Origen y evolución del toreo

 Nº  9 -  11 Noviembre  2005    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

CRONOLOGÍA HISTÓRICA, en España: (SIGLO XIII)

           
           En realidad la afición de los españoles a la fiestas de toros, por un lado, según las crónicas, y por otro, al arte de los claustros y las catedrales, ilustran dicha afición a todo lo largo de la  Edad Media. Por si fuera poco, como dice Claramunt, tenemos a los poetas, de los cuales uno de los más grandes y de los primeros en todos los sentidos fue Gonzalo de Berceo. Todos los que ahora escriben  crónicas taurinas deberían saber lo que  Berceo, riojano de pro, cuenta en Los milagros de nuestra Señora en pleno siglo XIII. Un toro diabólico embistió a un clérigo beodo que, al verse en apuros, se encomendó a Nuestra  Señora. La Virgen le hizo un quite al furioso burel con la falda del manto. Tampoco deberían ignorar los revisteros el mundo táurico y taurino de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que, como Berceo, entendía, pese a su condición de clérigo, no poco de toros, de vinos y de hembras placenteras. La serranas del Arcipreste nos hablan de tauromaquias amorosas con ambiente campero. Los prados de Medellín, la Vera de Plasencia, toda la Serena extremeña y los campos de Trujillo fasta Valdemorillo se nos llenan del sonar de alborozados cencerros que anuncian corridas de todo tipo.

            Fernando Claramunt López nos pregunta: ¿Han leído las crónicas taurinas medievales de los  reinos cristianos? ¿Habéis saboreado la escena de toreo a pie en el artesonado de la abadía de Santo Domingo de Silos, con dama en el palco? ¿Se han detenido a contemplar las sillerías de coro y las esculturas y relieves de las iglesias en las tierras ganadas a los  moros? ¿Y las ilustraciones a la Cantigas de Alfonso X el Sabio donde se reflejan milagros taurinos? Pues no necesitamos  mucho más para pensar que  son medievales las corridas de toros, ya en coso, bien de madera y desmontable, como palenque de toreo, bien plazas o calles de una ciudad. Es por ello  que podemos pensar que las corridas de toros nacieron a la par que la lengua de Castilla.

            Justo es, pues, que alabemos la memoria del conde Fernán González, del marqués de Santillana y de los nobles villanos sin título de caballeros, pero sobrados de honor y  dignidad, de señorío natural. Hemos encontrado las bases bien asentadas de aquellas virtudes –valentía, nobleza, cortesía caballeresca, gentileza y galantería con las damas, afán de acometer empresas que fueran proezas, valoración de la idea de la fama y del honor –que terminaron formando  el pedestal de lo que en el mejor de los sentidos llamaremos torería siglos más tarde. Todavía nos sigue gustando imaginar esa mezcla de sentimientos guerreros y aristocráticos asociados a la noción  de señorío, pronto adoptada por el pueblo llano, que  cada uno  interpreta como puede.

           Contamos con narraciones concretas de que ya en el siglo XIII se celebraban fiestas de toros, y no sólo en esa centuria sino en las anteriores. Existen alusiones a ellas en las Crónicas de Alfonso X el Sabio, en el Poema del Cid, y el Poema de Fernán González en el que dice:

                        «Alancaban los tablados todos los caballeros
                              e a tablas y castanes jugaban los escuderos
                             de otra parte mataban los toros los monteros.»

             Ello deja al descubierto que las primitivas fiestas de toros estaban íntimamente relacionadas con el arte de la cacería, e incluso es Alfonso el Sabio el que en sus Cántigas relata fastos taurinos en el aspecto de diversión y en una forma que nos hace suponer el que por su bullicio tuvieran cierta analogía con las posteriores capeas. Por su parte el mariano Gonzalo de Berceo narra un milagro de Nuestra Señora en el que la Virgen salva a una devota que se ve amenazada por un toro. Salvación muy taurina ya que la atacada de libró por un simple movimiento de la falda del manto. Verónica milagrera pues, nos dice Filiberto Mira, la descrita por uno de los primeros que emplearon el castellano a versificar.           

            El «matatoros» fue definido por el Alfonso el Sabio como «ome que recibiese precio por lidiar con alguna bestia.» Así, este nombre de «matatoros» empezó a emplearse en Navarra, la Rioja, Vizcaya y Aragón, antes que en Andalucía y en Castilla. Hay que recordar que los primeros y más numerosos toreros de a pie fueron de Navarra (véase 1385).

            De cuanto hemos leído a lo largo de más de medio siglo sobre tan singular tema, y ante la dificultad de hacer un prólogo en consonancia con la complejidad que desde sus orígenes tiene la Fiesta Brava y los Toreros, pude el día que leí la biografía del noble caballero cordobés, don Rafael Pérez de Guzmán el Bueno, comenzar a respirar desahogadamente mi profunda preocupación por resolver el problema que tenía planteado, ya que la exposición de su biografía lleva en sí tal riqueza de contenido sobre los que significa nuestra Gran Fiesta, la condición de los toreros y las transformaciones que muchos hombres experimentan bajo su influjo, que su lectura bastará para hacerse una idea de ese fascinante mundo del toreo.

 1235:

            La tradición inmemorial del toro de San Marcos, cada 25 de abril, se ha recuperado en años recientes en Beas de Segura (Jaén). Para convencer a las autoridades, los beasenses y serreños acreditaron que es festejo popular introducido tras las Reconquista, en 1235,  por el rey Fernando III  el Santo, señor que  fue de la Villa. Ya tenía singular relieve en tiempos de Santa Teresa, que en 1575 habría detenido la carrera de un toro bravo en plena calle poniendo su mano sobre el testuz. Lo de Beas de Segura es más bien una reintroducción, porque la costumbre viene de los primeros habitantes de nuestra Iberia. Se relaciona con otras fiestas populares de remotísimos orígenes en numerosos lugares de la provincia de  jaén. Desde Benavente en Zamora a Grazalema en Cádiz, pasando por buena parte de las dos  Castillas, Cataluña y Valencia (bous en corda), Aragón (con toros de fuego), las fiestas de San Juan en Soria, la de la vaquilla en Teruel, las reses que se corren  en Extremadura o en numerosos lugares de Andalucía.

            Son las actuales de Beas distintas de los encierros famosos de Cuéllar, del polémico toro de Coria o de la caballeresca tradición del Toro Vega de Tordesillas, tanto como de la vieja costumbre de la vaca de Tibi en Alicante. Pero todo ello tiene en común su origen ancestral y el haberse perpetuado más allá de cambios históricos y políticos, saltando por encima de todos los intentos de prohibirlas, que nunca faltaron.

            En las procesiones, que pasean una veces con lentitud solemne y otras a paso de banderillas  al venerable San Marcos Evangelista, junto a su toro, por las calles de nuestros pueblos, es inevitable imaginar las sombras de los dioses y diosas del paganismo, en las primitivas religiones y cultos preibéricos. Si en Beas se ve claramente la pluma en ristre en la mano de San Marcos para escribir el Evangelio, es, en el fondo, un quite a punta de capote, a punta de pluma, que nos hace el santo para que nos dejen en paz quienes no nos entienden. Conviene mostrar, a los que todavía miran con recelo estos festejos populares, el  cuidado que se pone en la actualidad para prevenir accidentes. Existen hoy día  ambulancias y unidades móviles de cirugía de urgencia, además de medidas, preceptivas desde hace poco tiempo, para que las asttas resulten menos ofensivas. Este último punto no gusta a los naturales de los pueblos correspondientes, puesto que el riesgo real ha sido ingrediente fundamental desde el  alba de la historia en España.

            Por otra parte, en los festejos rurales se advierte, en grandes carteles y por diversos medios con gran insistencia, la necesidad de guardar el debido respeto al toro, cuidando de que los animales no reciban malos tratos en su carrera por las calles. Frente a los intentos abolicionistas, aquí, más que en la corrida formal en coso, viene a cuento la vieja copla: “Ésta es la fiesta española / que  viene de prole en prole / y ni el gobierno la abole / ni habrá nadie que la abola.”

            En Beas de Segura se dice con una variante autóctona: “¡Viva la Fiesta de San Marcos / que nadie la puede quitar / ni el alcalde, ni su hermano / ni Tomás el municipal.”

            Subrayando el carácter religioso de la tradición, los beasenses prepara cada Sábado  Santo, antes de Gloria, la noche que precede al Domingo de Resurrección, los collares y las campanas que sonarán en la misma antes de colocarse en el cuello de los astados.  La fiesta ejn honor de San Marcos, benefactor de ganados y cosechas, continúa más que sustituye, en la España cristina, los ritos ibéricos que  los romanos respetaron y llamaron Robigalia. El robigus es una enfermedad de los cereales cuyo carácter divino requería la curación mediante determinadas ceremonias. Nada mejor para quienes, sin saberlo, ya eran españoles antes de que existiera España, que sacrificar toros a los dioses. No siempre se produce derramamiento de sangre. En esencia, el núcleo del rito consiste en amansar la braveza del cornúpeto durante algún tiempo, llevándole en ocasiones al interior de la iglesia, de donde sale dispuesto a recuperar su natural fiereza. Esta tarea de apaciguamiento alcohólico se realiza a menudo por mujeres: ellas se encargan de adornar al animal de la manera más vistosa y colorista posible. En algunas localidades el prodigio resulta más factible, aunque menos milagroso, merced a la ayuda de cantidades importantes de vino,  ingeridas por los celebrantes y por el toro.

            ¿Quién no ha leído Las vacas de Olite, de Rafael García Serrano? Describe los encierros de vacas y novillos en la Ribera de Navarra, que se celebran en septiembre a partir del día de la Santa Cruz. Reses rabiosamente bravas, típicas de casta navarra, ligeras y temperamentales, que a las pocas carreras demuestran su malicia y experiencia en tirar cornadas. Los aficionados las conocen por sus nombre propios, habiéndolas corridos en años anteriores. Se alterna en estos casos el quiebro a cuerpo limpio con las suertes de capa y muleta a cargo de muletillas que sueñan con ser toreros profesionales. La generosidad de los lugareños explica la ósmosis, los diferentes niveles de permeabilidad, entre encierros, capeas y corridas formales. En los festejos populares se han fraguado desde hace  mucho tiempo matadores de toros y banderilleros, no sólo en los siglos XIX y XX, sino en los comienzos del siglo XXI. La existencia de numerosas escuelas taurinas evita el aprendizaje pueblerino, sin maestros, a fuerza de coscorrones, revolcones y mil diferentes percances. Pero todavía hay, mejor diríamos que no se extinguirán nunca, recortadores habiliosísimos y aficionados a correr encierros que terminan en nuestros días siendo excelentes lidiadores y, sobre todo,   muy notables banderilleros.

                

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