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Nº 13 - 20 Diciembre 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
CRONOLOGÍA HISTÓRICA, en España: (SIGLO XV (3ªparte)) |
1445: Históricamente, Don Juan II otorgó este título de duque de Medina Sidonia a don Juan Alonso de Guzmán, conde de Niebla y descendiente de Guzmán el Bueno, en 1445. Su hijo y sucesor don Enrique fue capitán general de la frontera de Andalucía y distinguiose en las guerras de Granada. Su sucesor don Juan, luchó en las costas de África. Al cuarto duque, don Enrique, sucediéronle sucesivamente sus hermanos don Alonso Pérez de Guzmán y don Juan Alonso de Guzmán el Bueno. El séptimo de los duques fue el nieto de Guzmán el Bueno, don Alonso Pérez, capitán general del mar Océano y de la Armada Invencible. Por línea directa pasó sucesivamente a don Juan Manuel Domingo, don Gaspar, muerto en 1664, que siendo gobernador de Andalucía intentó proclamarse rey, y don Juan Gaspar, a quien sucedió su hermano don Juan Clarós de Guzmán, muerto en 1713, que fue virrey y capitán general de Cataluña. De padres a hijos llegó el título hasta el 14 duque, don Pedro Alcántara de Guzmán, a cuya muerte, en 1777 pasó, por línea femenina, a la casa de los marqueses de Villafranca. 1447: En el reinado de Juan II, rey de Castilla y León (1406-1454) la fiesta de toros llegó en España a su punto más alto de la galantería caballeresca y se extendió a Portugal, hecho que se produjo a raíz de casarse, en *1447, con Isabel, princesa de Portugal, después Reina de Castilla y León. Era hija del infante Don Juan de Portugal. La nobleza se mezcló en toda clase de pasatiempos, y dio nuevo y poderoso impulso a la diversión de que tratamos. Tres fueron las grandes causas que concurrieron a fomentar con tanta rapidez el engrandecimiento de esta espectáculo: la primera, el espíritu de galantería que como hechos dichos se introdujo entre la nobleza, haciendo que cada caballero comprometiera y dedicara a su dama los esfuerzos de su valor, la cual, habiéndolos presenciado, y juzgados por ellos si aquel caballero era bastante valiente para merecer su atención, premiaba sus afanes con un distinguido favor. La segunda fue la parte que en ella tomaron los soberanos, pues no sólo las autorizaban con su presencia, sino que alternaban con los nobles en las lides, disputándoles como caballeros el premio que la belleza guardaba al más diestro y galán. La última causa que concurrió fue la emulación que existía entre la nobleza y los caballeros moros de Granada, nacida por el trato que tanto en paz como en guerra tenían entre ellos; y como fueron muy frecuentes entre éstos las fiestas de toros hasta el tiempo del rey Chico, y hubo muchos muy diestros, como fueron Malique-Alabez, Muza y Gazul, que hicieron célebres sus nombres y habilidades en la plaza de Bibarrambla, de aquí que aquéllos tratasen de imitarlos, y hacerles ver que en nada cedían los caballeros castellanos a los musulmanes españoles. 1455: Con respecto a la guardia de los Alabarderos –refiere don José María de Cossío-, se confiaba la pintoresca misión defensiva en las corridas reales, puramente honorífica y de intención, ya que los monarcas no corrían ningún peligro en el palco o balcón, pero peligrosa siempre y sangrienta en ocasiones para los alabarderos por la situación de inmediata proximidad al ruedo, como puede verse en un dibujo realizado por F. S. Amat; si bien la costumbre era anterior a la fundación del Cuerpo. En los «Hechos de don Alonso de Monroy, clavero y maestre de la Orden d Calatrava», se puede leer sobre una fiesta de toros celebrada en 1455, que «un día, corriendo toros delante de Enrique IV –hermano de Isabel la Católica-, entre los toros hubo un asaz bravo, porque había desbaratado la guardia dos veces.» El zaguanete –el grupo de Alabarderos asistentes a la corrida-, se formaba en varias filas, de extensión aproximada a la del balcón o palco que ocupaba la familia real, y presentando las alabardas dispuesta a las posibles acometidas del toro. Por regla general, ante las heridas de las alabardas solía huir el bicho; pero muchos casos hubo en que acometió con tanto ahinco y furia que, desordenando la formación del zaguanete, desbarató la defensas con evidente riesgo de los alabarderos. 1462: El nacimiento de la princesa doña Juana, llamada la Beltraneja, hija del rey Enrique IV, hermano de Doña Isabel la Católica, que sucedió en esta villa en enero de 1462, según el padre Mariana, produjo toros reales el día en que salió a misa la reina; pero ni esta corrida, ni las que hubo en el mes de marzo del año citado por su juramento como princesa de Asturias, no se sabe el sitio en que se hicieron las corridas ni cómo fueron estas; pero nos parece debieron ser en el Soto de Luzón. Puesto que consta que este Monarca concedió licencia al regidor D. Francisco de Luzón para hacer una plaza en aquel sitio. Hallándose don Enrique en esta villa llegó un embajador del duque de Bretaña en 1462, y entre las fiestas en que se le obsequió para que admirase el valor y denuedo de los caballeros españoles, dispuso el Rey una corrida de toros en el Campo del Moro, debajo del Real Alcázar, cuyos toros se rejonearon y lancearon por los principales señores de la Corte, concluyéndose la fiesta con un juego de cañas de cien caballeros divididos en dos cuadrillas, montados en briosos caballos, con jaeces dorados y vestidos con magníficos trajes y adargas de mucho mérito o sanvacenes (especie de manga defensiva) de primoroso bordado.” 1490: Marqués de la Algaba, gran alanceador de toros, del que se dice fue el primero en usar la garrocha para detener los toros, en competencia con don Pedro de Médicis, por lo que pudieron actuar juntos tanto en España como en Italia. El inicio en el uso o cambio de la lanza por la garrocha es un eslabón fundamental en la evolución del toreo. 1492: Unificada España desde 1492, Carlos I de España y V de Alemania y Fellipe II, su hijo, verán desde muy cerca los toros. Nos invitan a considerar con ellos el sentido de las corridas en el Renacimiento y el Barroco. Conviene señalar lo que de taurino hay en el Barroco y la naturaleza barroca de la corrida. Es posible que siempre haya existido una España medieval –en el toreo de nuestros días se palpan valores medievales y una, más española todavía, con los rasgos propios del espíritu barroco. Nota destacada en el Barroco fue la nostalgia de una edad heroica, en el sentir del académico Guillermo Díaz-Plaja. Sólo algunas mentes, las mejores quizá, conservan ese recuerdo. La gloria y la fama ya no espolean al hombre. Quevedo llora sin lágrimas el fin de la honra: “Llegado a ver lo que es la honra, no es nadda.” El en entremés cervantino La guardia cuidadosa, se dice. “Ya no se estima el valor / porque se estima el dinero.” 1493: Como a la muerte de don Enrique se pronunciase Madrid contra el reina do de su hija la Beltraneja, desposada con el rey D. Alonso de Portugal, y a favor de la princesa doña Isabel I, denominada la Católica, luego de que se apaciguó la guerra, vino ésta ala Villa con su esposo don Fernando, rey de Aragón, y entre las fiestas con que se le obsequió, fue una corrida de toros y cañas que le dieron los hidalgos de la Villa en la plaza de San Andrés, al lado en que tenían lo balcones los reyes, que fueron a parar a la casa de los Mendoza, que es la que ocupó después el duque de Osuna en la plaza de la Paja, por lo que en esta debieron celebrarse las corridas de toros, y la cual se llamaría así por la proximidad de dicha iglesia, a la que tiene acceso por un arco de dicha casa. La Reina quedó verdaderamente horrorizada a la vista de aquella corrida de toros y como cita Gonzalo Fernández de Oviedo, trató de suspenderlas; pero los nobles apasionados a torear, supieron manifestarse y la conservaron. Como se hallasen los Reyes Católicos en 1493 en esta Villa, en donde les gustaba invernar, les dio corridas de toros y cañas a su costa en fines de enero D. Álvaro García Díez de Rivadeneira, maestresala que fue del rey don Enrique y gran hacendado en Madrid y Vallecas, en cuyo pueblo fundó un monasterio de religiosa, que después pasó a Madrid y Vallecas y estuvo en la calle de Alcalá, donde después se estableció el Museo Lírico. Esta acción fue muy aplaudida y calificó de un gran señor al expresado Rivadeneira. Como la Reina Católica mostró gran repugnancia a la fiesta de toros, no se sabe volviera a ver otra fuera ni en esta Villa, a cuyo coste se fabricó plaza en el punto que hoy ocupa el palacio de Villahermosa y la casa inmediata frente a la casa de Medinaceli. Las corridas de toros, o los combates de hombres con toros, fueron conocidos desde muy antiguo en Roma. Bajo el pontificado de Alejandro VI, cuyo verdadero nombre era Rodrigo de Borja o Borgia, nació en 1431 en la ciudad de Játiva (Valencia). A la muerte de Inocencio VIII fue elegido para por unanimidad en el cónclave celebrado el (11-08-1492). Durante su pontificado anduvo en guerra con Carlos VIII de Francia, que invadió Italia y entró en Roma, en 1493, aunque fue rechazado después. Para celebrar la liberación de la Ciudad Eterna se dieron en ella corridas de toros en las que se distinguió como lidiador César Borja, hijo natural de Alejandro VI, quien de un solo tajo cortó la cabeza de un toro.
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