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Perera se impone en un combate que nunca existió en Santander

Miguel A. Perera

Perera se impone en un combate que nunca existió en Santander

23 Julio 2015

Santander. Tres toros de Garcigrande (2º, 3º y 5º) y tres de Domingo Hernández, de presentación uniforme y nada agresiva, dóciles, no ofensivos, salvo el sexto que sacó un punto de raza.  La plaza rozó el lleno en los tendidos.

El Juli: Media muy tendida (silencio); pinchazo hondo, dos descabellos (silencio); estocada trasera (oreja).
Miguel Ángel Perera: Estocada (oreja); estocada perpendicular (dos orejas); pinchazo y media (ovación),
 



El diestro Miguel Ángel Perera ganó a los puntos el mano a mano con El Juli de hoy en Santander, condicionado por la almibarada docilidad de la corrida de Garcigrande y Domingo Hernández, apología de la 'toreabilidad'

ENTENTE CORDIALE

El toro, como todo ser vivo, es único. No hay dos iguales. Pero los seis lidiados hoy en Santander se acercaron mucho a la uniformidad. Por dóciles; por faltos de casta; por carentes de transmisión; por esa nobleza tan almibarada que supone un pacto de no agresión entre hombre y animal.

Faltó la componente de combate que tienen la tauromaquia y un mano a mano, y lo que hubo fue una entente cordiale. La excepción fue el sexto, más vibrante y encastado, más emocionante, en suma.

En el que rompió plaza, El Juli quiso reverdecer tímidamente aquellos tiempos en los que frecuentaba la variedad capotera con un quite por chicuelinas de creciente ajuste.

Tras el tercio de banderillas, el toro hizo amago de rajarse, lo que evitó el peonaje para que aguantara toda la faena fuera de las rayas. Sin emplearse. Iba y venía, sí, pero con poca alma. Juli lo pasó con más acierto por el derecho en labor de calidades acordes con el viaje del astado.

El tercero hizo pelea engañosa en el caballo, sangrando abundantemente. Obediente, bastaba el cite con la muleta retrasada para que la siguiera, sin mucha convicción.

El toreo en redondo tuvo tanto de correcto como de mecánico; de repetitivo y monocorde. Cuando el toro se paró, Juli se metió entre los pitones, tratando de introducir el tono combativo que ya por entonces le faltaba a la tarde.

El quinto mostró andares mortecinos de salida, hasta que el vuelo luminoso del capote en las lopecinas excitó su sistema nervioso. Con la franela, Juli aprovechó su pitón derecho y lo toreó a destajo, sumando derechazos como si se tratase de cumplir un plan quinquenal.

Duró mucho el de Garcigrande y Julián siguió navegando a favor de corriente, con el público satisfecho con la producción en cadena de medios pases. Cortó una oreja.

Salió suelto el segundo de corrida hasta que Perera impuso la ley de la quietud y de pasárselo por la bragueta en cinco gaoneras sin enmendarse. La suerte de varas, un simulacro. Después, el toro se puso a escarbar para, enseguida, embestir con docilidad.

Docilidad perruna, sí, tanta que Perera le pudo enjaretar seis muletazos con las dos rodillas en tierra casi sin rectificar la posición, corrigiendo con el toque en el último instante el ligero acostarse del toro.

No había tiempo ni espacio para la emoción con un animal que más que acometer caminaba con pesadumbre de exiliado. No aguantaba el animalito series de cuatro y el de pecho, ni siquiera llevándole en línea recta. Al público le bastaron algunos muletazos al ralentí y un volapié para pedir la primera oreja de la tarde.

El cuarto tuvo poco fuelle, pero mientras duró Perera apostó por los cites en la larga distancia. Las series de redondos se sucedieron, clónicas, y los olés sólo explosionaban tras los pases de pecho. Cuando el toro se paró, llegó el "arrimón", con no menos de cinco circulares que tocaron el corazón del respetable, que tras volcarse Perera sobre el morrillo le pidió con fuerza la segunda oreja, que el presidente concedió.

El sexto rompió el molde por su punto encastado. Perera intentó tirar de él hasta que un desarme frustró el buen tono de las primeras series. Y, en esto, se hizo la luz. Con el primer y único toro que exigía embarcar muy adelante y llevarlo hasta el final con la mano por los suelos, Perera cuajó dos rondas diestras superiores.

Ahora sí crujieron las palmas y las gargantas. Sobró algo del final, con circulares y el toro describiendo elipses. No ya porque sonara el aviso antes de entrar a matar, sino porque el toro tardó en cuadrar y se distrajo en la suerte suprema, frustrando el volapié.

EFE -  Juan Antonio Sandoval



 






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