Origen y evolución del toreo

 Nº  11 -  5 Diciembre  2005    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

CRONOLOGÍA HISTÓRICA, en España: (SIGLO XV (1ªparte))

   SIGLO XV

             El marqués de La Algaba, era gran alanceador de toros, del que se dice fue el primero en usar garrocha para detener los toros, en competencia con Pedro de Médicis, que trabajó a finales del siglo XV.

 1401:

           Juan de Santander, lidiador que actuó en 1388 rematando astado de la antigua ganadería navarra propiedad de de don Joan Gris, de Tudela (Navarra), cuyo nombre aparecía por primera vez lidiando toros esa temporada. Los historiadores del Reino de Navarra recogen el nombre de Juan Gris como el de un comisionado –en otros escritos figura como ganadero-, por el rey Carlos III el Noble, para recoger los toros más bravos que en la Ribera encontrase y que habrían de ser dedicados a las fiestas celebradas con ocasión de la visita del duque de Borbón el año 1388. Sábese también que uno de los más notorios  matatoros fue el referido Juan de Santander que debió torear al menos entre los años 1388 a 1401 cuando menos y que  alcanzó gran fama en Pamplona donde en 1401 recibió diez florines como pago de su tarea. Ningún nombre ganadero hallamos en estos siglos y por tanto quizás no sea aventurado el decir que específicos criadores de toros no existían tal y como hoy entendemos esta actividad pecuaria, ya que entonces la mayor parte del ganado bravo se criaba en grandes extensiones comunitarias.

1405:

            En Sevilla, en 1405, fue agasajado Enrique III con corridas de toros; en el Zocodover toledano los fue don Juan II al regresar de pelear con los moros en Andalucía en 1434. La historiadora Beatriz Badorrey cuenta que Enrique  IV, apodado “El Impotente”, era gran aficionado a los toros. Asistía con la reina y  con doña Guimar de Castro, su favorita. Al término de una corrida, excityadas por el espectáculo, ambas damas, celosas, se tiraron de los pelos. El rey hizo maestre de Alcántara al lidiador hidalgo Gómez de Solís al verlo actuar en una corrida.  El paso de don Enrique IV por Madrid fue celebrado con corridas de toros en la Casa Real de El  Pardo con asistencia de los embajadores de Inglaterra y Francia; el mismo Rey presenció fiestas taurinas en Sevilla en el mes de octubre de 1469.

            Los  Reyes Católicos presidieron corridas de toros; consta que doña  Isabel veía con pena la muerte en la arena de sus súbditos y dijo con harto sentimiento a su  confesor Fray Hernando de Talavera que bien sabía que aquella fiesta no era para ella a solas. Y la lista de reyes aficionados a los toros continúa con el emperador Carlos V, que alanceó toros desde el caballo en la Plaza Mayor de Valladolid. Su hijo, Felipe II, presenció numerosas corridas. Tanta afición como el monarca tuvo  su joven esposa Isabel de Valois, que a los trece años llegó a España y se entusiasmó con los pasteles y las corridas. Fue muy claro el proceder del “rey prudente” cuando un procurador pidió en sesión de las Cortes el (20-02-1566) que se suprimieran en España las fiestas de toros y logró que se apoyara su propuesta. Faltaba el refrendo real. Y Felipe II resolvió lo siguiente:

            “En cuanto al correr de los dichos toros, ésta es muy antigua y general costumbre destos nuestros reynos, y para la quitar será menester mirar más en ello y ansí por agora non conviene se haga novedad.”

            Como vemos, no faltó sentido del humor y elegancia a Su Majestad cuando los palaciegos le expresaron la pena por la prohibición papal: “Si no se pueden correr toros… ¡que se corran vacas!” De esta manera se fomentó la suelta de vaquillas en los pueblos de España, con la lógica alegría de los hispanos, que veían perpetuarse una castiza tradición.

 1418:

               Hasta el  año de 1418 no se tienen noticias ciertas de la celebración de fiestas reales de toros en Madrid. Sin embargo es necesario aceptar que desde que Madrid fue sujeta al dominio romano, puesto que tanta es su antigüedad según  sus primeros cronistas Gil González Dávila y Quintana, nada hemos hallado –no dice Basilio Sebastián Castellanos en su Historia de las fiestas reales de toros que  ha habido en Madrid antes y después de ser Corte y de los  Sitios y Ceremonias, con que se han verificado (Madrid, 1847), nada hemos hallado ni en estos autores   ni en documento alguno acerca de corridas de toros como  diversión pública, antes del alegre y festivo reinado de Juan II, en ya que imposible función pública  sin toros y cañas, costumbre en  boga en toda Castilla. En toda Castilla se tenían noticias de los aplausos que arrancaban en la plaza de Bibarrambla lanceando los toros de Roda los valientes moros granadinos Malique Alabez, Muza y Gazul, que terminaron de resonar por toda la Iberia, y fue entonces cuando la fiesta de toros fue emulada primero por los caballeros cristianos y después por los de a pie, aumentando su pasión por estos espectáculos, que cada día fueron más arriesgados y  frecuentes, llegando a su apogeo en el reinado de su hijo, Enrique IV.

              En ese sentido,  “la primera fiesta real de toros que vemos celebrada en Madrid fue en el año 1418, con  motivo de la entrada de don Juan  II (5), recién casado con doña Marta, hija de D. Fernando de Aragón, la cual se verificó el citado día. Aparejóse a tal efecto por el  Consejo de Madrid una plaza cuadrada de madera entre las puertas de Segoviana y de la Vega, y el (23-10-1418) se corrió una novillada en la que mató ,el rey un novillejo a puntilla, es decir, con un puñal especie de cacheta; suerte en boga y de mérito en aquella época. Repitiéndose las novilladas al año  siguiente con motivo de ser el monarca declarado mayor de edad por las Cortes Generales que se reunieron al efecto en el antiguo Alcázar de esta villa; pero entonces la plaza se construyó en el Campo del Rey, que así se llamaba el sitio que ocupan las Caballerizas Reales, y se pagó su coste del bolsillo del Rey, que a pesar de los ruegos y lloros de la reina alanceó un toro; pero escoltado por muchos caballeros, entre ellos D. Álvaro de Luna, conde de Benavente, y porción de vaqueros ricamente vestidos que defendieron al rey su señor y rejonearon y tendieron capillas y lenzuelos al toro, de lo lindo.”

(5) El reinado de D. Juan II fue en el que la diversión de la fiestas de toros brilló con más esplendor, pues introduciéndose en ella, como cita un escritor de la época, el espíritu caballeresco, la galantería exigía de un amante acreditase su valor a la vista de su dama, en lo que el mismo soberano tomó parte muchas veces, particularmente aquel año de 1418 en que casó dicho rey con Doña María o Marta de Aragón. En este reinado se construyó la primera plaza de Madrid, frente a la actual casa de Medinaceli, la  que después pasó a la de Antón Martín y de allí al sitio que hoy ocupa. En el soto de Luzón hubo también otra plaza. La actual se edificó de orden del Rey para el Hospital General, extramuros de la Puerta de Alcalá, donde se halla el año 1749, y la cual se fue reformando hasta ser enteramente de piedra toda la galería del circo, que consta de 1.100 pies en su circunferencia, habiendo  en ella todas las oficinas necesarias con mucho desahogo. Caben en esta plaza doce mil espectadores repartidos en 110 palcos, otras tantas gradas cubiertas y en los tendido o  gradas que forman el circo (Nota de B. S. C.)

1433:   

               “Hallamos que hallándose D. Juan II de Castilla en 1433 en la villa de Illescas aguardando a su halconero mayor, D. Pedro Carrillo, desalojase a Madrid de los muchos forasteros que habían acudido a las Cortes que habían de celebrarse para declarar la guerra a los moros de Granada, se corrieron toros en aquella villa para entretener al Rey, luciéndose en ellos, por su valor y destreza, los caballeros Madrigales y los Olantes, naturales de la villa expresada.”

            Desde los tiempos de Juan II de Castilla, a principios del siglo XV, viene haciéndose ya mención de la Plaza del Arrabal, extramuros de los puerta de Gudalajara en el mismo sitio que ocupa hoy la Mayor y más central de la Villa, aunque por entonces debió ser de forma irregular y cercada de mezquinas casas, propias de un arrabal; pero a medida que este fue creciendo en importancia, y dedicándose al comercio la parte inmediata a la antigua entrada principal de la Villa, como lo fue la Carnicería y otras. En una Real provisión que existe en el Archivo de Madrid, el rey don Felipe II, fechada en Barcelona a (17-09-1593), “cometida al licenciado Cristóbal de Toro”, para que informase “qué costaría hacer unas tiendas en la Plaza del Arrabal, y si seguiría utilidad en hacerlas quedando  su fábrica para los propios de la Vila”, advertimos la circunstancia de que, aún tres siglos después de la ampliación de Madrid con la nueva cerca, y hasta treinta y más años posterior al establecimiento de la Corte en ella, se seguía apellidando el arrabal a la parte de la población fuera de la antigua muralla.

                

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