EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
II) ¿De dónde vienes?, majestuoso toro.
S.- Tengo la impresión de que el fragmento
radiofónico de hoy, de nuestro colaborador Juan Zaldívar comienza con
el tema de mis preferencia, cual es saber de dónde viene el toro bravo. S.-
¿Quién fue esa niña María?
Z.- Era hija de don Marcelino Sanz de Sautuola, gran aficionado a
la arqueología, que mientras escarbaba arrodillado y ensimismado a la
entrada de la cueva de Altamira, cerca de la costa cantábrica española-
la pequeña se adentró curiosa a su interior y de súbito le llegaron
al padre sus gritos desde una de las habitaciones rocosas de la cueva,
diciéndole "Papá, ven en seguida !Toros! ¡Toros!". Hay que
suponer la impresión y el desconcierto de su padre. Eso ocurrió en
1879 y don Marcelino falleció en 1898.
Y somos precisamente los hombres los que cada día hablamos menos
de ti, rey de la Zootecnia, de todos los animales creados. Cada día se
piensa y escribe menos del pasado en el discurrir de la historia, de las
diversas utilizaciones que nos has prestado, hasta convertirse en lo que
es hoy, un animal especializado, un casi artificial, que nada tiene que
ver con los toros del pasado, el protagonista único, la creación
cumbre del genio de los ganaderos hispanos. Hace miles de años, cuando
aún no le habían manipulado hasta transformar su agresividad natural y
mitológica en exquisita bravura y nobleza, al servicio del
encumbramiento de unos cuantos capeadores -que de lidiar un toro difícil
ni idea tienen, y porque, además, ni a buenos estoqueadores llegan-,
eras adorado, un símbolo de potencia creativa y fertilidad. Todo su
hermoso pasado se está olvidando, en la misma medida en que hablar de
su grandeza resta votos a las urnas de la democracia. La mayoría de los
políticos actuales ni te mencionan. A los toros ya no les queda más
que el Rey Juan Carlos I y un puñado de verdaderos aficionados que los
defienden.
Hay que recordarlo, aunque sea a gritos, que los toros, esos sañudos
y fieros, son de España privativos, un privilegio, y la ferocidad de lo
que aquí se crían en sus abundantes dehesas o cortijos y salitrosos
pastos, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan
notorias desde la más remota antigüedad. Con ello estoy diciendo que
el toro bravo y las corridas de toros forman parte de nuestra propia
identidad,
que el alma de nuestro pueblo trae grabada una inclinación
natural a jugarse la vida enfrentando su astucia e inteligencia para
vencer a la fiera, en lances de una emotividad tan cargada de
sentimiento religioso que sólo quienes lo sentimos sabemos de su cósmica
dimensión, como la midieron los pocos colosos que el arte de torear ha
habido. Ahora, con la implantación de las escuelas, se ha creado un
toreo con idénticas formas, pasos y figuras similares, técnicas muy
depuradas, pero carentes de emotividad y liturgia anímica. Eso es lo
que hay.
Y de ahora en adelante, ocuparemos el espacio restante de hoy y
de la próxima microemisión dedicada exclusivamente al toro bravo, a
descifrar con la mayor claridad posible, de dónde viene el antiguo toro
silvestre ,-sin duda proveniente de un tronco común que desde antiguo
se llamó uro o toro primitivo-, que desde hace incontables milenios se
hizo presente en la Baja Andalucía, que es lo que nos interesa, para en
otra ocasión seguir la trayectoria de algunas de las diversas especies
de ganado vacuno silvestre que transitaron por los bosques húmedos y
lluviosos de Europa Central, de Egipto y el Norte del África. De
entrada, los aficionados o no a la fiesta brava debemos tener, no sin
verdadero orgullo, una idea clara: Los toros bravos, el ganado vacuno
silvestre, sañudo y fiero, fue y sigue siendo una de las principales
riquezas del curso final o bajo del Guadalquivir, conviviendo con cérvidos
(venados y gamos),
jabalíes –hace medio siglo también con
lobos temibles-, y linces, desde hace miles de años, en una
extensa área natural y mítica: las Marismas del Guadalquivir, donde
está mi inolvidable Estación Biológica de Doñana. S:
-Siento curiosidad por eso que dices del tronco común, Zaldívar.
Amigo Serrano. A todo lo largo de la evolución de los mundos
vegetal y animal, desde las formas vivas
más invisibles, hasta los más grandes, tanto de animales como
de gigantescos árboles, y minúsculas plantas, la existencia de troncos
comunes fue una constante. Incluso nosotros partimos de un tronco común
junto con otros antropoides, como los chimpancés.
Siguiendo con el tema, esos toros fieros y agresivos, ellos
siguen ahí, ocupando las extensas áreas de marismas inundadas una gran
parte del año, las zonas de tierra firme y de dunas movedizas -cuyas
arenas comienzan a caminar desde la desembocadura del Guadalquivir,
frente a Sanlúcar de Barrameda, hasta muchos kilómetros después de la
playa de Matalacañas-, hacia tierra adentro; las riberas de las paradisíacas
lagunas interiores de Doñana, las espesas áreas de matorral tipo
mediterráneo, los espesos pinares. Todo ese rico ecosistema natural ha
conservado las especies señaladas desde los más lejanos tiempos. Y de
esos vacunos agresivos, formando diversos grupos con algunas variedades
temperamentales, en los territorios o municipios colindantes a ambas
orillas del Guadalquivir, se comenzaron hace sólo dos siglos los
primeros programas de selección para buscar el toro que hoy torean los
capeadores mecanicistas, o algún que
otro más artista, que después de cortar dos orejas y rabo,
quiere duplicar sus honorarios para la siguiente temporada, cuando
cortar orejas es simplemente cumplir con los que pagamos por verlos. Se tiene sin embargo la creencia de que el toro salvaje no tenía hogar fijo, pues había de vivir errante ante la persecución a que estaban sometidos como animales de caza mayor. Sin embargo, en nuestros años de Becario científico en la Estación Biológica de Doñana, enmarcada en el corazón del extenso Parque Nacional de Doñana, con más de 100 mil hectáreas, se puede tener una idea clara de cómo en tan grande extensión se puede comprender que aplicar el término de “vivir errante” no es correcto, pues, sabiendo que los vacunos han sido desde hace millones de años animales gregarios, es decir, que viven en grupos, a veces numerosos, basta que se les persiga para que en minutos recorran un par de kilómetros y se pierdan entre las áreas arbustivas sin dejar rastro; pero todos tienen una conciencia perfecta de su entorno y tienen siempre un hogar fijo. Los grupos de toros parcialmente silvestres, por ejemplo, de la zona del Coto del Rey, es casi imposible que se salgan del área que tienen y que conocen como su hogar, del que seguiremos hablando. Juan José Zaldivar - 23-01-04 |
casemo - 2004