EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA

II) ¿De dónde vienes?, majestuoso toro.

   

           S.- Tengo la impresión de que el fragmento radiofónico de hoy, de nuestro colaborador Juan Zaldívar comienza con el tema de mis preferencia, cual es saber de dónde viene el toro bravo.  

           Cuánto daríamos por saber con plena exactitud de dónde vienes, ¡oh toro bravo! Están pintadas con exquisita fidelidad tus formas corporales, tu exterior, en las antiquísimas cuevas naturales, las que llaman rupestres, acompañado por los hombres. Son pinturas extraordinarias que se encuentran en un monte cercano a Santander, desde donde se ve el agresivo mar Cantábrico. Son los recuerdos que nos dejaron aquellos primeros pintores de la larga noche de su prehistoria. Allí estuve en el verano de 1951, cuando se podía pasar a su interior con toda comodidad, hacer fotografías y permanecer en aquel templo de la cultura prehistórica dos horas, contemplándote sin prisa. ¡Que maravilla!... y ahí siguen aquellas salas bajo tierra, del primer museo creado por el hombre, la primera Capilla Sextina creada en el Cuaternario, hace entre 20 y 30 mil años. No había  en aquellas paredes macizas ningún signo de la democracia, ni de partidos políticos, ni pancartas de No a la violencia, y menos nombres de políticos insignes, cuando María, una niña de apenas nueva años, la descubrió. Allí estás, toro bravo, compartiendo el medio natural con otros animales, sin que aparezca la violencia, porque Dios nos creó formando un mosaico perfecto, una convivencia maravillosa. Los únicos que deforman, los intrusos en aquellas pinturas, los últimos en haber llegado al planeta Tierra, somos nosotros. Ellos, los toros, están en la Madre Tierra millones de años antes, de que se nos ocurriese bajarnos de los árboles.

S.- ¿Quién fue esa niña María?

           Z.- Era hija de don Marcelino Sanz de Sautuola, gran aficionado a la arqueología, que mientras escarbaba arrodillado y ensimismado a la entrada de la cueva de Altamira, cerca de la costa cantábrica española- la pequeña se adentró curiosa a su interior y de súbito le llegaron al padre sus gritos desde una de las habitaciones rocosas de la cueva, diciéndole "Papá, ven en seguida !Toros! ¡Toros!". Hay que suponer la impresión y el desconcierto de su padre. Eso ocurrió en 1879 y don Marcelino falleció en 1898.

           Y somos precisamente los hombres los que cada día hablamos menos de ti, rey de la Zootecnia, de todos los animales creados. Cada día se piensa y escribe menos del pasado en el discurrir de la historia, de las diversas utilizaciones que nos has prestado, hasta convertirse en lo que es hoy, un animal especializado, un casi artificial, que nada tiene que ver con los toros del pasado, el protagonista único, la creación cumbre del genio de los ganaderos hispanos. Hace miles de años, cuando aún no le habían manipulado hasta transformar su agresividad natural y mitológica en exquisita bravura y nobleza, al servicio del encumbramiento de unos cuantos capeadores -que de lidiar un toro difícil ni idea tienen, y porque, además, ni a buenos estoqueadores llegan-, eras adorado, un símbolo de potencia creativa y fertilidad. Todo su hermoso pasado se está olvidando, en la misma medida en que hablar de su grandeza resta votos a las urnas de la democracia. La mayoría de los políticos actuales ni te mencionan. A los toros ya no les queda más que el Rey Juan Carlos I y un puñado de verdaderos aficionados que los defienden.

           Hay que recordarlo, aunque sea a gritos, que los toros, esos sañudos y fieros, son de España privativos, un privilegio, y la ferocidad de lo que aquí se crían en sus abundantes dehesas o cortijos y salitrosos pastos, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la más remota antigüedad. Con ello estoy diciendo que el toro bravo y las corridas de toros forman parte de nuestra propia identidad,  que el alma de nuestro pueblo trae grabada una inclinación natural a jugarse la vida enfrentando su astucia e inteligencia para vencer a la fiera, en lances de una emotividad tan cargada de sentimiento religioso que sólo quienes lo sentimos sabemos de su cósmica dimensión, como la midieron los pocos colosos que el arte de torear ha habido. Ahora, con la implantación de las escuelas, se ha creado un toreo con idénticas formas, pasos y figuras similares, técnicas muy depuradas, pero carentes de emotividad y liturgia anímica. Eso es lo que hay.

           Y de ahora en adelante, ocuparemos el espacio restante de hoy y de la próxima microemisión dedicada exclusivamente al toro bravo, a descifrar con la mayor claridad posible, de dónde viene el antiguo toro silvestre ,-sin duda proveniente de un tronco común que desde antiguo se llamó uro o toro primitivo-, que desde hace incontables milenios se hizo presente en la Baja Andalucía, que es lo que nos interesa, para en otra ocasión seguir la trayectoria de algunas de las diversas especies de ganado vacuno silvestre que transitaron por los bosques húmedos y lluviosos de Europa Central, de Egipto y el Norte del África. De entrada, los aficionados o no a la fiesta brava debemos tener, no sin verdadero orgullo, una idea clara: Los toros bravos, el ganado vacuno silvestre, sañudo y fiero, fue y sigue siendo una de las principales riquezas del curso final o bajo del Guadalquivir, conviviendo con cérvidos (venados y gamos),  jabalíes –hace medio siglo también con  lobos temibles-, y linces, desde hace miles de años, en una extensa área natural y mítica: las Marismas del Guadalquivir, donde está mi inolvidable Estación Biológica de Doñana.

 S: -Siento curiosidad por eso que dices del tronco común, Zaldívar.

           Amigo Serrano. A todo lo largo de la evolución de los mundos vegetal y animal, desde las formas vivas  más invisibles, hasta los más grandes, tanto de animales como de gigantescos árboles, y minúsculas plantas, la existencia de troncos comunes fue una constante. Incluso nosotros partimos de un tronco común junto con otros antropoides, como los chimpancés.

           Siguiendo con el tema, esos toros fieros y agresivos, ellos siguen ahí, ocupando las extensas áreas de marismas inundadas una gran parte del año, las zonas de tierra firme y de dunas movedizas -cuyas arenas comienzan a caminar desde la desembocadura del Guadalquivir, frente a Sanlúcar de Barrameda, hasta muchos kilómetros después de la playa de Matalacañas-, hacia tierra adentro; las riberas de las paradisíacas lagunas interiores de Doñana, las espesas áreas de matorral tipo mediterráneo, los espesos pinares. Todo ese rico ecosistema natural ha conservado las especies señaladas desde los más lejanos tiempos. Y de esos vacunos agresivos, formando diversos grupos con algunas variedades temperamentales, en los territorios o municipios colindantes a ambas orillas del Guadalquivir, se comenzaron hace sólo dos siglos los primeros programas de selección para buscar el toro que hoy torean los capeadores mecanicistas, o algún que  otro más artista, que después de cortar dos orejas y rabo, quiere duplicar sus honorarios para la siguiente temporada, cuando cortar orejas es simplemente cumplir con los que pagamos por verlos.

               Se tiene sin embargo la creencia de que el toro salvaje no tenía hogar fijo, pues había de vivir errante ante la persecución a que estaban sometidos como animales de caza mayor. Sin embargo, en nuestros años de Becario científico en la Estación Biológica de Doñana, enmarcada en el corazón del extenso Parque Nacional de Doñana, con más de 100 mil hectáreas, se puede tener una idea clara de cómo en tan grande extensión se puede comprender que aplicar el término de “vivir errante” no es correcto, pues, sabiendo que los vacunos han sido desde hace millones de años animales gregarios, es decir, que viven en grupos, a veces numerosos, basta que se les persiga para que en minutos recorran un par de kilómetros y se pierdan entre las áreas arbustivas sin dejar rastro; pero todos tienen una conciencia perfecta de su entorno y tienen siempre un hogar fijo. Los grupos de toros parcialmente silvestres, por ejemplo, de la zona del Coto del Rey, es casi imposible que se salgan del área que tienen y que conocen como su hogar, del que seguiremos hablando.

         Juan José Zaldivar - 23-01-04

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casemo - 2004