
EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
XIII) La casta castellana del Jarama y el Tajo - VI
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Un
Desde tiempos inmemoriales han
pastado vacunos silvestres en las fértiles vegas del río Jarama y en
la comarca de Colmenar Viejo (Madrid), al igual que en otros muchos
ecosistemas naturales de España, especialmente
en las Marismas del Guadalquivir, teniendo fama de ser agresivos, pero
especialmente ariscos, briosos y siempre indomables. En el siglo XVI,
concretamente el año 1593, el licenciado Jerónimo de la Huerta hizo la
siguiente anotación en la Historia
Natural del historiador latino Plinio: “Hállanse toros muy
diferentes en España -¡y tanto que diferentes!-, -esto se decía hace
2.000 años-, así en la
generosidad de ánimo –exageradas respuestas, en comparación con los
mínimo tamaño de los estímulos-, como en el color, talla y de su
morfología corporal. Los más feroces y bravos son los que se crían
en las márgenes de los río Tajo y Jarama… Son estos por la mayor
parte negros o de color fusco o bermejo, los colorados encendidos;
tienen los cuernos cortos y delgados, acomodados para crueles heridas;
la frente remolinada, la cola larga hasta tocar la tierra al cumplir los
cinco años, el cuello corto y robusto, el cerviguillo ancho y
levantado, los lomos fuertes, los pies ligeros, tanto, que alcanzan a la
carrera a un caballo…”
Comenzaron esos toros a ocupar un puesto importante para ser
corridos en las fiestas de toros que se celebraron en los siglos XVI y
XVII. Se les distinguía por su gran tamaño corporal, alzada y peso,
siendo considerados entre los más grandes de su tiempo, si bien, los
criados en las sierras de la región natural del Sistema Montañoso
Central, eran ligeramente acondroplásticos, de pequeño tamaño y
desarrollo corporal, lo que
no les impedía que, «pasado el primer tercio, estos toros suelen
menguarse en su mayor parte, y los más se aconchan, como
tortugas, en los tableros, en prueba de su aburrimiento», según
Fernando G. De Bedoya, en su Historia
del toreo...» Semejante expresión es una clara alusión, a los
astados que, por agotado a la salida del primer tercio, o por
mansedumbre, buscan defensa en las tablas, pegándose a ellas de
costado. En la revista Sol y Sombra, de 1897, aparece una cita de don José Sánchez de
Neira, que dice al respecto: «Al diablo le ocurre entrar a herir un
toro aculado, no aconchado, a las tablas sin intentar torearle en ellas.»
Sin embargo, eran visiblemente bastos, badanudos, de esqueleto
desarrollado, huesos anchos, grandes y fuertes y encornaduras
muy desarrolladas, por lo que su estructura biológica exterior
delataba en ellos una evolución detenida en el tiempo, de ahí que
fuesen aleonados, cortos de cuello, extremidades largas y la piel
gruesa, especialmente acartonada durante los fríos inviernos, mientras
que en los caballos, infinitamente más evolucionados, siempre la han
presentado fina y lustrosa.
Ya en aquellos años del siglo XVI los toros llamados jarameños,
por nacer en las riberas del río Jarama (Madrid), adjetivo que desde
entonces fue usado para calificar toros bravos y ligeros, lo empleó
también Lope de Vega en La Gatomaquia, formando un pareado:
«Cual suele acometer el jarameño,
toro feroz, de media luna armado...»
Y es que las aguas frescas y transparentes del Jarama
o las del Tajo, agudiza la bravura y les da ligereza muscular a los
astados. También en su obra Los Vargas de Castilla, Lope de
Vega, aparecen antiguos términos taurinos empleados en su época, tales
como abragado -equivalente al bragado de nuestros días-, en el
comentario: «Luego le dice: abragado, él es de famosa casta...»
Don Nicolás Fernández de Moratín, en su interesante obra Fiesta
antigua de toros en Madrid, manifiesta en el siguiente terceto las
características de los toros criados en el Jarama:
«No en las vegas del Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros.»
Pacer no es otra cosa que comer el ganado la hierba en los
campos, prados, montes y dehesas (Diccionario Actualizado). Sin
embargo, donde quiera que puedan pacer los toros y de las castas,
procedencias o reatas que sean, en orden a su selección, no hay que
olvidar que «las tientas» -del tipo que se apliquen- no son más que
un indicio; las reatas engañan; el atavismo viene de vez en cuando a
estropear la combinación.» (Tomás Orts y Ramos, Uno al Sesgo. «De
la sangre del toro.»)
Al referirse a los perros alanos, raza cruzada, que se considera
producida por la unión del dogo y el lebrel. Perro corpulento y fuerte;
tiene grande la cabeza, las orejas caídas, el hocico romo y
arremangado, la cola larga y el pelo corto y suave... cuando arremeten a
los toros les hacen presa en las orejas... (Miguel de Cervantes. Coloquio
de los perros). Al enfrentarlo con los toros jarameños, José de
Villaviciosa, en La Mosquea, dice:
«Al jarameño toro, a cuya
oreja
acuden a cebarse los alanos.»
En cuanto a su pelaje, la mayoría de pintas coloradas en sus más
diversas variedades, como los castaños, exactamente igual que los
vacunos ancestrales en las Marismas del Guadalquivir, desde el melocotón
hasta el retinto, con especial predominio del pelaje colorado encendido,
hasta el punto que las crónicas taurinas hacían con frecuencia alusión
a la lidia de reses de «capa jijona.» Continuaremos
Juan José Zaldivar 07-05-04 |
casemo - 2004