EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA

X)  La casta de los toros bravos de Castilla - III

Un        

         La población bovina de casta castellana, en gran parte de Castilla la Vieja, se conservó durante la Reconquista sólo en las grandes extensiones con escasa densidad humana, especialmente al amparo de toda la vertiente norte del  Sistema Montañoso Central, en la cual los terrenos de bosques –pinares, encinares y alcornocales- con ricos pastizales, tan extensos como aislados, permitieron que se conservasen algunas manadas en su estado primitivo. En estos terrenos, en el transcurso de la historia, se fue desarrollando la esencia de la casta castellana, y, al constituirse por donaciones o reconquistas en propiedades señoriales, en tierras de terratenientes, como aconteció en la Alta Edad Media, la casta que estudiamos, lo mismo en Castilla que en Andalucía, las reses silvestres conservaron en estado puro el primitivismo biológico de sus características ancestrales. En este sentido, hay necesidad de admitir que nuestro toro de lidia es, pues, el último bóvido o bovino silvestre europeo, mantenido en semicautividad, desde hace tres siglos, y por esta y otras circunstancias sigue conservando casi  íntegra la acometividad primitiva, la bravura primigenia, la “casta”, como expresión biológica de su instinto de defensa y liberación, según el Dr. Justino Pollos Herrera.

         El ancho y largo cinturón de tierras baldías que cruzaba España durante los primeros siglos de la Reconquista, al ser repoblado por los visigodos –asturianos y leoneses, cristianos del Norte, se fueron apropiando de aquellas manadas o hatos, marcándolos, herrándolos, para justificar la propiedad. Y con estos actos no sólo se formaron ganaderías en Castilla la  Vieja, sino las razas como agrupaciones pecuarias territoriales. Sin  embargo, aquellas primeras ganaderías de casta castellana, no podemos considerarlas como explotaciones agropecuarias y menos aún como ganado seleccionado para las corridas de toros. Aun tuvieron que pasar poco más de ocho siglos para que evolucionase esta y las restantes castas de España.

         Es el momento de citar a los leoneses -no me refiero a Rodríguez Zapatero-, porque no debemos olvidar que, como nos cuenta el escritor José Vargas Ponce, en su “Disertación sobre las corridas de toros”, escrita en 1807 y publicada en Madrid, por la Real Academia de la Historia, en  1961, el primer festejo de toros en el reino de León, cuya memoria se conserva, nos lo cuenta una especie de crónica “General” de las cortes de D. Alfonso II el Casto, rey de Asturias (789-842), que se celebró el año 815…, dice: “… e mientras que duraron aquellas cortes lidiaban cada día toros e bofordaban –se divertía al público con mojigangas diversas- e facían muy grandes alegrías.”

         En Castilla la  Vieja -que a lo largo del siglo XVIII, dependía de la Intendencia de Burgos-,  había  una muy famosa ganadería de toros castellanos, propiedad de don Antonio Ivar Navarro, que pastaba en el término municipal de Arrendó (Burgos) y que en 1768 declaró poseer 120 vacas y 50 toros. Pero no era la única y se corrían en muchos pueblos el ganado de casta castellana, áspero, indígena; es decir, de la Sierra, sin duda no destinado exclusivamente a la lidia, también al abasto. Sorprende que hasta en lugares, hoy de la montaña de Santander, como Ampuero, se lidiaran toros de muerte del país, resultando curiosa la relación de fiestas de esta Intendencia:

         Por ejemplo: en Pancorvo se celebraban tres corridas de dos novillos cada una; en Arnedo, una de cinco toros, de don Antonio Ivar, por San Cosme y San Damián; en Frías, una novillada, matándose dos toros de la Sierra, en la fiesta de San Juan Bautista; en Miranda del Ebro, lo mismo en la misma fiesta; en Ampuero, por Navidad, San Mamés y San Pedro, se jugaban novilladas de seis toros de muerte de la región. Se lidiaban y no se mataban en Santander,  en San Matías, a la que proveía de ganado el obligado de las carnicerías; se daban capeas en Villaverde, en San Pedro y la Natividad de la Virgen; en Medina de Pomar, dos corridas de toros de muerte del país por Pascua del Espíritu Santo y el primer domingo de octubre; en Belorado se jugaban dos toros de muerte en la fiesta de Nuestra Señora de Belén; en Poza, hasta tres de muerte, por San Cosme y San Damián. En Briviesca, una novillada con un toro de muerte, por San Roque.

         Para hacernos una idea del peligro que revestía la lidia de aquellos toros castellanos, veamos lo sucedido cuando Pedro Romero aseguró que no volvería a encontrarse con Pepe-Hillo, después de la competencia de 1778, hasta las funciones reales por la jura de Carlos IV, en 1789. Ante el corregidor, llamado Armona, hubieron de decidir la primacía en la alternativa, para ver quién debía aparecer primero en el cartel, tocándole el primer puesto a Romero. Lo demás ocurrido en aquella reunión es de un interés decisivo en la vida y en la muerte, de Pepe-Hillo, y así citaré las propias palabras de Pedro Romero: «Me dijo el señor corregidor: Pues, señor Romero, supuesto que le ha tocado a usted ser primera espada, ¿se obliga usted a matar los toros de Castilla? Respuesta mía: Si son toros que pastan en el campo, me obligo a ello; pero me ha de decir su señoría por qué me hace esta pregunta. Volvió la espalda, y abrió una cómoda y sacó un papel y me dijo: Se lo pregunto a usted  por esto. Era un memorial que habían dado don Joaquín Rodríguez (Costillares) y don José Delgado (Illo); estando todos presentes se leyó, suplicando suprimieran los toros de Castilla, y por eso era la pregunta que me había hecho.»  Continuará.

     

   Juan José Zaldivar 2-4-04           

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casemo - 2004