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Miguel A. Perera
Un deslumbrante Miguel Ángel Perera sale a hombros en Valladolid
07 Septiembre 2012Valladolid. Media plaza en tarde de mucho calor. Se han lidiado toros de la familia García Jiménez, el tercero sobrero de la misma ganadería devuelto a los corrales por su debilidad de remos. Muy bueno y ovacionado el tercero-bis, también han sido buenos el segundo, cuarto y sexto. Han manseado el primero y el quinto, que han sido pitados en el arrastre.
David Fandila "El Fandi", saludos y ovación.
Sebastián Castella, saludos tras aviso y ovación.
Miguel Ángel Perera, dos orejas y oreja tras aviso.
PERERA 'REVIENTA' LA FERIA DE VALLADOLID
Después del tercio de banderillas, tan espectacular como aplaudido por el público, "El Fandi" realizó una faena deslavazada, en la que recorrió toda la plaza. No fue solo culpa del diestro pues el toro, después de cada serie buscaba las tablas sin disimulo. "El Fandi" volvió a encandilar a los espectadores en banderillas a su segundo enemigo. Luego la faena se desarrolló con intermitencia pero siempre sin alcanzar ningún relieve artístico.
A su primer enemigo, Sebastián Castella, después de unas verónicas sin relieve esculpió un quite por chicuelinas de alto voltaje artístico. Con la muleta, el diestro francés llevó a cabo una labor tan correcta como carente de vibración. El toro, de una bondad franciscana, carecía de emoción pero el diestro tampoco puso pasión para transmitirla. En su segundo enemigo, pese a sus denodados esfuerzos, no logró estructurar un trasteo compacto ante un astado que salía suelto de un muletazo sí y otro también. El público agradeció su indiscutible voluntad.
Miguel Ángel Perera en el platillo y unas verónicas que nos recordaron las de su apoderado Fernando Cepeda, un virtuoso de esta suerte. Luego un quite por tafalleras, que remató con dos gaoneras, resultó un auténtico deleite. La faena que realizó después a este su primer toro hay que inscribirla en los anales de esta plaza. Toreó a placer en una obra tan intensa como bella, con la muleta siempre en el hocico del toro y siempre sin ningún roce, limpia, cristalina. Instrumentó series que poseyeron tanta templanza como hondura y una largura como pocas veces nos es dado contemplar. Imprimió los muletazos más largos que se podía soñar. La estocada puso punto a la apoteosis. Punto pero no final porque ahí ha quedado en el ruedo vallisoletano para el recuerdo.
En el último de la tarde, Perera dictó otra sinfonía taurina con toda la trompetería de quietud, temple, mando, lucidez y maestría, pero además de que el toro no fue igual que el anterior, el diestro extremeño, que se sentía y se motivaba más en cada serie, alargó la faena y costó que el toro cuadrase. Sonó un aviso antes de entrar a matar. Cuando el toro cayó, el público se entregó al coloso, al colosal Perera de esta tarde. EFE