronto dejó de mugir y empezó a ser otro toro. Se encontró por sistema a El Fandi al hilo del pitón y no dentro de los cachos. Había que tirar del toro y, cada vez que salía de embroque o remataba tanda, El Fandi hacía gestos de cansancio. Pero sin dejar de reclamar en el fondo su ración de música.

Es probable que a El Fandi lo desconcertaran los ataques tan veloces del toro en banderillas. Torrenciales los dos primeros. Por pies ganó El Fandi el pitón de entrada y salida, pero se vio forzado a clavar muy trasero porque no dio tiempo a cuadrar con calma. Al toro le faltó sangrar en una segunda vara que se midió en exceso y al tomar la muleta pegó cabezazos de protesta. Luego se templó. Y muy a última hora, en un desplante de El Fandi fuera de cacho pero interpuesto en la querencia, el toro se le arrancó de improviso y le pegó con el testuz un porrazo tan fuerte que lo tiró de espaldas.

Como un boxeador sobre la lona cayó El Fandi, que estuvo enseguida de pie. Y ya no hizo falta ni pedir música. Cerraron filas los del coro, el toro se echó tras una estocada, estuvo a punto de resucitar dos veces, afloraron pañuelos, se blandieron almohadillas y el postre de la función fue una oreja. De ese sexto toro tan original y tan guerrero. Que no fue el más propicio de la corrida, ni el más bondadoso ni el más bravo. Mansos no hubo. Sí un toro distinto. Seria de reata aparte.

La corrida de los dos hierros de la familia Martín Arranz-Martín Arroyo (Joselito), Toros de El Tajo y Toros de La Reina, vino surtida de tipos y pintas. Y también de sangres. Para compensar la dureza de ese sexto toro que tanto le hizo sudar, El Fandi se llevó en el lote, y lo toreó por delante, un noble jabonero, bello y sin misterio. Mal medido el castigo en dos varas de hacer mucha sangre, suelto del caballo y tratado como si fuera una máquina de coser, el toro acusó la paliza de tantas fatigas: los puyazos, las carreras de tres pares de banderillas, muletazos a granel, molinetes en cadena. Y se apagó.

Fuerzas justas

Sumiso por noble, las fuerzas justas, el cuarto se dejó manejar por El Cordobés en faena de más tablas que recursos. De no soltar el toro en las repeticiones. Y de no ponerse por la que pareció templada mano izquierda. La gente estuvo más pendiente de la manera en que El Cordobés jugaba a ser víctima del palco que de lo que de verdad estaba pasando. Antes de la querella de la música, estuvo a punto de producirse en silencio un grave accidente. Ese mismo toro tan noble arrolló a El Chano –banderillero agilísimo- en la salida de un puyazo y le pasó por encima pero rozando. El Chano cometió la imprudencia de ponerse en pie cuando todavía estaba sin librar el toro y sólo por fortuna esgrimió una embestida que pudo haberle atravesado. Se había levantado de espaldas al toro cuando el toro hizo por él. El Cordobés no hizo más que tapar al toro que rompió plaza y que no descolgó y hasta se distrajo un poco. Faena circunstancial. De mera habilidad.

Los dos toros de la corrida entraron en el lote de El Cid. El de más clase y bonanza, un segundo de exquisito estilo. Y el más codicioso, un quinto que, venido arriba, repitió con carácter. Desbordado por ese quinto, El Cid no logró encajarse más que en momentos contados. Se fue de embroque antes de reunirse o en el momento de la reunión. Acelerado y agarrotado, pasó un calvario. El trasteo, prolijo, no tenía ni aire. Ni música. Casi a cara de perro esta pequeña batalla del Guadalete, que, luego de un desairado desarme, El Cid solventó con una estocada desprendida. Tampoco al segundo le encontró El Cid la manera. Le perdió pasos, lo toreó muy por fuera y con la muleta montada hasta la exageración. Ni con la diestra ni con la siniestra. Era el Día Internacional de los Zurdos. No lo parecía. Un metisaca en los bajos le hizo al toro sangrante ojal y un boquete casi en el vientre, por el que chorreaba. La muerte vino al tercer asalto. Y, sin embargo, animaron a salir a saludar a El Cid. Y salió.

Colpisa - Barquerito



 






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