Origen y evolución del toreo

 Nº  15 -  7 Enero  2006    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

CRONOLOGÍA HISTÓRICA, en España: (SIGLO XVI (Introducción)

  
1500

               En el siglo XVI se produjo la primera exportación de vacunos navarros al Nuevo Mundo (véase año 1521). Conocedor de la agresividad y bravura de los toros navarros, Juan Gutiérrez de Altamirano, primo de Hernán Cortés, se encargó en 1521 de que llegaran a la isla antillana de Santo Domingo un hato de vacunos compuesto por doce pares de toros y vacas procedentes de Navarra, que a principios de 1526 fueron traslados a tierras mexicanas y ubicados en la extensa región de Calimaya en la que existía un pueblo indígena del mismo nombre, que con todo su término y otras rancherías que adquirió en el valle de Toluca constituyó la hacienda de Atenco y dicho hato de vacunos el fundamento de la célebre ganadería que ha llegado hasta nuestros días conservando fielmente las características del ganado de su procedencia (véase 1526).

            Pocos años después los misioneros españoles llevaron también vacunos navarros a Ecuador, aunque en este caso su intención no fue la de extender las fiestas de toros por  aquellas tierras, sino más bien su utilización como animales de guarda y defensa, para evitar los expolios de los huertos y tierras colindantes con las misiones, que servían de sustento a los frailes. Los toros navarros, ya famosos entonces por su agresividad, causaron el terror entre los indígenas americanos y permitieron preservar la precaria economía de los misioneros, que dispusieron alrededor de sus tierras un sistema de doble empalizada cortada en cada ángulo. En cada lado del cuadrado o rectángulo resultante se colocaba uno de los toros traídos de Navarra, que siempre estaba dispuesto a arrancarse ante el menor ruido o ante la presencia de quienes quisieran penetrar en las parcelas.

            Además, era frecuente que para reunir las reses necesarias para un festejo taurino fuera necesario contar con las existentes en más de una ganadería, puesto que los machos de edades adultas eran poco abundantes en cada vacada y se limitaba a aquellos que se empleaban como reproductores. Habida cuenta de su agresividad, las peleas entre los toros eran frecuentes y por eso la en plazas era muy buena salida para los animales adultos. Sus propietarios los vendían para la lidia, sustituyéndolos por novillos, que resultarían menos complicados para su manejo y eran igualmente útiles para las funciones reproductivas.

            El preponderante origen navarro del vacuno de lidia mexicano se mantuvo, como hemos visto por los comentarios de los diestros españoles que los lidiaron, hasta finales del siglo XIX. Fue entonces cuando los ganaderos aztecas iniciaron varias importaciones de ganado español, principalmente de la ganadería del marqués del Saltillo, encabezados por los célebres hermanos Llaguno González (don Antonio y don Julián), entre los años 1906-1910-  y los dueños de la Hacienda Galindo (Estado de Querétaro), que importaron de la ganadería sevillana de don Eduardo I Miura, hasta un total de cuarenta  y cuatro reproductores de distintas ganaderías y sentaron las bases de lo que habría de ser el moderno toro mexicano.

            Solamente uno de los sementales importados de España por los ganaderos aztecas durante aquellos primeros años de la década de 1910 fue de origen navarro, concretamente de la ganadería de los herederos de don Fausto Joaquín Zalduendo, por lo que esta Casta Navarra empezó a diluirse, desapareciendo por completo pocos años después, cuando se trajeron a México nuevos hatos de reproductores de otros muchos orígenes, fundamentalmente del  marqués del Saltillo, que constituye la base principal y mayoritaria del vacuno actual mexicano, en cuya modernización –de toros y toreo- tuvo una importancia central la labor mágica que realizaron los hermanos Llaguno, correspondiendo ese orgullo a todos los zacatecanos (Estado de Zacatecas, México). El año de 1900, en la plaza de Tlaquepaque (Estado mexicano de Jalisco), se lidió el toro, de nombre Valiente, de la ganadería mexicana de Atenco. Fue un bravísimo animal, que mató tres caballos; en dicho festejo tomó la alternativa Arcadio Ramírez «Reverte Mexicano», de manos del famoso torero español Manuel Hermosilla (A.L.).

            El mencionado toro de la ganadería de los herederos de don Fausto Joaquín Zalduendo, cuya antigüedad en Madrid es del (14-07-1817) fue a padrear a la vacada de Atenco en 1888, cuando la ganadería ya no pertenecía a los condes de Santiago de Calimaya, sino que había sido adquirida unos años antes por la familia Barbosa, una de las más emblemáticas en la crianza de toros de lidia mexicanos.

            En 1910 la ganadería de Atenco decidió cambiar su línea ganadera tradicional incorporando cinco vacas y tres sementales de la ganadería española de los herederos de don Ramón Romero Balmaseda, que se cruzaron con las reses originarias de Casta Navarra. No obstante, a partir de 1925 se procedió a eliminar toda la antigua procedencia, sustituyéndola por sangre del marqués del Saltillo... a la vista de los éxitos logrados por los ganaderos del Estado de Zacatecas. Además, en los años de 1930, los distintos repartos agrarios, llevados a cabo en la República mexicana, dejaron reducida la Hacienda legendaria de Atenco a menos de doscientas hectáreas, por lo que una gran parte de la vacada pasó a pastar a otras dehesas de los Barbosa, la hacienda de San Diego de los Padres, acelerándose el proceso de absorción con la sangre del Saltillo, al pastar conjuntamente los animales de una y otra vacada. Ya en 1968, cuando los Barbosa vendieron Atenco, las reses de Casta Navarra estaban totalmente absorbidas por el encaste del marqués del Saltillo, de modo que actualmente no se aprecia el menor rastro navarro.

            Si la presencia de la Casta Navarra «es un simple recuerdo del pasado en México, menor relevancia aún tiene en la cabaña desarrollada en le República hermana de Ecuador, país al que co0mo ya quedó citado, también fueron trasladadas reses de este origen por los padres religiosos misioneros durante finales del siglo XVI y que fueron mezclándose y diluyéndose entre el conjunto de los hatos de vacunos criollos asentados en aquel país.

              Las lides caballerescas en el arte de torear a caballo encontraron en Castilla un amplio desarrollo del que se tienen noticias en los reinados de los Trastamaras en las que ya se detallan los famosos torneos ecuestres de los juegos de toros y cañas, en los que las reses bravas, sin que tampoco sepamos de qué ganadería, eran alanceadas desde los caballos en  las plazas públicas e incluso en algunas expresamente dedicadas a este fin como la que existió en Madrid en el paraje que hoy lleva el nombre de Antón Martín.  Pero el desarrollo del arte de torear a caballo tuvo  también ilustres representantes  en Andalucía.  Debemos destacar entre ellos a Don Rodrigo Ponce de León (1), duque de Arcos, prócer cordobés del siglo XVI, distinguidísimo en todas las  suertes de caballería de torear, especialmente en la de la varilla o caña, según nos informa en su libro de Jineta don Luis Vañuelos y de la Cerda.

               El siglo XVI, como ya quedó señalado, marcó el inicio del período de transición del toreo de a caballo al de a pie, siendo una figura relevante de ese período don Fernando Álvarez Bohórquez, célebre toreador de a caballo del citado siglo. En el Epílogo de Utrera..., de donde, sin duda, era natural, escrito por don Pedro Román Meléndez, leí de él las siguientes curiosas noticias: «El más celebrado que conoció su edad en la vara larga y rejones, y en su cuerpo y fuerza gigantescos. La espada de que usaba no podía manejar otro. Era lo regular con la vara levantar al toro y echarlo de espaldas. Si daba cuchillada, lo ordinario era dejarlo muerto.  En este ejercicio se le quebró el brazo derecho; y habiendo curado, le quedó inútil, y permitió que se lo volviesen a desencajar y poner en su lugar, por no privarse del manejo de la garrocha.

              Saliendo a rejonear en otra ocasión, se le volvió a quebrar el brazo, y ya desengañado trató de emplear sus fuerzas y valor en mejores ejercicios. Vistióse un hábito de tercero y dedicóse a la Santa Caridad, cuidando de los pobres enfermos por su persona, y de dar sepultura a los muertos, con quien solía él sólo cargar. El tiempo que le sobraba lo ocupaba en estar rezando en el atrio, donde se enterraban los pobres; en el lugar más inferior, que fue el que eligió para sepultura, y en ella, aun vivo, hizo poner este epitafio: Aquí yace el mayor pecador de los vivientes. Rueguen a Dios por él.

            En dicho siglo XVI los reyes y nobles alanceaban a los toros desde el caballo y, al parecer, según don Filiberto Mira, «... sin ningún complemento a pie, apoyados exclusivamente en su valor y su destreza.» Sin embargo ello no puede asegurarse, ya que desde siempre los monarcas y nobles llevaron, en los combates a sus escuderos, y en todas   las ocasiones a sus fieles acompañantes, así que jamás debieron ejecutar las suertes de toros y cañas sin ellos, que llevaron con el tiempo el nombre de chulos.

 (1) Este ilustre apellido  (Ponce o Ponze) debió haber en Jerez de la  Frontera (Cádiz) más de un diestro en los ejercicios de  torear a caballo, y así cita don José Daza tal alcuña como gente diestra en dicha ciudad. Curiosamente,  con el apellido Ponce de León, existió un Sebastián, lidiador de reses bravas, ,natural de la villa de  Haro (La Rioja), y uno de los que sostuvieron el lustre del toreo navarro en su buena época. Fue contemporáneo del célebre licenciado de Falces, y con él, se aventajó siempre don Bernardo, “sin embargo de que Ponce era más general, por  haber poseído el manejo de la espada y banderillas con superioridad a su rival.”

               Como ya quedó señalada la intervención de don Pedro I, desde éste hasta Enrique IV, estas fiestas fueron peculiares de las ciudades y villas del Reino de Castilla y en ellas además de los monarcas participaban los miembros de la nobleza y caballeros distinguidos. Como se sabe, Enrique IV realizó durante su reinado una histórica excursión venatoria al célebre Coto de Doñana, en las Marismas de Sevilla-Huelva, hospedándose en la Casa-Palacio allí existente, matando con un arcabuz desde la ventana de su real aposento toros semisalvajes. Siguiendo con el tema, suerte fundamental de estas fiestas era la llamada lanzada para la cual nos dice Queixada de Reoyo que el caballero debe: «Caer derechamente en la silla como si estuviese delante del rey de pie.» Suerte ésta de la lanzada que perfeccionó don Pedro Ponce de León que llegó a matar superiormente desde el caballo que tenía los ojos tapados, y practicando una especie de quiebro en el momento del embroque con el toro.

               Con motivo de la celebración de las bodas del rey Felipe II, en la ciudad de Sevilla tuvieron lugar una serie de festejos taurinos, interviniendo en uno de ellos don Gómez de Figueroa, caballero rejoneador de la segunda mitad del siglo XVI, de quien hace mención Vañuelos y de la Cerda en su libro de Jineta, como destrísimo en el arte de dar cuchilladas desde el caballo y que en aquella ocasión mató más de dos toros a cuchilladas.

              La ganadería de don José Antonio Marzal (Olivenza, Badajoz), con divisa blanca y señal: dos muescas en cada oreja, procede de la conocida por “”Raso Portillo”, que es considerada como la más antigua de España, desconociéndose su primitiva casta, así como el nombre de su fundador. Se dice que en los siglos XVI y XVII los toros de “Raso Portillo” eran, juntos con los criados en las vegas del Jarama, agresivos como leones, los que se lidiaron en las primitivas corridas reales; pero las verdaderas vacadas productoras de toros exclusivamente destinados a la lidia no lo fueron hasta el siglo XVIII en que, seleccionadas y apartadas las reses más bravas de las que no lo eran tanto, se formaron aquellos primeros hatos, destinándose la producción a las corridas.

En 1768 subsistían en Valladolid hasta nueve vacadas en la región de Portillo, entre ellas, sin duda, la famosa que pastaba en el llamado Raso (de Portillo). En Benavente (Zamora) poseía una ganadería brava la Casa del Infantado, compuesta de 1.000 cabezas, y solía dar para fiestas de toros de muerte hasta cincuenta reses. Ya citamos la corrida que se celebró en la Plaza Mayor de Benavente (Zamora) en honor del rey de Castilla Felipe el Hermoso en junio de 1507, apenas cuatro meses antes de morir, el 25 de septiembre   siguiente. En el año citado al principio se reanudaron las fiestas de San Juan en Rioseco, que llevaban veinte años sin celebrarse. El escaso número de fiestas que  se celebraban en Zamora y Formeselle se realizaban con ganado del país. La vacada más importante de toda aquella región era la de don Juan Díaz de Castro, vecino de León, que pastaba en dehesas de León, Valladolid y Zamora. Contaba aquel año de 850 cabezas,  que se dividían en 30 toros, 60 utreros, 70 erales, 100 añojos, 400 vacas, 100 novillas y 100 añojas.

El primer ganadero contemporáneo  de quien se tiene noticias fue don Alfonso Sanz, pasado después por herencia  a su hija doña Gregoria, casada con don Toribio Valdés. Luego fue su hijo don Pablo Valdés, que vendió la ganadería a distintos señores, y entre ellos adquirió un buen número de reses don Juan Presencio, del que las heredó su hijo don María Valdés, y más tarde la viuda de éste, que la vendió a don Matías Sánchez Cobaleda, el cual la traspasó al señor José Antonio Marzal. En 1927 fue cruzada con sementales de Pablo Romero, y en 1931 con un semental del conde de la Corte.
 

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