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Orejas para El Juli y Manzanares

Orejas para El Juli y Manzanares

26 Agosto 2010

Bilbao.. Sexto festejo de las Corridas Generales. Cartel de no hay billetes. Se han lidiado toros de El Ventorrillo, bien presentados y juego desigual

Enrique Ponce, silencio y vuelta al ruedo con petición tras aviso;
El Juli, silencio y oreja y
José María Manzanares, ovación y oreja con fuerte petición de la segunda

Se desmonteraron Juan José Trujillo y Luis Blázquez tras parear al tercero.
 



Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. Lleno hasta la bandera. Nublado y bochornoso.
Cinco toros de El Ventorrillo (Fidel San Román), de variadas hechuras y desigual condición, y un sobrero –5º bis- de Ortigao Costa, cinqueño, noble y bueno. El sexto titular fue el mejor de todos; dio muy buen juego el tercero; se rajaron de cobardón el segundo y de manso el cuarto. Manejable el primero.

Enrique Ponce, de azul marino y oro, silencio y vuelta tras un aviso.
El Juli, de tabaco y oro, silencio y una oreja.
José María Manzanares, de marengo y oro, saludos tras un aviso y una reja.


Los dos toros de mejor aire de la corrida de El Ventorrillo cayeron juntos en un mismo lote. Primero, un tercero boyancón que, al lanzarse, echó las manos por delante, pero que se fue dando poco a poco y nunca del todo: la cara arriba en los viajes de mano diestra y, en cambio, humillado el viaje por la siniestra. Fue muy medido en varas y una vez más se aplaudió en Bilbao no por picar bien sino por picar poco. Se vino arriba en banderillas con vivo galope y le dio un giro al son de la corrida, que, a plaza abarrotada, venía algo torcida.

Dos enormes toros de Bilbao para abrir boca y cortar la respiración. Remangados de pitones, amplísimas pechugas frondosas y un lustre nada común, ni siquiera en pintas rubias. El primero, pegado en exceso en varas por Manolo Quinta, tendió a quedarse corto y defenderse entonces, tuvo frágil fondo y se frenó sin aviso. Ponce estuvo hiperactivo y en muy corto tramo le pegó unos cuantos muletazos de más. De pronto hizo gestos a la galería de que el toro no servía, por si alguien no se había dado cuenta, y rindió cuentas de estocada caída, ladeada y tendida. Y sin muerte. El toro se aculó en tablas, se echó, se levantó y volvió a echarse.

Al segundo, tan hondo como el quinto que completaba lote, lo recibió El Juli con cinco despaciosos lances de manos bajas pero sin apenas eco. Como tantos de los detalles digamos técnicos que El Juli prodiga generosamente. Iba a haber de esos unos cuantos a lo largo de la tarde. El toro metió los riñones en el caballo pero echó la cara arriba y salió tambaleante. La segunda visita al picador se saldó con picotazo y un “¡vale!”. El toro se había acostado por la izquierda mucho –sería un vicio de manejo- y El Juli, abierto en los medios sin demora, se puso por la otra mano y suavemente: como si le diera confianza. Dos tandas finas. Al abrirse, el toro ya buscó con la mirada las tablas. Era su sino. El Juli se cambió de mano. Del tercer viaje ya salió el toro de naja. Intentos de sujetarlo que fueron estériles. Ni en la paralela de tablas ni mucho menos en la perpendicular resistió el toro un segundo viaje. Sin perder tiempo, cambió Julián de espada y cobró un sopapo marca de la casa.
La corrida traía tres toros de familias o reatas afines: los dos de El Juli y el segundo de Manzanares. Un poco abisontados los de El Juli: muy frentudos y cortos de cuello para el tronco que los soportaba: Vueltos los cuernos, negros los pitones. De pinta castaña y albardados. El sexto, de tan buen aire, fue como los de El Juli pero en escala reducida. Se llevaban apenas cuarenta kilos según los pesos oficiales. Pero, como iba corrida tan abundante, el toro que cerró parecía el hermano menor. El más bajo, corto y ligero. El más bondadoso también. Bueno para todos: para el ganadero, para el torero y para el público. Ni un primer puyazo excesivamente caído, ni el hecho de desmontar sin derribar al piquero, que a veces descompone a los toros, nada perturbó el carácter del toro, al que Manzanares pegó de salida lances a pies juntos algo mecánicos.
También al tercero lo había intentado fijar con un par de lances a pies juntos; luego, hubo que abrir el compás. Lances de torsión exagerada. Con sus virtudes y sus pegas, ese tercero se empleó sin pruebas. Por la mano incómoda, la derecha, Manzanares le pegó de uno en uno muletazos tapados bien compuestos; por la izquierda, se rompió más. A la faena, larga y justa de imaginación, le faltó continuidad. Una trinchera enroscada muy bonita. Media estocada cobrada a paso ligero. Los capotes de brega hicieron tragarse la otra mitad de espada al toro, que no se echaba. Un aviso. Dos descabellos.

El cuarto, único negro del envío, destartalado, fue de basto remate. Se quitó el palo o protestó. Ponce no dejó a El Juli entrar en su quite y, aunque no era toro para quitar, se dejó ver el detalle. Ponce, por cierto, quitó por delantales discretos. Después de una notable tanda con la diestra sacada a pico del hocico, este cuarto iba a rajarse con bastante peor estilo que el segundo. De mansa manera. En tablas le buscó las vueltas Ponce en una pelea muy pundonorosa, de habilidad y riesgo porque se podía tapar al toro pero costó aguantarle los arreones. La cosa estuvo clara enseguida y la pelea, ganada muy resueltamente por Ponce, que se empeñó en prolongar el número de asaltos cuando el toro ya estaba KO y deseando irse. Y se fue. Costó igualarlo y sujetarlo más que gobernarlo y al fin cobró Ponce un bajonazo. Los mulilleros tardaron un siglo en enganchar al toro y se espantaron los caballos tres veces, pero no cundió una petición de oreja minoritaria. Pese al bajonazo, Ponce se pegó una vuelta al ruedo amilongada y de muchos golpes de pecho.

El quinto, tremendo, quiso hacer el llamado salto de Fossbury pero no pudo con el listón cimero de la barrera y se lesionó. Estaba muy agitado. El Juli le pegó cinco lances calmantes y bien dibujados. En dos varas el toro empujó con el cuello y no los riñones, se fue al suelo, lo devolvieron. Saltó un sobrero cinqueño y atacado de kilos, colorado ojo de perdiz, de la parte ya no tan nueva de Ortigao Costa –de El Torreón-, noblito y bueno. El Juli quitó por chicuelinas después de dejar al toro soltarse y, en fin, lo cuajó de muleta después con su autoridad de tantas tardes: en los medios, con precisión algebraica, con la pureza del toreo de poder y temple: enganchados por delante los muletazos, cosidos sin perder pasos, larguísimos los naturales, codilleritos los pases con la diestra para mecer al toro por la mano que más costaba.

Y no sólo el aquí paz y después gloria, sino el sentido común de la faena, armada por tramos y pausas que fueron oxígeno para el toro. A cámara lenta las últimas tandas, que volcaron un ambiente ligeramente distante. Hasta que en pleno recreo se encontró El Juli con el pitón del toro en la chupa y el chaleco, y casi una cornada. Julián resolvió con un molinete el trance: detalle muy notable. La igualada sencilla y segura, caído de hombros Julián, y una estocada ligeramente desprendida.

Manzanares salió arreadito después, pero no por todas. Con el ambiente a favor como si soplara el viento de popa. A mitad de faena, servida por música generosa, faltaba todavía una tanda limpia y redonda. La música fue sordina para las voces exageradas en los cites. Cambios de distancias y de mano, como si Manzanares tocara toca las teclas a la vez. Una tanda de muletazos rehilados sin soltar toro. La belleza de otra con la zurda. Una buena estocada.

Colpisa - Barquerito

 



 






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