EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
III)
¿Desde cuando estás viviendo en España?
En la provincia de Burgos,
cuya capital lleva el mismo nombre y cuya plaza de toros ha licitado o
rellanado una solicitud, por cuarta vez, para tenerla en arrendamiento
el empresario de nuestra Plaza Real,
hay un lugar, mejor dicho, una Sierra llamada de Atapuerca, donde
un grupo de hombres, están dedicados a excavar ciertas zonas en busca
de restos de animales que vivieron hace centenares de miles de años, al
parecer, no se han encontrado todavía restos de huesos de vacunos o
toros primitivos, pese a que ya se han descubierto de muchísimos otros
animales, especialmente mamíferos pequeños y de mediano tamaño, que
vivieron por aquellas tierras hace entre 800 mil y un millón y medio de
años. Así que, como ni en la provincia de Burgos, ni en otros
yacimientos de España, se han encontrado hasta ahora restos de nuestros
primitivos toros, hay que pensar que aún no vivían en nuestro país
durante esas fechas. Es el primer punto de reflexión, de donde partir,
de donde arrancar, para conocer de dónde viene el toro bravo.
El segundo dato o referencia, siguiéndole
la ruta que pudieron seguir los toros primitivos, los primeros, diremos
que tampoco existían toros en las Marismas
de Guadalquivir, pues hace unos varios millones de años, el tamaño
del río Guadalquivir era inmenso, es decir, que la desembocadura tenía
más un centenar de kilómetros y se necesitaron incontables miles de años
para que tuviera el tamaño que tiene hoy. Ello quiere decir que las
aguas ocupaban casi toda las partes más bajas de Andalucía y resultaba
imposible que pudieran pastar las reses vacunas ni ninguna otra. Un dato
interesantísimo, para que tengamos todos una idea clara de hasta donde
llegaba entonces el agua del mar, les diremos que cerca de la ciudad de
Montilla, en la provincia de Córdoba, fue desenterrada en los años de
1960 una ballena completa, por lo que el
mar cubría la ciudad de Córdoba. Nadie puede pensar que
si las aguas llegaban hasta tan dentro de España pudiesen
compartir ese territorio los toros y los grandes mamíferos marinos.
Y así, podemos decir que hasta hace poco más o menos medio millón
de años atrás, pudieron aparecer los primitivos toros en aquellas
antiguas tierras que forman la Península Ibérica, es decir, España y
Portugal. Aquellos primeros toros, de aspecto muy primitivo, se fueron
extendiendo de Norte a Sur y del Sur hacia el Norte, convirtiendo las fértiles
llanuras, a cada lado de nuestros ríos en sus hogares, donde
encontraron en los pastos para sobrevivir. Así estaban las cosas
entonces. Y como cada grupo de ganado vivían en sitios o en riberas de
ríos con climas diferentes, o en lugares altos, se fueron adaptando y
así, los toros que se hospedaron en las sierras del Norte de España,
como por ejemplo en Navarra, se hicieron más pequeños,
astutos, rápidos y muy agresivos, para así poder
defenderse mejor de sus enemigos, entre los que no se encontraba
todavía el hombre. En el centro de España, siguiendo por ejemplo el
curso del río Tajo y de sus afluentes, especialmente en las vegas del
Jarama, los toros se hicieron grandes, como los del Sur de España. Fue
cuando se formaron las que hoy llamamos castas, como la de los toros
navarros, los castellanos y las andaluzas. Poder seguir toda esa larga
noche de prehistoria resulta fascinante.
Hace unos 200 mil años y en realidad desde los primeros tiempos
de su existencia como seres más inteligentes, nuestros antepasados
debieron experimentar un profundo terror ante los fenómenos naturales,
ya que aun no comprendían el trueno, que les espantaría, menos aún
los rayos, tampoco el viento ni la lluvia. Mientras que los toros, tanto
de ayer como hoy, cuando comienza a tronar, hace que permanezcan
quietos, sin moverse, y para quienes estamos acostumbrados a verlo,
comprobamos una y otra vez, antes de producirse la descarga, cómo por
las puntas de los cuernos descargan ellos la electricidad del suelo que
reciben en sus pezuñas. Como que se disponen anímicamente para aceptar
con esa total quietud la unión del toro con la Naturaleza. Esto es un
misterio fascinante.
Y ya podemos decir que hace unos 50 mil años, las aguas del mar,
que llegaron siguiendo el curso del Guadalquivir hasta Córdoba, los
toros comenzaron a ocupar ya las tierras de la Baja Andalucía,
conviviendo con los venados, jabalíes y linces, dentro de una perfecta
armonía, tal y como viven hoy, sólo expuestos a los temibles lobos que
ocupaban todo el Sur de España y que eran especialmente grandes y
agresivos en las tierras altas, valles y bordes de las Marismas del
Guadalquivir. Ya están los toros, que más bien parecían bisontes,
cerca de nosotros y de aquellos primeros cazadores, conviviendo con
ellos y sintiendo la necesidad de adorarlos, para lo cual, como hacemos
con nuestras imágenes, los pintaron en aquella cuevas bajo tierra, que
fueron los primeros centros de adoración de los hombres europeos, pues
también hay cuevas en el Sur de Francia.
El camino que nos resta para seguir las rutas que siguieron los
toros por Europa, Medio Oriente y Norte de África, es aún muy largo.
Pero deseamos que quede muy claro el
hecho de que en las Marismas del Guadalquivir, cuna indiscutible
de la casta andaluza, los toros no llegaron a ocupar las praderas y los
terrenos cenagosos, de barrizales y arenales, hasta hace unos 30 mil años,
junto también con los caballos. Decimos esto porque cuando en las márgenes
del río Guadalquivir, es decir, en las grandes extensiones llanas que
tiene a cada lado, se excavaron anchas y profundas acequias, como las
que se realizaron en el vedado de Caza de Hato-Ratón, entonces
propiedad del inolvidable amigo don Carlos Melgarejo Osborne, para el
riego de miles de hectáreas de arrozales, fue muy raro que aparecieron
restos óseos y si los hubo, porque seguimos muy de cerca el trabajo de
las máquinas hundiendo sus cucharas en el fango, cuando aparecieron
algunos restos, no tenían más que unos cientos de años. Resulta por
otro lado lógico que en esas áreas el fango puede alcanzar centenares
de metros de profundidad y los animales grandes rehuirían acercarse,
manteniéndose en el hogar seguro que les proporcionaba los bosques y
grandes matorrales circundantes. Los diversos grupos o variedades de toros que se desarrollaron en España a lo largo de los últimos miles de años, dieron lugar a lo que hace no mucho tiempo los estudiosos del tema les llaman castas, de las que nos iremos ocupando paso a paso. Pero le daremos a los aficionados que nos escuchan y leen en la red electrónica, que la esencia primitiva del toro bravo está virgen, sin seleccionar, por ejemplo, en dicha Marisma del Guadalquivir. Ustedes pueden verlos pastando en grupo, como si fuesen mansos, pues hasta puedes pasar cerca de ellos y no se van, pero en el mismo momento, como hemos hecho más de una vez, que hemos encerrado unas vacas en un cercado para que, tan pronto se sienten acorraladas, se arrancan como rayos contra la cerca, cornean y se marcha del punto donde vinieron para si se les hostiga o no, volver a ser lo mismo: se lanzan contra uno, tiran cornadas y se van hacia el mismo sitio. Se trata de la agresividad de los toros primitivos, a los que nadie hoy podría torear y menos cortarles las orejas. Es la reflexión, nuestra idea, de que recuerden lo último citado, que nos ha de valer mucho cuando en su día hablemos de cómo se seleccionaron para ser de aquellos animales los toros bravos y nobles de hoy. Una proeza de la inteligencia humana, de los ganaderos españoles. Juan José Zaldivar 30-01-04 |
casemo - 2004