EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA

IX)  La casta de los toros bravos de Castilla - II

Un        

         La casta castellana, sustentada como quedó señalado el pasado viernes, a base de animales grandes, de toros de enorme tamaño, de hasta 2 metros de alzada, desde las pezuñas a la cruz, y 3.5 metros de longitud, es a todas luces desproporcionada corporalmente; sin la agilidad, la bella armonía corporal, el estilo anímico, la nobleza y la bravura uniformes de los toros andaluces, viene al cabo de los siglos resultando -al compararlos con los toros primitivos o uros que existen en los zoológicos de Munich, en Dulsseldorf (Alemania)  y en algunas reservas en los bosques de las Ardenas, en Bélgica-, que son iguales a los vacunos centroeuropeos extinguidos en 1627. El macho es negro listón, con pitones grandes y largos, y colocación igual a los de los toros de lidia. No tienen la belleza corporal armónica de nuestras reses  bravas, pero su arrogancia y su presencia delatan que tienen un origen común con nuestros toros bravos.

         Don José Daza, uno de los varilargueros y tratadistas taurinos más relevante del siglo XVIII, nos dice de los toros de casta castellana: “No son francos en la pelea con los picadores, pasando a banderillas generalmente reservones, razón por la que persiguen a la infantería en el último tercio con las mismas facultades con que en el primero...” “Por exceso de percal, especialmente cuando los diestros emplean capotes grandes, llegan a hacerse inciertos y de sentido; aprenden a arrancar tras el bulto, y cuando consiguen alcanzarles, no por esquivar la pelea, sino por aburrimiento, van a refugiarse a las tablas.» (La Lidia, 1899). Uno de los primeros capeadores que se enfrentaron más veces a los toros castellanos fueron los hermanos Francisco y José Arroyo, toreros de a pie,  de los primeros años del siglos XVIII, elogiados en su tiempo por don José Daza entre los muy notables que entonces había en Castilla la Vieja y que llegaron a conocer muy bien la casta y el estilo de los toros castellanos.

         Pese a todas esas características, mi compañero veterinario, don Luis Gilpérez está de acuerdo con el sabio historiador Herodoto, quien opinaba en sus escritos que la domesticación de los antiguos vacunos silvestres del género bos, que la efectuó el hombre primitivo con notable antelación a la del caballo. Tiene bastante lógica que esto sea cierto, conociendo la psicología de estas especies, ya que tanto los toros de casta castellana y las razas negra y retinta de Andalucía, pese a su bravura, fiereza y acometividad, características que les son innatas, y que poseían aquellos uros antiguos cuando los pueblos primitivos trataron  de domesticarlos, es posible, tal y como sigue sucediendo, que entonces como en nuestros días, no entrañara mayor dificultad para su domesticación que si hubiesen sido mansos,  que siempre tendrán más resabios a la hora de domesticarlos que los bravos, siempre más nobles. Por tanto, es muy probable que sea cierto que necesitó el hombre más tiempo, hasta alcanzar un mayor grado de cultura, para atrapar y domesticar el caballo. Y así, en toda Castilla, especialmente dedicados al trabajo de arar las tierras y a tirar de las carretas, se vieron durante muchos siglos a los enormes toros de casta castellana altamente domesticados y muy útiles.

         Y la anécdota surge al señalar la invención del Bálsamo prodigioso a favor de la vida de los toreros heridos por  astas de toros, o personas agredidas por puñal, espada y palo. Fórmula maravillosa creada y recomendada por el cirujano don Miguel Santa Cruz Villanova, publicada en un folleto en Madrid, en 1792. Con el empleo de dicho bálsamo milagroso, se cuenta la anécdota, que debemos a las noticias de don Luis Carmena y Millán, en un curioso artículo titulado: La cogida de Machete -matador de toros a mediados del siglo XVIII-, incluido en su libro: Lances de capa, nos informa que Machete figuraba como primer espada en la plaza de Zaragoza el año 1754:

         «Salió a matar uno de los toros castellanos o navarros que le correspondía y después de algunos ceñidos pases de muleta citó a recibir, esperando con tranquilidad la acometida y hundiendo el estoque por todo lo alto hasta la guarnición; pero el animal se revolvió furioso y aunque el torero al verse apurado intentó salir por pies, arremetió aquel con tanta precipitación que introduciendo el cuerno en el muslo derecho del infeliz lidiador, cerca de la corva, quedó éste sentado en la cuna de los cuernos, en cuya postura le paseó por la plaza hasta que, con un movimiento brusco, que la fiera hizo para sacudirse del peso, cayó el torero a tierra exánime y sin sentido.» Sigue el folleto con el relato de la cura, y cuenta que al mes del percance estaba el diestro en disposición de proseguir practicando su arriesgada profesión, merced al maravilloso bálsamo.

         La lidia de los toros castellanos dio motivo en el pasado a muchas incidencias y controversias entre los toreros. Una de éstas surgió a raíz de celebrarse las corridas en Madrid para festejar la Jura de Carlos IV, en 1789, entre los célebres diestros José Delgado (Pepe-Hillo), Joaquín Rodríguez (Costillares) y Pedro Romero, sobre si debían o no lidiarse astados tan difíciles. Fue cuando Manuel Alonso (el Castellano), también matador de toros, que alternó mucho con Romero, el que se puso al lado del diestro cordobés, rasgo que le acredita de valeroso, e importante para delinear su carácter, ya que se disponen de pocos datos para juzgarle; sabido es que Romero no ponía inconveniente a la procedencia de los toros....continuaremos

    

   Juan José Zaldivar 19-3-04           

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casemo - 2004