
EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
XVII) Las Castas Bravas Andaluzas - III
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Sentado
en un lugar privilegiado de la Plaza Real, con los poros a tope,
descargando el calor corporal de aquel verano, disfrutando una copa de
fino Quinta bien frío, en el palco de don Francisco Flores Herrera,
recordé el cuarteto de Luis Carmeña y Millán, en su Estocadas
y pinchazos: «Con esto
y con buenos toros de Andalucía, finos y de mucha carne, abundantes de madera...”,
saboreando los ricos caldos de nuestras bodegas…¿qué se puede pedir
más? Años después, el insigne poeta portuense don Francisco del
Castillo, escribió el bello soneto que dedicó a quien fuera un
extraordinario ser humano: don Francisco Flores Herrera.
Y, efectivamente, de Andalucía es originaria una casta brava, en
el conjunto de toda una «serie de castas» de España, que desde
tiempos ancestrales ocupa un primerísimo lugar la raza Andaluza,
que presenta el prototipo del toro de lidia con toda la nobleza y
bravura necesarias y con la alegría y vivacidad características, que
serán siempre el alma de la fiesta de toros. Y es que tipo de toro de
lidia andaluz puede decirse que ha sido fijado por un ganadero
fundacional, que cuidó sus astados con todo esmero, sin mezclar la
sangre con ninguna otra, y, por otro que logró reunir lo mejor de todas
las ganaderías de su tiempo para fundirlo en una sola de fama
extraordinaria: el conde Vistahermosa y don Vicente José Vázquez, de
donde le viene lo de Vazqueña,
rama de la Andaluza.
“Lo que de singular trascendencia y general prestigio que entraña
el toro andaluz es el haber protagonizado el hecho irrebatible de la
expansión de su sangre hacia las demás ganaderías del resto de España,
donde hoy, en que ya podemos dar por extinguidas las primitivas castas
navarra, castellana y jijona, a buen seguro que no se conserva una de
aquéllas en las que no haya mezclas, a veces contraproducentes, según
juicio atinado de don Luis Uriarte, y en su mayoría ineficaces, de
simiente andaluza más o menos pura y casi siempre ilusoria, porque la
bastardía no es fácil que sirva para la depuración de lo que, por
otra parte, tampoco suele ser limpio su origen y carece por sí mismo de
una siquiera relativamente aprovecha base para su mejora. Como dice en
otras palabras el matador José Martínez Ahumada (Limeño): cuando se
mezcla un vino ya no se puede separar.
El desarrollo de las castas andaluzas se debe, ancestralmente en
principio, a la existencia en una gran parte del Sur de España, que
ocupa una tercera de Andalucía, de una inmensa área hoy llamada, en la
Vega del Guadalquivir, integrada en
gran parte por las Marismas de Cádiz, Sevilla y Huelva, regadas
por ese río, que hace millones de años, era el mayor y el más
caudaloso de España.
En esas grandes Marismas, cuyo horizonte se pierde la vista, y
cuyo gran río quedó reducido al brazo más profundo: el actual
Guadalquivir, constituyen un gigantesco ecosistema natural, cuyos ricos
y variados biotopos son los más productivos de toda Europa, en su masa
biológica, vegetal y animal, por metro cuadrado. Hace ya más de dos
siglos que don José Daza, en su obra Precisos
manejos..., nos aseguraba: «He visto y lidiado en esta Andalucía
diversas corridas en el rigor del invierno, tan reverdinados -se dice de
los toros alimentados exclusivamente con forraje natural verde- en el
rigor de la sementera de cebada, o en otros buenos prados, que han sido
más fuertes y feroces, que pudieran serlo en el vigor de los prados.»
En el corazón de esa extensa Marisma se encuentra, desde hace casi
medio siglo, la Estación Biológica de Doñana; en ella fungió como
Guarda Mayor, a mediados del siglo XVIII,
Fernando del Toro, célebre picador, natural de la villa de
Almonte, que trabajó en la Real Maestranza de Sevilla los años 1762 y
1764.
Incluimos aquí a este personaje, porque nos deja al descubierto
que, si bien los toros no fueron bautizados con nombres propios hasta
el 24-05-1754), cuando apareció un toro llamado Capitán;
sí se sabe que los ganaderos, desde tiempos ancestrales, herraban su
ganado. En ese sentido, don José Daza nos relata que en el Coto de Doñana
(Oñana), desde los más lejanos tiempos se celebraba el más célebre
herradero de Andalucía (*), en los que eran dueños de los terneros
modestos ganaderos de las localidades que rodean el hoy Parque Nacional
de Doñana, especialmente los de Almonte, por lo que se trata de una
ganadería de vacunos silvestres de propiedad comunitaria, desde
la Edad Media.
En ese sentido, le corresponde a don Gaspar Alonso Pérez, primer
duque de Medina-Sidonia, haber sido quien, fueron dueños de extensas
fincas naturales en Andalucía, destacando entre ellas el célebre Coto
de Doñana, donde por muchos años se llevaron a cabo los herraderos
-primer acto litúrgico de la ganadería brava-, si bien ha sido
suplantado por el aretado de los terneros-, con el mayor número de
ganado vacuno que registra la historia de España, convertidos en la
mayor fiesta del campo de Andalucía a todo lo largo de los siglos XVII
y XVIII, según nos los describió don José Daza. Dichos herraderos se
hacían de cuantas reses, fuera cual fuera su tamaño, se encontraran si
herrar en el dilatadísimo coto, y por ello comienza Daza su descripción
con el rodeo, conducción y encierro de las reses, y finalmente, de toda
la operación, que por su interés y curiosidad ya detallamos. Juan José Zaldivar 11-06-04 |
casemo - 2004