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Primera puerta grande de la feria para Castella

Primera puerta grande de la feria para Castella

14 Mayo 2009

Madrid. Jueves 8ª de Feria. Lleno de 'no hay billetes'.Toros de Garcigrande, desiguales de juego.

Morante de la Puebla, silencio en ambos.
Sebastián Castella, oreja y oreja.
Alejandro Talavante, silencio tras aviso y silencio.

El banderillero Rafael Cuesta, de la cuadrilla de Morante de la Puebla, ha resultado cogido por el cuarto de la tarde.

Parte medico "Herida por asta de toro en el tercio superior de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria descendente de 25 centímetros con destrozos de los músculos abductores, con un orificio de salida en el tercio inferior de la cara posterior. Pronóstico grave. Trasladado a la clínica de La Fraternidad.



FICHA DEL FESTEJO

TOROS:

Seis toros de Garcigrande (Domingo Hernández). De desiguales hechuras. Bien rematados segundo, tercero y quinto. Muy serio el sexto. Dieron buen juego esos cuatro, con sus renuncias y sombras. Deslucidos primero y cuarto.

ESPADAS:

Morante de la Puebla, de marengo y oro, silencio en los dos.

Sebastián Castella, de malva y oro, oreja tras un aviso y oreja tras un aviso.

Alejandro Talavante, de verdolaga y oro, silencio tras un aviso y silencio.

INCIDENCIAS:

Tarde feliz y rotunda del torero de Beziers en versión renovada: templado, inteligente, tan valeroso como siempre, capaz de improvisar y de volcar plaza y ambiente. El banderillero Rafael Cuesta cogido por el cuarto cuando bregaba. Cornada grave de 25 cms. en el muslo con destrozos de aductores.
La infanta Elena, en el Palco Regio.

Parte medico "Herida por asta de toro en el tercio superior de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria descendente de 25 centímetros con destrozos de los músculos abductores, con un orificio de salida en el tercio inferior de la cara posterior. Pronóstico grave. Trasladado a la clínica de La Fraternidad


 

CRÓNICA DEL FESTEJO

Castella, a hombros y en aire de figura mayor

Sereno, elegante, paciente y distinguido Morante. Sin toros propicios. Los dos deslucidos de la corrida de Garcigrande se colaron juntos en su lote. Distraído, dolido, topón el uno; de rácana pereza el otro, que, rebrincado en medias embestidas, fue toro sin fijeza y venido abajo. Sólo dos lances de gran dibujo le pudo pegar Morante al primero, que trotó y no galopó; al cuarto, nueve de linda brega, y de dentro afuera, para tratar de fijarlo. Cuando iba a rematar Morante, salió a destiempo Rafael Cuesta, que estaba de lidiador, y se distrajo el toro con él. El toro, bizco y acarnerado, de raro remate, desparramaba la vista. La cara arriba, por tanto. Suelto salió de una primera vara. Cuando lo llevaba al caballo para la segunda, Rafael Cuesta salió prendido y corneado. Pareció cruzársele el toro justo antes de embrocarse. Nadie perdió la calma.

Al primero de los dos toros de Talavante también salió Morante por sorpresa en un quite. De largo se vino al reclamo de Morante el toro, el lance fue espléndido, pero al salir de embroque el toro pareció descaderarse. Hubo que cortar. Los dos trasteos de Morante tuvieron torería. Ni los cabezazos del primero ni el incierto remoloneo del cuarto llegaron a ponerle a prueba ni los nervios ni el asiento. Hermosa la manera de estar. No es que no pasara nada. Morante debió de sentir que estaba con él la gente. Era otro el ambiente de la plaza. En la octava tarde de San Isidro parecía el Madrid caro y bueno. Que es de Morante.

El que caldeó de verdad ese ambiente fue Sebastián Castella en tarde grande. Sembrado el torero de Beziers. Una seguridad casi insolente, dominio mayúsculo de la escena y de los recursos con que armar dos faenas tan poderosas como delicadas. Se tuvo la impresión de que Castella iba a salir en triunfo nada más verlo asomar por la puerta de cuadrillas. El pálpito que provocan a veces algunos toreros. Se cumplió el presagio. Sin prisa, Castella se tomó su tiempo antes de meterse con el primero de lote. Un toro burraco, muy bien hecho y fino de cabos, dócil y noble, que vino a romper en sus manos.

Un arranque espléndido: cuatro muletazos de impecable encaje, por alto los cuatro, y por las dos manos, cosidos, fortísimos, y cosidos a su vez y luego con cinco más por abajo, cambiados o no, con el toro provocado y toreado. Hubo clamor. Tomó la faena peso y vuelo de trabajo caro. Lo fue. No sencillo porque enseguida el toro hizo amago de rajarse, y se estuvo yendo casi por norma del que pretendía ser tercer muletazo de tanda. Tercero después de dos primeros templados, dibujadísimos, firmes.

La manera de buscar Castella al toro para forzarle a seguir sin violentarlo fue sabia. De torero mayor. No hubo un solo enganchón, sino cadencia en cada una de las transiciones obligadas por las renuncias del toro. No hubo tampoco tiempos muertos, y eso fue mérito de Castella también. Una faena seguida con toro tan dado a rajarse no está al alcance de cualquiera. Coces pegó también el toro al salir de suertes, pero siempre lo esperaba Castella con la muleta por delante para convencerlo. Muy bonito el trabajo. Una gran estocada.

La puerta grande

La primera de las dos orejas de esta tarde en que iba abrírsele la puerta grande. La otra, petición mayoritaria pese a una estocada impropia, premió una faena de idea y línea diferentes, y con un toro muy distinto también. El de más carácter del envío. La apertura fue de nuevo espectacular: tres estatuarios, soberbios por la manera de dejar llegar y librar todo el toro, y con ellos, en la misma madeja, dos trincheras y el de pecho. Runrún grande. Sólo dos peros: el viento, que no dejó elegir terreno, y la falta de una tanda redonda por la mano izquierda, porque el toro, que reponía, le pisó a Castella la muleta y lo desarmó. Antes de ese mal calculado intento, Castella toreó a placer con la derecha en dos tandas de temple, ligadas, ajustadas, de impecable asiento. Bien tapado el toro, que tenía una pizca agresiva. Se impuso Castella. Y tragó las dos o tres veces que lo midió o se le resistió el toro. El final, a pies juntos, tuvo el regusto del toreo mexicano de alta escuela. Como el temple mismo de las dos faenas, tan improvisadas y tan lógicas a la vez. De manera que el campanazo fue sonado.

Talavante tuvo a favor los toros, que se dejaron hacer, y en contra el ambiente, que lo estuvo castigando de continuo. Con o sin razón. El viento se puso de cara, a Talavante le costó templar los viajes del toro que se descaderaba de cuando en cuando, el tercero, y abusó de los muñecazos o del toreo en línea, al toque y la suerte descargada. El sexto, de embestida más brusca pero fiable, pudo haber sido de los de subirse en marcha. Los toques por fuera cuando todavía Talavante de tomarle el pulso al toro. Despegadito y en línea cuando se lo tomó. Vertical pero no siempre firme. Codillero unas veces, soltando exageradamente brazos y engaño otras. Un poco mecánico. Con gritos en contra que no servían precisamente de aliento. Como si Talavante hubiera perdido de golpe el favor de su gente de Madrid. O el crédito.

(COLPISA, Barquerito).



 






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