EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA

VI)  Chiquitos pero matones

Un

Ya señalamos el viernes de la semana anterior las características de los toros de casta navarra, y cómo ese reducido tamaño,  comenzamos señalando hoy,  nada tiene que ver con los minitoros que algunos ganaderos, muy pocos, consiguen a base de hacer pasar largos períodos de hambre a las vacas, de las que nacen becerros esmirriados, muchas veces pequeños e inofensivos de armaduras, que son lidiados por “figuras” y hasta indultados. Nada que ver con los que son por naturaleza pequeños, pero demasiado grandes en bravura y astucia, que los picadores que sin experiencia los ven tan menudos, les llaman torillos de Navarra; pero que después, con el escarmiento, les llaman señores toros...», como quedó dicho el pasado viernes.

 

El más antiguo ganadero que criaba y toros de casta de Navarra fue don Bertrán de Ablitas, de Tudela (Navarra), que los lidiaba a en la temporada de 1403. La Hacienda de Atenco,  Valle de Toluca (México), corría ya sus toros en 1552, siendo la más antigua ganadería que existe actualmente. El origen histórico de los toros que se lidiaron en la Plaza de Toros San Pedro, en la ciudad colonial de Zacatecas y, en general, de todos los que se corrieron en las restantes plazas de las naciones Latinoamericanas, estuvo sustentado en dos casos típicos que influyeron decididamente en la formación de las ganaderías americanas. El primero se inició a raíz de la conquista, cuando el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, pariente de Hernán Cortés, obtuvo como repartimiento el pueblo indígena de Calimaya, que con todo su término y otras rancherías que adquirió en el valle de Toluca constituyó la hacienda de Atenco. Entre el ganado que para poblarla hizo llegar de España se encontraban doce pares de toros y vacas navarros, que fueron el fundamento de la célebre ganadería que ha llegado hasta nuestros días conservando fielmente las características del ganado de su procedencia, dejando ahí el inicio de la crianza de ese tipo de toros en México, que en su día abordaremos.

 

          Fueron los matadores españoles Antonio Fuentes -compañero en cien batallas con Rodolfo Gaona- y Rafael Gómez Ortega (El Gallo), los que tras lidiar toros de Atenco, dijeron que «conservaban las mismas características de los toros navarros españoles, y que una corrida de dicha ganadería mexicana, se parecía a otra de Zalduendo o Carriquiri, tal y como si fueran hermanos. Sin embargo, al Estado de Zacatecas sólo llegaron, en su mayor parte, toros de Andalucía y Portugal; si bien, en la plaza de toros San Pedro debieron lidiarse alguna vez toros de Atenco.

 

          No es menos digno de notarse, para ahondar un poco más en su psicología, las raras cualidades de los toritos navarros, no sólo por lo bravo, sino por lo advertidos, armando zancadillas, ardides y acometidas falsas para atacar de improviso y con visible astucia a los caballos indefensos; con tanta raterías -tipo «carmoniana», que no las hará ningún racional con más advertencia. Y si logran desarmar a su contrario, no se cansan en darles cornadas, hasta rendirlos el cansancio... lo que no hacen los castellanos, ni andaluces.

 

          Es por ello que las reses navarras han lucido desde tiempos inmemoriales una bravura seca, primitiva, exenta de cualquier característica que implique entrega y colaboración con los toreros, y que resulta tan espectacular como su propia presencia  y fortaleza físicas. Así que ejemplares como duros y con poco atisbo de nobleza, extremadamente fieros, fogosos, malhumorados, astutos y hasta arteros. En los ruedos, la escasa presencia la compensan con creces, por su dureza, el fervor de los aficionados de hace siglos. Cuentan las crónicas de la época que estos astados se arrancaban de lejos a los caballos y, cuando hacían presa y los derribaban, se subían sobre ellos y además de cornearles, les mordían y les pateaban con saña, cuando no se hacían sus necesidades encima del jaco.

 

          Un ejemplo de la fortaleza física de estos astados la tenemos en el bravísimo y poderoso toro de la ganadería española de don Nazario Carriquiri -su antigüedad es del (10-07-1864), llamado Llavero, fue lidiado en Zaragoza el (14-10-1860), haciendo honor a su nombre al disponer de todas las llaves de las puyas, al tomar, sin volver la cara un solo instante, nada menos que 53 varas. Por esta hazaña fue indultado y devuelto a los corrales.  Pelos extraídos de la cabeza disecada del célebre  Llavero –además de otras cuatros cabezas también disecada-, fueron utilizados  para determinar el genotipo de la Casta Navarra, como parte de los estudios iniciados por el Gobierno Foral de Navarra, mediante un estudio comparativo de las huellas genéticas por ADN; si bien no existía la seguridad de que las cabezas en cuestión fueran realmente de los legendarios toros navarros a los que se atribuyen.

 

          En la primera fase del estudio se utilizaron pelos extraídos de cabezas disecadas de cinco astados. La primera de ellas correspondió a un toro célebre, Llavero, del hierro de don Nazario Carriquirri, que fue lidiado en Zaragoza el (14-10-1860) y cuya testa conserva el Club Taurino de Pamplona en la capital de Navarra. La segunda se encuentra en Salamanca y pertenece a la familia Fernández Cobaleda. Se trata de un semental de origen Carriquirri que padreaba en la ganadería cuando fue adquirida por don Juan Cobaleda en 1908. Otras de las cabezas fue hallada en una bodega de Cádiz, plaza en la que fue lidiado el animal en cuestión, del que se desconocen más datos. Tampoco se sabe mucho más del cuarto astado utilizado en la toma de muestras y que fue lidiado en Sangüesa, mientras que la quinta cabeza disecada era de un toro de la ganadería de don Victoriano Ripamilán, una de las ramas aragonesa de la Casta Navarra.

 

          En el segundo tercio salía persiguiendo a los banderilleros que acababan de clavarles los rehiletes, sin hacer caso de los capotes con que los otros toreros intentaban hacerle el quite. Le obligaban a saltar la barrera y también las saltaban ellos limpiamente persiguiéndoles con saña. Durante las faenas de muleta estaban dotados de un prodigioso sentido de la anticipación, eran pegajosos y se revolvían rápidamente, además de tirar numerosas cornadas en cada derrote.

 

          Resultaban broncos y muy difíciles para los diestros, a pesar de que aquella época las faenas de muleta era una simple preparación para entrar a matar al toro y de que los diestros de entonces basaban una buena parte de su técnica en la propia rapidez de los reflejos y en la velocidad de las piernas para ponerse a salvo. Así que desde siempre el desbordado temperamento y la facilidad para adquirir resabios de los toritos navarros infundieron el terror de los lidiadores. Pepe-Hillo sentía temor hacia ellos y casi presentía que algo le sucedería. El tiempo le dio tristemente la razón ya que el toro Barbudo, de casta navarra, le mató sin piedad en el ruedo. Fuero chiquitos pero matones… y los toreros hicieron todo lo posible por acabar con la pureza de esta casta tan incómoda y la eliminaron…, pero aún hablaremos de ella una entrega más, la última.

 

         El mismo mes que se inauguró nuestra Plaza Real, concretamente el (24-06-1880), los picadores Emilio Bartolesi, Francisco Fuentes, Manuel Bastón y Ramón Roca Sabaté, le pusieron a los astados: Lobito y Provinciano, de la ganadería española de don Nazario Carriquiri, de pura casta navarra, lidiados en Barcelona la tarde del (24-06-1880): a Lobito, de pelo retinto encendido, 21 varas, dio 13 caídas y mató nueve caballos. Fue uno de los mejores que se han visto en la plaza barcelonesa por lo bravo, duro y noble; y a Provinciano, otro de los mejores que se han visto en la plaza barcelonesa,  20 varas, llevando 12 caídas y perdiendo nueve caballos, sillas, capotes, todo cuanto encontraba en el ruedo corneaba. Persiguiendo al banderillero Añilló, tropezó con un caballo, lo enganchó y lo tiró contra los tableros desde unos 10 metros de distancia.

          

 

 

          Con un total de 13 ganaderías en línea directa desde la fundacional de Casta Navarra, creada por el marqués de Santacara, don Joaquín Antonio de Beaumont de Navarra y Escurra Mexía, a las que hay que sumar las nueve que partieron en dos ramas de la vacada de don Antonio Lecumberry e Isabel Virto, más las derivadas correspondientes, que suman un total parcial de 23, nos dan la cifra de 45 ganaderías de Casta Navarra, más o menos puras, que se desarrollaron entre 1670 y el año 2000. Ello nos da una idea clara del reducido desenvolvimiento de dicha Casta, referido al marco integrado por las provincias de Navarra, Zaragoza, Tarragona y País Vasco. A dichas ganaderías hay que sumar las que con Casta Navarra se desarrollaron en el Nuevo Mundo y en Francia (Véase «Casta Navarra en otros países). También debería tener Casta Navarra la ganadería de Tudela de don Fermín López,  que lidiaba sus toros en la provincia y en Las Vascongadas. 

 

   Juan José Zaldivar 20-2-04           

Volver

casemo - 2004