EL TORO DE LIDIA, SU ORIGEN Y ENIGMA
XXIV) La primera Casta Fundacional Andaluza: Cabrera - II -
El
toro de Cabrera era muy agresivo en su pelea con los picadores
soportando muchas varas y mostrándose en todo momento fuerte, poderoso
y duro. Asimismo tenía una clara tendencia a desarrollar mucho sentido
en la última fase de la lidia, sin entregarse en ningún momento y
presto siempre a sorprender al diestro al menor descuido. Este tipo de
animal, grande, cornalón, áspero y correoso, tan diferente del actual,
prestaba brillantez a las corridas de toros de la época, que se basaban
fundamentalmente en el tercio de varas, que era el admirado y más
aplaudido por los espectadores, y en la habilidad lidiadora de los
toreros. De esta forma Cabrera se convirtió en ganadero de elite y no sólo
anunció sus reses en todas las plazas importantes, sino que también
contribuyó a la formación y mejora de otras muchas divisas de su
tiempo a las que surtió de reproductores, creándose desde entonces
toda una serie de ganaderías comerciales, entre las que consideramos
como más importantes las del duque de Veragua XIII y la de don Juan
Miura.
El
esplendor de la vacada fundacional de Cabrera se prolongó durante el
siglo XIX, incluso después del fallecimiento del ganadero. Primero la
heredó su tercera esposa, Soledad Núñez de Prado, y luego, al no
tener descendencia directa, la hermana de ésta, doña Jerónima. Como
ésta era ya de avanzada edad cuando pasó a ser la propietaria de la
ganadería, encomendó la dirección de la misma a su sobrino, don
Ildefonso Núñez de Prado, que primero se ocupó de atenderla y luego,
como testamento de su tía, la vendió a don Juan Miura en 1852. La señora
viuda de Cabrera, presentó por primera vez sus toros en la antigua
plaza de toros de Madrid el (05-10-1873).
Los
ejemplares oriundos de la Casta Cabrera se mantuvieron en los carteles
durante el siglo XIX y los primeros del XX, sufriendo una paulatina
regresión conforme en la Fiesta de Toros se fue demandando un tipo de
animal más colaborador con los toreros y que aceptase faenas de muleta
más prolongadas, sin desarrollar el sentido y las dificultades propias
de los toros de este origen. La gran evolución que en la lidia impulsó
Juan Belmonte tuvo como principal consecuencia la pérdida de la hegemonía
que hasta entonces había tenido el primer tercio frente a la relevancia
creciente de las faenas de muleta, que hasta entonces eran prácticamente
inexistentes, limitándose a tres cuatro muletazos, los imprescindibles
para igualar y matar el toro.
Así,
pues, empezaron a imponerse los valores estéticos sobre la cruenta
dureza de los cánones de la lidia a la antigua, seca y sobria,
pendiente exclusivamente de valorar la bravura en el tercio de varas y
limitada luego a la capacidad lidiadora y defensiva de los toreros, como
lo era la fiereza de las reses de antaño. Un carácter que iba de más
a menos y que se sustentaba en la agresividad y en el poderío físico
del toro, que iba menguándose conforme el castigo limitaba la
resistencia de la res.
El
cambio introducido en la Fiesta produjo la desaparición de numerosas
ganaderías, las que no fueron capaces de adaptarse a las exigencias de
los nuevos tiempos, las
que creaba dificultades a los toreros que, a partir de entonces y ya sin
interrupción, han venido imponiendo, acorde con el tipo de toreo artístico,
alejado del susto,
que prefieren los públicos.
Primero lo hicieron con un respeto general hacia todos los
aficionados y luego lo fueron limitando sólo a las plazas más
importantes, pero cada vez con mayor consideración hasta llegar a la época
actual en la que la ley del mínimo esfuerzo, basada en el menor riesgo
posible y disfrazada de «humanización» amenaza con derrumbar los
cimientos estructurales de la Gran Fiesta. Con buena lógica muchas
ganaderías del siglo XIX tenían que desaparecer, por mansas o por
ilidiables, pero al amparo de estas también dejaron de existir otras
muchas que aún
hoy podrían aportar valores
estimables y servir de contrapunto a la monotonía imperante.
Ya
no es posible la vuelta atrás y la extinción de algunas Castas
Fundacionales, como la Jijona, sin remedio. Con la Casta de Cabrera y la
de Gallardo sucede prácticamente lo mismo. De ambas sólo subsisten
ejemplares en la ganadería de Miura, y ya la Casta de Gallardo es sólo
un referente histórico en la amalgama de sangres que conforman el
encaste de Pablo Romero. Ninguna de las restantes ganaderías formadas a
partir de la Casta Cabrera o posteriormente con reproductores de la de
Miura han logrado sobrevivir y llegar hasta nuestros tiempos. Miura es
hoy una ganadería histórica y única, que ha cimentado prestigio y
asegurado su supervivencia durante más de siglo y medio, con general
aceptación de los aficionados. Juan José Zaldivar 27-08-04 |
casemo - 2004