Gacetilla Taurina

Nº 001 - Sigue la incógnita

No se ha podido descifrar aún con seguridad las características naturales, las virtudes biológicas que alfombran ese gran macro-ecosistema, que se extiende en más de un millón de hectáreas, en el inmenso espacio de la Baja Andalucía, regado en su mayor parte por el legendario río Guadalquivir con sus extensas márgenes, con su capital en Utrera, para que, junto con las dehesas de Dos Hermanas, ambas en la provincia de Sevilla, se constituyeran en una gigantesca fuente de un producto psíquico intangible, tan bravo como noble, único en el reino de los mamíferos, del que es portador exclusivo el toro de lidia: la bravura.

No se comenzó a emplear el término bravura hasta hace relativamente poco tiempo, ya que sólo se utilizaba el término de casta, sinónimo de genio, temperamento, agresividad, etc. Muy pocos pensaron en que bajo esos diferentes términos pudiera existir, casi silenciosamente, toda una serie de virtudes síquicas, anímicas, ocultas de inmenso valor. Enmarcados en ese tan natural como lógico desconocimiento, incontables ganaderos, desde tiempos ancestrales, compraron reses sueltas, o pequeños hatos, como mercancía barata y sin pretensiones, y allá juntaron en su dehesa los diversos hatos, como si fueran simples recoveros, hasta constituir, en no pocos casos, una gran masa de vacunos de todas las edades y pelajes, de procedencia prácticamente desconocida.

Cartujos con las resesFueron las órdenes religiosas de los cartujos, en Jerez de la Frontera y los agustinos en Sevilla, los más insignes compradores o más bien los que adquirieron anualmente grandes cantidades de ganado vacuno procedente de los diezmos, a cuyos recaudadores sí le hicieron compras, pero cuando ya llevaban casi un cuarto de siglo como ganaderos de bravo, que sepamos, y con especial destino de tales adquisiciones para el consumo y labranza, lo que tampoco significa, sin duda alguna, que no apartasen algunas de esas reses para ser toreadas, sin que fueran, durante incontables siglos anteriores, sometidas a ningún tipo de selección.

Sin embargo, la virtud bravura estaba ahí, acompañada siempre de la nobleza, a la espera de ser debidamente depuradas o seleccionada. Mucho tiempo hubo de pasar hasta que alguien adivinara que esos valores estaban escondidos bajo la piel de una extraordinaria fiereza, acometividad sin freno y huída tan inesperada como sorprendente. ¡Que ser tan extraño, tan temido como desconocido, parecía entonces a todos! El problema de saber en nuestros días qué ganadero virtuoso adivinó tesoros tan ocultos sigue realmente vigente. No sabemos quién, pero sí tal vez quiénes, dieron los primeros pasos en dedicarse a depurar las características no deseables en los toros para que pudieran lidiarse mejor y con menos peligros. Lo estudiaremos en la próxima entrega.
 


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