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Triunfo de Aguilar y cogida de Rafaelillo

Triunfo de Aguilar y cogida de Rafaelillo

31 Julio 2010

Azpeitia. Segunda de la Feria de San Ignacio. Con casi lleno en los tendidos se han lidiado toros de Palha, bien presentados, de distinto juego. el cuarto, número 607, de nombre Espaldiho, premiado con la vuelta al ruedo;

Rafaelillo, ovación en el único que mató;
Alberto Aguilar, silencio tras aviso, oreja y oreja;
Javier Cortés, silencio tras aviso y silencio.

Se desmonteraron Juan Navazo , Fernando Téllez y José Mora.
.
 



El espectáculo y la corrida fueron trepidantes de principio a fin. Dos horas y medio en el filo de la navaja. La emoción a raudales; vértigo de catarata; una belicosa, muy diversa y temperamental corrida de Palha en cuya segunda mitad aparecieron dos toros –los dos últimos- con cuajo y armadura de plaza mayor; el público metido dentro de la batalla y volcado con cada uno de sus lances, que fueron muchísimos.
 
Entre tantos lances, dos de extrema tensión. Dos cogidas. El primero de corrida, el más terciado de todos, un toro de gran viveza, correosito y agresivo, se acostó por la mano izquierda y prendió de sorpresa, y al revolverse en las zapatillas, a Rafaelillo, que lo había toreado antes con severo dominio, temple y seguridad por la otra mano. La voltereta fue bestial. De las de asta de molino. El toro había cortado y esperado en banderillas y, después de varas, se había encampanado. Pero la cogida sobrevino tan sin aviso y tan de repente que no dio ni tiempo a interrumpir a la banda el concierto. Estaba sonando “La gracia de Dios”. En un santiamén se levantó Rafaelillo. Con tres sietes en la taleguilla y mudada la color. Pálido, gélido el gesto. Pero entero. Todavía tuvo arrojo para pegarle al toro varios pases, cuadrarlo y atacar con la espada. Al cuarto ataque enterró una estocada.

Antes de arrastrarse el toro ya estaba Rafaelillo en la enfermería. Y en ella sufrió una pérdida de memoria y conciencia. Hasta desvanecerse. Se supo luego que lo habían trasladado en ambulancia a la vecina Zumárraga. Como Rafaelillo no llevaba cornada ni rastro de sangre, y había resistido hasta tumbar al toro, se entendió que el percance no sería mayor. Pero lo fue.

Antes de soltarse el cuarto toro se anunció que Alberto Aguilar mataría cuarto y sexto porque Rafaelillo no podía seguir. Se corrieron turnos. El que iba a ser segundo de lote de Rafaelillo, cuarto del sorteo, se jugó de sexto. Fue un largo y hondo toro de formidable trapío, bizco, armado por delante. Siendo la corrida muy guerrera en el caballo, este sexto sólo cobró al relance un primer puyazo que remató con una impropia coz antes de irse suelto y una segunda vara que apenas le hizo sangrar. Espabilado en banderillas, crudo pero de acompasado galope, acabó resultando el de mejor son en la muleta: el único que de verdad metió la cara y repitió por abajo con ritmo no díscolo. Pese a la agresividad, fue un toro armónico.
Con él vino a convertirse en héroe de la corrida, de la tarde y de la feria Alberto Aguilar. Un torero madrileño de la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, relativamente nuevo, desconocido para la mayoría de los testigos, postergado prematuramente y rescatado del olvido gracias a sus muchas gestas en plazas francesas donde se juegan toros de ganaderías duras. Gestas, durante los dos últimos años, que han trascendido entre profesionales pero sin más resonancia. Ésta de Azpeitia será gesta célebre.

Además del percance de Rafaelillo, y de una cogida sin más consecuencias que una voltereta monumental que el segundo de corrida le pegó al puntillero, el lance más serio fue la cogida aparatosísima que Alberto Aguilar sufrió al volcarse con la espada sobre el testuz del cuarto toro, que en el mismo momento de tragarse la estocada levantó ferozmente a Alberto los pies y lo dejó tundido de una paliza. Mareado, perdido pasajeramente, Alberto tuvo fuerza para ver doblar en tablas al toro, premiado con una discutible y discutida vuelta al ruedo. Fue de valor una faena de fantástica electricidad, pero de aguante y poder. De sujetarse Alberto en los primeros viajes arreados del toro y de atreverse a ganarle pasos y el pitón contrario en señal de dominio. Cautivadora la ardorosa presencia de Alberto, de corta estatura pero torera presencia. De una decisión contagiosa, de una firmeza sobresaliente.

Después de la cogida, pasó a la enfermería, pero salió para matar al sexto. Al verlo por el callejón ya de vuelta, rompió en aplausos la gente. El torero pareció sentirse conmovido. Era como el Ave César de los gladiadores. Y no en gladiador, sino en torero cabal estuvo de nuevo Alberto con el inmenso sexto, le bajó la mano, lo trajo y llevó toreado, se despatarró, lo ligó, se lo pasó muy cerca y lo gobernó con soberbia. Una estocada. ¡Perfecto! Con el aire defensivo del segundo no se arredró, sino todo lo contrario. Pero no pasó con la espada. Sonó el segundo aviso cuando rodaba el toro.

El toro de peor genio de la corrida de Palha fue un tercero de ancha cuna, que apretó desde el comienzo, se frenó y revolvió, pegó tornillazos y acabó rajándose. Muy sereno con él Javier Cortés, que está en primer año de alternativa pero no lo parece. Tragó paquete, anduvo listo, cortó a tiempo y pinchó, eso sí, seis veces. El quinto, que de salida se emplazó y escarbó, salió bastante más manejable, pero aprendió muy pronto y fue de esos toros que, se dice en la jerga, no regalan ni un viaje. Por eso mismo fue toro de tensión. Interesante el seguro arrojo con que el joven Cortés le anduvo sin perderle la cara

Colpisa - Barquerito
 



 






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