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Cuatro orejas para José Tomas y Morante herido en Barcelona

Cuatro orejas para José Tomas y Morante herido en Barcelona

27 Septiembre 2009

Barcelona. 3ª de La Merced. Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados y juego diverso. El segundo premiado con la vuelta al ruedo Julio Aparicio, saludos, bronca y silencio. José Tomás, dos orejas y dos orejas. Morante de la Puebla, oreja tras aviso en el único que mató.


FICHA DEL FESTEJO

TOROS:


Seis toros de Núñez del Cuvillo. El segundo bis –quinto de sorteo-, premiado con la vuelta al ruedo. Toro de tanto corazón como nobleza. Corrida de juego y remate desiguales. El sexto apenas pudo verse pero hizo cosas de gran toro. Se paró el primero; se empleó el tercero; un punto violento el cuarto; manejable el quinto, sobrero, menos toro que los demás

ESPADAS:

Julio Aparicio, de añil y azabache, saludos, pitos y pitos en el que mató por lesión de Morante.
José Tomás, de azul marino y oro, dos orejas y dos orejas.
Morante de la Puebla, de violeta y oro, una oreja.

INCIDENCIAS:

2ª del abono de La Mercé. Lleno. Veraniego, algo de viento .Lesionado en la muñeca, Morante no pudo salir a matar al sexto. Tarde segura, feliz y completa del torero de Galapagar. Brillantes golpes de Morante. Buena corrida de Cuvillo. Y clima político intenso como nube que envolvía el festejo

CRÓNICA DEL FESTEJO

La enésima apoteosis de José Tomás

La corrida de Cuvillo, el cartel con sus burbujas y el cierre de curso de José Tomás fueron cosa de peso y, en muchos momentos, muy brillantes. El talento de José Tomás, un espléndido cuvillo, un maravilloso disparate de Morante... Pero el verdadero peso no estaba tanto en la carne de la corrida como en su entorno político. Dentro de mes y medio, el voto particular de un centenar de diputados socialistas y nacionalistas en el Parlament de Catalunya podría desencadenar la abolición de los toros en Barcelona. La moneda está en el aire.

No pocos tenían la sensación de que ésta iba a ser la última corrida de toros en la Monumental. No eran menos quienes fueron a la plaza para reivindicar el derecho a sobrevivir de la fiesta y a rescatarla de un intervensionismo político que se tiene por gratuito. Las casi 20.000 almas que llenaban la Monumental eran, en conjunto, un manifiesto y, a su manera, un acto de fuerza. Una llamada a la cordura. Una forma de desautorizar la discrecionalidad de los partidos políticos catalanes.

Docena y medio de antitaurinos en el cruce de Marina y Gran Vía. Y miles y miles de aficionados dentro de la plaza clamando al cielo. Mucho de clamor tuvo el espectáculo. Como cada una de las veces que, a plaza llena y en ambiente intensísimo, José Tomás ha toreado en Barcelona desde el día de su reaparición en junio de 2007. A la intensidad habitual vino a sumarse como el gramo que la colmaba la sensación de vivirse los toros al borde del infinito o del final. Un centenar de votos parlamentarios son la espada de Damocles.

Con tan rara angustia de fondo no se había vivido nunca una corrida de toros. La gente se puso en pie unas cuantas veces: al final del paseíllo, en varios momentos de las dos faenas de José Tomás, que fueron de muy distinto sentido, contenido y acierto, durante las dos apoteósicas vueltas al ruedo del torero de Galapagar –con el “¡Torero-torero-torero...!” coreado por diez mil gargantas-, durante la vuelta al ruedo al segundo bis de la corrida de Cuvillo y, sobre todo, al final del festejo, cuando, invadido el ruedo por voluntarios, José Tomás salió izado a hombros. Como la bandera que defiende en Cataluña los toros.

Y la corrida. No falló Cuvillo. Los dos toros del lote de Aparicio costó verlos porque Aparicio, con la excepción de siete lances de arrebato, no estuvo para nada en toda la tarde. Pareció apagarse un primero al que había que provocar; el cuarto, que escarbó, protestó en cuanto Aparicio le tocó los costados. Morante se lesionó al matar al tercero y Aparicio, presencia imprevista, tuvo que despachar el sexto. La clase de ese toro no la pudo tapar Aparicio cuando la renuncia fue absoluta y sin solución.

El toro mejor iba a haber sido el quinto, pero el segundo, hondo cinqueño de serio cuajo, salió tocado de la divisa, cabeceó como desarbolado, cobró dos puyazos traseros, se armó una gresca y fue devuelto. Se corrió turno y José Tomás pudo disfrutar a modo con ese quinto, que tuvo las virtudes emblema del toro de Cuvillo: galope, elasticidad, resistencia, codicia y corazón. Toro de público, de ganadero y de torero. Un par de claudicaciones y escarbaduras, pero alguno pidió hasta el indulto. No era el día.

José Tomás lo toreó con asiento, facilidad, resolución y hasta comodidad. El viento anduvo enredando algún rato. Se calmó. Abierta con estatuarios en los medios y de largo el cite, la faena tuvo dos vértices o dos caras. Toreo en redondo con el toro traído de largo, y de largo llevado también, mecido, ligado y casi siempre templado. Un par de cambios de mano, dos de pecho muy cargados. Y ritmo sin tregua. Ni pausas ni paseítos.

Lo mejor fue, con diferencia, una tanda con la izquierda, casi de perfil José Tomás, con el toro embarcado geométricamente por el mismo vuelto de un engaño plano magníficamente volado al ralentí. Más compuesto y vertical José Tomás entonces que en las tandas previas. Más despacio. A toro domado, un final casi rumboso: trincheras y tirabuzones, el tres en uno. Y un raro intento de torear rodilla en tierra a los Ordóñez, que no salió ni procedía. Una estocada de las de morir. El puntillero levantó el toro y fue desarmado. El cachete prendido. Se lo quitó José Tomás y rodó el toro. De vuelta al ruedo a petición del propio matador.

Como clima tan tropical, no le resultó a sencillo a Morante resistir las comparaciones. Pero las aguantó y, en algún momento, hasta con ventaja. Un tercero colorado, astifino, estrecho, anovillado. Algunos lances de ambiciosa traza pero enganchaditos, un mayúsculo quite de los de muy despacio –de verdad despacio- y una sinuosa faena salpicada de cambios de idea y gobernada por la firmeza. Morante posado en las plantas de los pies y descargando el peso en ellas. Con su punto de torpeza. Pero con su toreo de brazos que, al cabo de un rato, fundió el regusto, la calma y la improvisación que son esencia de Morante. El temple cuando se templó. La gracia siempre. Molinetes, ayudados. Una manera de estar. Tocaron a final de faena el Ayamonte, el único pueblo de Huelva que tiene un pasodoble como Dios manda. Y una estocada casi infame.

El sobrero fue poco toro y raro de conducta. José Tomás lo toreó de capa con caro gusto. Media inmejorable. Un quite por delantales muy airoso. Y una faena que, tras apuestas fallidas porque el toro cabeceaba o punteaba o se metía, vino a encontrar salida de manera impensada: de frente, en muletazos uno a uno, José Tomás rescató el natural de Manolete. Con ese toro de Cuvillo. Pura quietud, a compás el brazo en enganche y suelta, las zapatillas en oblicuo, sutil el giro. Una maravilla. Y casi ahí la igualada. Un pinchazo, ay. Sorpresa: a toro pinchado, una tanda de manoletinas. ¡No puede ser! Pudo. Provocaron más euforia que todo lo anterior. Y una estocada extraordinaria. La firma y la rúbrica. No se sabe si el final

Colpisa - Barquerito

 



 






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