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Perera, arrollador, cuatro orejas y un rabo, y una Cayetano, puro clasicismo

Miguel A. Perera

Perera, arrollador, cuatro orejas y un rabo, y una Cayetano, puro clasicismo

22 Marzo 2009

Castellón. 8ª Feria. Casi lleno. Toros de Vegahermosa, terciados y justos de presencia.

Francisco Rivera Ordóñez, silencio y división.
Miguel Ángel Perera, dos orejas tras aviso y dos orejas y rabo tras aviso.
Cayetano
Rivera Ordóñez, silencio y oreja.



FICHA DEL FESTEJO

TOROS:

Seis toros de Vegahermosa (Borja Domecq e hijos). Corrida de variadas hechuras: justita de trapío en general. Pobres de cara quinto y sexto. De juego diverso: el cuarto fue un toro de carril. De gran bondad pero frágil el primero; muy noble el segundo; adelantó por las dos manos el tercero; un punto brusco el quinto; el sexto, escupido del caballo y mugidor, se dejó bien y mucho. Fue, por tanto, corrida de buen juego.

ESPADAS:

Rivera Ordóñez, de añil y oro, silencio y leve división.

Miguel Ángel Perera, de azul cobalto y oro, dos orejas tras un aviso y dos orejas y rabo tras un aviso.

Cayetano, de turquesa y oro, silencio y una oreja.

INCIDENCIAS:

Lleno


 

CRÓNICA DEL FESTEJO

Perera, arrollador, cuatro orejas y un rabo, y una Cayetano, puro clasicismo

Fin de feria de la Magdalena: una corrida de general buen son de Vegahermosa, Perera aparece como el torero locomotora del último año, Rivera Ordóñez cumple bien

Dos conceptos distintos: el “vamos a reventarlo” de Perera y el “vamos a acariciarlo” de Cayetano. El afán de reventar un toro, y en este caso dos, hasta dejarlos como quien dice disecados fue visible y manifiesto en Perera, que, haciendo honor a la clave del asunto, los tumbó sin puntilla. De muerte resistidísima, y jaleada porque fue muerte de bravo, rodó el segundo de corrida. En el embroque de la estocada Perera soltó el engaño y, aunque trasera, resultó letal la herida. El quinto, que tuvo una chispa de genio protestón, también rodó patas arriba y sin resistirse tanto. Toros reventados con la espada. Y, fresca la imagen de la muerte, se desató la pasión. Se contagió el palco y cayeron las orejas a pares y hasta un rabo, que pareció una exageración.
La apuesta de Cayetano fue, en los dos turnos también, de muy notable delicadeza. Embroques de los de convencer al toque: no tanto de enganchar al toro como de prenderlo o seducirlo. Y acompasar los muletazos sin la menor violencia. Muy encajado Perera en general, como si se hubiera atornillado. Posado, en cambio, Cayetano, para, desde leve postura, sacar los brazos, mecer pecho y cintura en embroques y salidas, ligar sin perder ni ganar pasos sino tan sólo girando en puntillas o plantas o talones. Una cadenciosa forma de torear.
Testigo de ese severo contraste entre Perera y Cayetano fue Francisco Rivera Ordóñez, en una tarde por cierto muy templada: con el capote y con la muleta. Pero, si templada, también despegada. O sin el ajuste que parecía exigir la mayoría. La mayoría llegó a bramar con los alardes de Perera. Con su manera de esperar de largo a sus dos toros en los primeros muletazos de tanda, abiertas por sistema en la distancia. Con su manera de someterlos, tanto al dócil segundo como al renegadito quinto. Con su generosa abundancia, pues, por largas, las dos faenas de Perera tuvieron su correspondiente cuota de destajo. A una y otra las castigó un aviso enviado con notorio retraso en ambos casos y protestado por la gente como si eso fuera hacer de menos al torero.
Se celebraron como acontecimientos la trenza en circular que fue solución final de la primera faena y, lo más difícil de todo, la manera de aguantar las miradas del quinto, que le venía por la mano izquierda sin terminar de descolgar ni de fijarse ni rebosarse. También con ese toro Perera se adornó en péndulos temerarios de última hora. Antes, fueron incontables las tandas, más de siete y menos de diez, en que se embarcó Perera sobre una sola idea: en las rayas el torero, en el platillo el toro, y una escalofriante firmeza para sostener el primer viaje. De la firmeza al reventón, sobre el palo del toreo en serie. Con una mano y otra, con autoridad, poderosamente.

Ataques

No siempre el mismo ritmo ni siquiera el mismo temple. Los ataques, a toro zurrado, llegaron a resultar excesivos en el primer toro. La porfía para enganchar al quinto se tomó con razón su tiempo, porque el toro repuso de partida por la mano izquierda y hasta que no le forzó la cerradura no paró Miguel Ángel, sublime en un doble cambiado en los medios ligado en un palmo. No fue su día con el capote: ni lidiador ni artista, pero sí profusión de lances, Y un limpio quite por villaltinas abrochadas con el rizo de una revolera. La música –dos pasodobles tan orejeros y calientasienes como el Nerva y la Ópera Flamenca- se encargó de sembrar euforia. Por eso el rabo.

Antes de acoplarse Cayetano en su segundo turno, el toro, último de la feria, había volcado el caballo de pica en un arreón, se había enredado con las cuerdas de peto y manguito y se había escupido de bravucón. Nadie daba un duro por el toro, que mugió mucho pero sangró bien. Los cuatro muletazos de tanteo con que Cayetano abrió faena fueron de caro compás. El mismo caro compás tuvo cuanto siguió: muletazos despaciosos, de muleta mínima y bien volada, templado el toro en ella. El medio pecho en los embroques, sereno el valor de Cayetano, inspirados los desplantes –el momento elegido, la postura-, clasicismo puro. Hasta que tomó la cosa de pronto, y antes de la igualada, una deriva imprevista: una tanda de rodillazos por alto y cambiados. Entonces reaccionó con fuego la gente que había seguido con relativa tibieza las muchas maravillas anteriores. La estocada fue inapelable pero caída y atravesada. Sólo una oreja, que al lado de la cosecha de Perera, parecerá poco.

Los números no son siempre de fiar. Si Rivera no anda con la espada tan inseguro, le hubiera cortado una o dos orejas a una especie de toro prodigio, de carril, un cuarto de son casi meloso. Rivera se gustó con él. Pero no se embraguetó. Sí lo toreó de capa con temple. Y banderilleó con su facilidad y pillería naturales. El primero, bien domadito, le duró poco. Cayetano aguantó al tercero un gazapeo incómodo. Firme cuando repuso el toro. Ancho el corazón para dibujar en cambios de mano, trincheras y cambiado del repertorio mayor de su dinastía. De manera que se vivió una notable tarde de toros.

Colpisa- Barquerito



 






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