EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
XVI) Los Primeros Herraderos en Andalucía
«En
este agradable sitio -el Coto de Oñana, en cuyo Palacete vivió este
autor los años 1964-68-, llegó a tener S. E., el duque de Medina
Sidonia, tan desmesurado número de animales vacunos -pudieron ser 50
mil reses-, que, habiendo de venderlos, quizá por no disfrutar y dar
desahogo a su afición, jamás los pudieron congregar a todos para la
cuenta y entrega, según ya conocen
quienes vayan siguiendo estas microemisiones, que hicieron a ojo
de buen varón. De ella fue mayoral conocedor Fernando de Toro,
celebrado en la historia. Me he hallado en las más de sus funciones
admirando cada cosa en particular. Los muchos a intratables monfíes,
ganados y gentes, aficionados a pie y a caballo, unos convidados y otros
que su pasión los atrae; que jamás se pudo averiguar el número de los
concurrentes, por los que se retiran cansados de bregar o estropeados y
los incesantes que continuamente van llegando; pues tal se han contado
acampados en el rodeo más de ciento y cincuenta jinetes armados de
garrochas y buenos caballos, que mantienen para disfrutarlos en este tal
día.
En
él y sus faenas puede decirse, sin exageración, que se compendian
todos los de España, no sólo por la concurrencia de gentes, si también
porque cada uno y todos se hallan empleados distributivamente en el
furioso torbellino, que empieza tres o cuatro días antes, dispersados
por dilatadas distancias, solicitando y recogiendo las que habitan en
los montes y marismas y otros varios parajes que en círculo ocuparán más
de veintiséis leguas a la redonda. Y en llegando a juntarlas, aunque
nunca todas, le compite su número al que concurre a la feria famosa de
Trujillo, de la que se abastece casi medio Reino. El gasto de lo
comestible es tan exorbitante, que a veces no bastan dos o tres toros
que matan para el principal día. Pan, vino, aguardiente y otros
agregados, todo es con exceso. Paja y cebada también es con desarreglo,
y hasta su cirujano se previene para los muchos zapatazos que resultan.
Y, en fin, la provisión en todas sus partes, es parecida a la de un
campamento de guerra.
Juntas
y circulando el monstruoso globo de reses en el más cómodo, extenso y
llano paraje, de jinetes y vaqueros y gentes de a pie que acuden de más
de doce leguas del contorno, y de muchas aldeas, se entran al rodeo
cuatro o seis de los más diestros de a caballo a apartar o desmontrecar
las que no han de encerrarse. Aquí es lo divertido y riguroso del
combate, que, por echar fuera unas suelen salirse las otras que han de
entorilar, y si son toros, novillos o vacas fuertes, es lo bueno que
cada jinete se empeñe en recuperarlas en aquellos
movibles círculos vivos. A los becerros y reses menores salen
los principiantes a lucir sus caballos y a acreditar las competencias,
amenazas y emplazamientos que tienen apostados todo el año. ¡Qué
graciosos sucesos acontecen a la turbamulta de jinetearlos sin juicio, método
ni forma! ¡Qué de conclusiones, fantasías y disputas en lo bueno y en
lo malo que les pasa! Pues hechos unos arlequines deleitan y divierten más
a las gentes que aun en lo formal de los que saben.
De
todas las faenas camperas, ninguna ni todas divierten como éstas; que a
vuelta de dichas tropas desarregladas se ven en otras de los diestros
enredados con las reses grandes los primores apetecibles, que unos por
su habilidad y buenos caballos, sin molestarlas mucho, las reducen, no a
mucho trabajo, al incorporarse; otros, con el castigo inexcusable,
batallan con ellas hasta restituirlas al rodeo, y los de a pie proceden
por iguales términos. Que en común y particular es el espectáculo más
maravilloso, durando sin cesar el día fuerte, desde el crepúsculo
matutino hasta el vespertino. Y al tiempo de encerrarlas al toril se
ofrece otra nueva o mayor contienda por la resistencia del ganado y el
empeño de las gentes que no logren escaparse; y este acto es más
ejecutivo si se yerra, porque inutiliza todos los antecedentes, dejando
ilusorio el herradero. Concluido el afán hasta encerrarlas, en el mismo
siguiente día, se ejecuta el otro a que termina el fin, el herradero,
que si no es mayor empeño merece exagerarlo por grandísimo. En todos y
cada uno de los operarios se dan prodigios de valor y de destreza,
destacando los de la villa de Almonte. Este es en suma el diseño del
famoso herradero de la vaquería del coto de Oñana, y el más superior
de todos los que se hacen en Andalucía. Y es también el espejo en que
debían mirarse todos los picadores, y en él retratar y conocer sus
faltas, sus sobras o sus menguas.»
Juan José Zaldivar 04-06-04 |
casemo - 2004