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Emilio de Justo abre la Puerta Grande con dos soberbias estocadas

Emilio de Justo abre la Puerta Grande con dos soberbias estocadas

30 Septiembre 2018

Madrid. Toros de Puerto de San Lorenzo (1º y 3º con el hierro de La Ventana del Puerto), bien presentados, aunque desiguales de volúmenes y alzadas. De juego también dispar, los hubo desrazados y sin celo, frente a toros con movilidad y sin mucha entrega. El mejor, con diferencia, fue el tercero, que se empleó con mayor celo y clase.



Emilio de Justo, verde esmeralda y oro: estocada (oreja), estocada (oreja); y pinchazo, estocada delantera atravesada y descabello (silencio en el que mató por Marín).

Román, de espuma de mar y plata: estocada atravesada que asoma y descabello (ovación tras aviso); dos pinchazos, estocada y descabello (silencio tras aviso).

Ginés Marín, de purísima y oro: media trasera y descabello (vuelta al ruedo tras petición en el único que mató).

Entre las cuadrillas, destacó picando Mario Benítez al cuarto, con el que saludaron en banderillas Ángel Gómez y Pérez Valcárcel. En el sexto lo hicieron El Fini y Manuel Izquierdo.

Marín fue intervenido en la enfermería de "herida en la región mandibular derecha, con una trayectoria ascendente de 5 cms., que produce destrozos en músculo masetero y contunde parótida y nervio facial. Pronóstico reservado".

La plaza registró más de tres cuartos de entrada (16.827 espectadores, según la empresa).

El torero cacereño Emilio de Justo salió hoy a hombros por la codiciada Puerta Grande de Las Ventas tras rematar sus faenas con dos soberbias estocadas que, más allá de otros méritos, le valieron sendas orejas, en una tarde en la que Ginés Marín resultó herido en el rostro de menor consideración.

De Justo, que reaparecía de un grave percance sufrido hace apenas una semana y tras el reciente fallecimiento de su padre, tuvo una actuación decidida y firme, aunque de desiguales resultados, con los dos toros de su lote, pero fue con el acero con el que consiguió la unanimidad.

El primero de la tarde no acabó nunca de entregarse ni de emplearse, a pesar de una aparente movilidad que fue el asidero al que se agarró el cacereño para ligarle muletazos ajustados aunque, como las embestidas, también de trazo corto y algo ligero.

De Justo fue asentándose más a medida que el toro perdía bríos, en un trasteo compuesto pero que no acabó de macizar, hasta que llegó esa guinda que disipaba toda duda: una estocada cobrada por derecho, con perfección y contundencia, que tiró al de Puerto de San Lorenzo sin puntilla. Solo por eso, la oreja fue indiscutible.

Buscó la segunda, la que le abriera la Puerta Grande, Emilio de Justo con el cuarto, un voluminoso y cornalón ejemplar de casi 600 kilos y con una acusada querencia a chiqueros desde que salió del caballo.

Extrañamente, se empeñó en torearlo en los medios, justo en el terreno donde más se negaba el toro, que por eso cabeceó molesto y se defendió con incertidumbre, obligándole así a un doble esfuerzo lidiador.

Ya en el último tramo del trasteo, el astado tomó claramente el camino de la querencia, y fue allí donde sin tanto problema De Justo pudo lucirse con más claridad en una serie de derechazos y unas ajustadas manoletinas, que compensaron la falta de mayor lucimiento anterior.

Hasta que de nuevo logró poner a todos de acuerdo con otra estocada hasta la bola de limpia y perfecta ejecución, pasando el pitón con rectitud y gallardía, para cortar así ese segundo trofeo que le valió su primera salida a hombros de Las Ventas.

La cara amarga de la corrida fue para Ginés Marín, al que el último toro, sin raza y rebrincado, soltó un seco navajazo en el rostro cuando apenas comenzaba la faena de muleta. Trasladado a la enfermería, el joven diestro de Badajoz se quedó sin opción de mejorar la impresión que había dejado con el tercero, que fue con diferencia el mejor de la corrida.

Marín supo aprovechar las repetidas embestidas que tuvo ese otro toro, a pesar de sus 609 kilos de peso, consiguiendo ligarle varias series de muletazos por ambos pitones, aunque sin que los pases tuvieran el suficiente pulso y mando como para gobernar más y mejor a un animal que lo pedía para sacar su auténtico fondo, el que se vio en los salpicados momentos en que el matador dio con la tecla.

Con todo, fue faena vistosa y vibrante, bien envuelta formalmente por Marín, que pudo haber paseado otro trofeo de haberla cerrado con un espadazo como los de su paisano.

También Román resultó aparatosamente volteado por el segundo, un toro bajo de raza que le prendió en un descuido y, ya en el suelo, le propinó dio una auténtica paliza, de la que salió afortunadamente sin cornada.

Y no hubo más reseñable, ya que ni éste ni el quinto, también desrazado y con tendencia a salirse distraído de las suertes, dejaron a Román más que poner voluntad en dos trasteos forzosamente deslucidos. EFE

 



 






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