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Vuelta para Rafaelillo y Savalli en Arles

Vuelta para Rafaelillo y Savalli en Arles

04 Abril 2010

Arles.(Francia) Lleno. Sexta de la Feria de Pascua. Toros de Eduardo Miura.

Juan José Padilla, saludos y silencio;
Rafaelillo, silencio y vuelta al ruedo;
Mehdi Savalli, vuelta al ruedo tras petición y silencio.
 



FICHA DEL FESTEJO


Arles. 6ª de feria. Lleno. Soleado y revuelto. Chubascos en la segunda parte de festejo.
Seis toros de Miura. Un sexto de corrida cinqueño y notable por su bravura en los tres tercios, tres cinqueños más de variado estilo. Oficio de Padilla, garra de Rafaelillo, valor sereno de Savalli

Juan José Padilla, de violeta y oro, saludos tras un aviso y ovación.
 Rafaelillo, de coral y azabache, silencio y vuelta tras un aviso. Mehdi Savalli, de azul cobalto y oro, vuelta tras un aviso y ovación.
 

CRÓNICA DEL FESTEJO


Cuatro de los miuras de la corrida del Domingo de Pascua de Arles tenían cumplidos los cinco años. Dos se llevó Padilla en el lote: un primero de festejo sencillamente monumental, de apabullante presencia, alto de agujas, cárdeno, largo, acaballado pero distinguido. Apretó de verdad en una primera vara larga. Fue un miura clásico: por la prontitud, por la manera de entregarse cuando se entregó y por la forma de protestar cuando protestó. Por la movilidad. Padilla lo templó con el capote, lo lidió con categoría y, con la mano izquierda, le pegó una tanda extraordinaria de tres ligados y despaciosos. Gran toreo. Pero se pasó de faena, la estocada –al segundo viaje- cayó atravesada, el toro tardó en doblar un buen rato, sonó un aviso y el premio, de palmas sonoras, lo compartieron a medias torero y toro.

El otro cinqueño del lote de Padilla fue de pinta exótica, singular. Uno de esos toros pintados como cromos de la tauromaquia de Alcaraz, Ruano Llopis, Roberto Domingo o Luis García Campos. El programa de mano lo dio por “sardo coletero”. Era muchas cosas más. Retintos los pechos, los cuartos delanteros todos; salpicado en tres pelos y chorreado en listas de morcillo un lomo fantástico, curvado, esculpido; listón; rubio y tostado el ancho flequillo de una frente ancha y severa. Zancudo, alto, flaco pero lleno a la vez. Se llamaba Garbancero, dio en báscula 550 kilos.

La piel del toro fue mudando de brillo a medida que se sangraban las heridas de dos puyazos duros y certeros. Entraron nubes cárdenas y plomizas en el cielo del anfiteatro, de Arles y cayeron unas cuantas gotas, pocas pero inmensamente densas. Resbalaron sobre la larga ensilladura del toro, que se apoyó mucho en las manos, pegó cabezazos, hizo de todo y amagó con frenazos. Padilla resolvió con su facilidad natural, prendió tres pares, se puso de rodillas, y luego de pie, por alto, por abajo. La porfía, transparente, fue de engañar Padilla al toro cuando se revolvía. Y de disponer siempre de él. Sin gestos de más. No el Padilla de las grandes escenificaciones dramáticas. Ni el Padilla que dialoga a la vez con la gente y con el toro. Dos pinchazos y una estocada. Se reconoció el talento de fondo. El fondo de torero de vuelta.

Los otros dos cinqueños se abrieron en lotes separados. El sexto fue el más bravo y fiero de la corrida: en el caballo, en banderillas y hasta el final, Un toro Pescador de rizada testuz cárdena, muy frentudo y mofletudo, algo degollado, enroscada la cabeza. Mehdi Savalli, encajado y fino con el capote a la verónica, no del todo preciso pero valeroso en banderillas, se vio de pronto desbordado por la erupción a borbotones de la bravura del toro. No se esperaba tanto. El cinqueño del lote de Rafaelillo fue segundo de corrida y dio más sustos que confianza: derrotes virulentos, trallazos por las dos manos, ataques por sorpresa, acostones. Un auténtico toro de combate, como se dice en el argot torista de Francia. Rafaelillo lo despachó sin afligirse. La gente se puso de parte del toro, que llenaba la escena.

Savalli toreó con asiento, reposo y temple al tercero de la tarde, que bramó mucho y fue, por la mano derecha, algo incierto por mal gobernado. Se estuvo mascando la cogida. Dos o tres veces. Con candor insólito, Savalli le consintió al toro, se lo trajo por delante, le corrió la mano. Estuvo a gusto. Muy en torero clásico: los adornos, los desplantes, las salidas. Pero se pasó de faena y mató de fea estocada delantera y caída.

El quinto, rabón, cabezón, mugidor, castaño, fue algo envenenado: no paró de enredar, desmontó a un picador, sacó la silla de montar por los aires y, si no aparece la providencial mano de Alain Bonijol para tener de las riendas al caballo de su cuadra tan domada, saca al jaco por encima de la barrera. Se acabó llevando el toro una zurra buena en varas. Rafaelillo se dejó ver y decidió atacar por la vía heroica: las espaldinas en cadena, los abanicos ligados al desplante, muletazos purísimos de repente, sabores de toda especie, emoción desbordante porque todo fue de peligrar la vida del artista, que tenía, sin embargo, fría la cabeza. Sabía Rafaelillo lo que hacía. A capón, en corto y por derecho, una estocada delantera de gran habilidad.

COLPISA - Barquerito
 



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