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De valores y otras cosas
25 Octubre 2022El Puerto (Cádiz) Articulo de opinión de Juan M. Quiros
En esta ventana en la que cada quince días “La Plaza Real” me permite dar rienda suelta a mis historias taurinas, hoy quiero hacer un alegato y defensa de los valores que se guardan como oro en paño en este mundo. La educación, el sacrificio, el respeto, la jerarquía, la humildad, la ética y sobre todo la verdad.
Quiero hacer mención en este artículo a dos historias diferenciadas en el tiempo que terminan en el mismo punto.
La primera sucedió en una de esas casualidades de la vida, en una reunion de amigos, Raúl, a la sazón hermano de Gonzalo Capdevila, me comenta; “Quillo, mi hermano tienta en Fuenteymbro, vamos a verlo?”
Y allí nos encajamos en esa preciosa finca donde pasta el ganado de Ricardo Gallardo. Llegamos tarde, la tienta había comenzado y allí habían unos pocos chavales haciendo “la tapia”. Entre esos chavales divisé a uno de ellos al que durante mucho tiempo lo vi yendo a entrenar a la placita del Bar Jamón. Lo recuerdo no muy alto, regordete y con su hatillo al hombro. No tendría más de 12 o 13 años, ese niño ya hecho un adolescente era Gonzalo Capdevila. Y si algo me impresionó fue el respeto y la educación con la que le hablaban todos al ganadero.
“Con su permiso ganadero, ¿puedo salir señor ganadero?, muchas gracias Don Ricardo”. Una educación y respeto que yo pensaba que nuestra juventud tenía olvidada.
Tentando también estaba el joven Víctor Barroso al que le salió una vaca que iría directa al matadero, una marraja. El ganadero ya había dado por terminada la tienta y, en ese momento el maestro que estaba tentando, le dijo al ganadero: “con su permiso Señor ganadero, ¿puede usted echar una vaca más para que toree aquel chaval? Ha tenido mala suerte con su vaca, muchas gracias Don Ricardo”.
Aquel maestro no era otro que José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla, que incluso siendo el que manda en el toreo, respetó como mandan los cánones la jerarquía establecida en la tauromaquia.
La segunda de las historias ocurrió hace poco más de tres meses, en un día de campo que organizó la Sede Cultural taurina “De Sal y Oro” en Lagunajanda.
Ese día tentó nuestro torero Alejandro Morilla. A la finalización, los ganaderos echaron un par de becerras para que torearan varios jóvenes y aficionados, uno de ellos fue el “Maestro Pajarito”. Entre esos jóvenes que se pusieron delante de la becerra había uno, no más de 12 años, rubio, muy diligente y espabilado, toda la pinta de que el apellido Domecq corría por su sangre. Lo primero que hizo al salir fue pedirle permiso a la ganadera; “abuela, con su permiso” y al terminar; “muchas gracias, abuela”. Acto seguido fue su hermano y con la misma educación y respeto pidió permiso para tentar.
Ya no estábamos hablando de un ganadero y un torero sino que aquí existía un vínculo muy estrecho en el que se podría entender que no realizara esa petición. Pero no, en ese momento la ganadera era la ganadera independientemente de ser abuela.
Una vez terminado el “tentaero”, fuimos a dar buena cuenta de una buena olla de berza con su “pringá” correspondiente, con la sorpresa de que las personas que servian la comida no eran otras que los ganaderos y sus hijos.
Vaya lección de humildad y servidumbre nos regalaron María Domecq y toda su familia.
La tauromaquia es la educación y el respeto hacia las jerarquías, la humildad de saber de dónde se viene y a dónde se va, el sacrificio que conlleva y la verdad que hay en el mundo del toro.
Tanta verdad que hasta se pone en juego lo más valioso que tenemos, la vida.
J.M.Quirós

