Origen y evolución del toreo

 Nº  17 - 24 Enero  2006    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

CRONOLOGÍA HISTÓRICA, en España: (SIGLO XVI (1503-1515) continuación

           
            El siglo XVI, como ya quedó señalado, marcó el inicio del período de transición del toreo de a caballo al de a pie, siendo una figura relevante de ese período don Fernando Álvarez Bohórquez, célebre toreador de a caballo del citado siglo. En el Epílogo de Utrera..., de donde, sin duda, era natural, escrito por don Pedro Román Meléndez, leí de él las siguientes curiosas noticias: «El más celebrado que conoció su edad en la vara larga y rejones, y en su cuerpo y fuerza gigantescos. La espada de que usaba no podía manejar otro. Era lo regular con la vara levantar al toro y echarlo de espaldas. Si daba cuchillada, lo ordinario era dejarlo muerto.  En este ejercicio se le quebró el brazo derecho; y habiendo curado, le quedó inútil, y permitió que se lo volviesen a desencajar y poner en su lugar, por no privarse del manejo de la garrocha.

              Saliendo a rejonear en otra ocasión, se le volvió a quebrar el brazo, y ya desengañado trató de emplear sus fuerzas y valor en mejores ejercicios. Vistióse un hábito de tercero y dedicóse a la Santa Caridad, cuidando de los pobres enfermos por su persona, y de dar sepultura a los muertos, con quien solía él sólo cargar. El tiempo que le sobraba lo ocupaba en estar rezando en el atrio, donde se enterraban los pobres; en el lugar más inferior, que fue el que eligió para sepultura, y en ella, aun vivo, hizo poner este epitafio: Aquí yace el mayor pecador de los vivientes. Rueguen a Dios por él.

            En dicho siglo XVI los reyes y nobles alanceaban a los toros desde el caballo y, al parecer, según don Filiberto Mira, «... sin ningún complemento a pie, apoyados exclusivamente en su valor y su destreza.» Sin embargo ello no puede asegurarse, ya que desde siempre los monarcas y nobles llevaron, en los combates a sus escuderos, y en todas   las ocasiones a sus fieles acompañantes, así que jamás debieron ejecutar las suertes de toros y cañas sin ellos, que llevaron con el tiempo el nombre de chulos.

 Relación de rejoneadores del siglo XVI:

             Fernando Álvarez Bohórquez: El siglo XVI, como ya quedó señalado, marcó el inicio del período de transición del toreo de a caballo al de a pie, siendo una figura relevante de ese período don Fernando Álvarez Bohórquez, célebre toreador de a caballo del citado siglo. En el Epílogo de Utrera..., de donde, sin duda, era natural, escrito por don Pedro Román Meléndez, leí de él las siguientes curiosas noticias: «El más celebrado que conoció su edad en la vara larga y rejones, y en su cuerpo y fuerza gigantescos. La espada de que usaba no podía manejar otro. Era lo regular con la vara levantar al toro y echarlo de espaldas. Si daba cuchillada, lo ordinario era dejarlo muerto.  En este ejercicio se le quebró el brazo derecho; y habiendo curado, le quedó inútil, y permitió que se lo volviesen a desencajar y poner en su lugar, por no privarse del manejo de la garrocha.

              Saliendo a rejonear en otra ocasión, se le volvió a quebrar el brazo, y ya desengañado trató de emplear sus fuerzas y valor en mejores ejercicios. Vistióse un hábito de tercero y dedicóse a la Santa Caridad, cuidando de los pobres enfermos por su persona, y de dar sepultura a los muertos, con quien solía él sólo cargar. El tiempo que le sobraba lo ocupaba en estar rezando en el atrio, donde se enterraban los pobres; en el lugar más inferior, que fue el que eligió para sepultura, y en ella, aun vivo, hizo poner este epitafio: Aquí yace el mayor pecador de los vivientes. Rueguen a Dios por él.

            En dicho siglo XVI los reyes y nobles alanceaban a los toros desde el caballo y, al parecer, según don Filiberto Mira, «... sin ningún complemento a pie, apoyados exclusivamente en su valor y su destreza.» Sin embargo ello no puede asegurarse, ya que desde siempre los monarcas y nobles llevaron, en los combates a sus escuderos, y en todas   las ocasiones a sus fieles acompañantes, así que jamás debieron ejecutar las suertes de toros y cañas sin ellos, que llevaron con el tiempo el nombre de chulos.

             Don Gómez de Figueroa, caballero rejoneador que actuaba como tal entre los años 1550 a 1560. De él hace mención Vañuelos y de la Cerda en su Libro de Jineta, como destrísimo en dar cuchilladas a los toros desde el caballo. “En Sevilla, en los casamientos del rey don Felipe II, mató más de dos toros a cuchilladas.” Debe tratarse del casamiento de  Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique II, rey de Francia y de Catalina de Médicis, princesa de Francia y después Reina de España. Doña Isabel nació en Fontainebleau y murió en Madrid (1546-1568). Después de haber sido la prometida del infante Carlos, hijo del Felipe II, se casó con éste en 1559. Por coincidir la boda con la firma del Tratado de Cateau-Cambresis (Paz de las Damas), que ponía fin a las guerras entre España y Francia, se la llamó Isabel «de la Paz». Murió al nacer su tercer hijo. Fue madre de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. La leyenda ha utilizado la personalidad de Isabel de Valois para ensombrecer injustamente la figura de Felipe II.

            Don Rodrigo Ponce de León, duque de Arcos. Prócer caballero y rejoneador cordobés del siglo XVI, distinguidísimo en todas suertes de caballería de torear, especialmente en la de varilla o caña, según nos informa en su libro de jineta don Luis Vañuelos y de la Cerda.

             El tiempo no podrá hacer olvidar a varios rejoneadores que llevaron el nombre de Don Pedro. El más destacados de todos puede decirse que fue Don Pedro Heredia, caballero del finales del siglo XVI y mediados del XVII, famoso por su valentía y destreza en los cosos o plazas de aquellos tiempos, del que se cuenta: «Don Pedro metió mano a una espada de jineta y le dio a un toro un revés tan poderoso, que le cortó todo el pescuezo, quedando sólo los pellejos últimos» (Casos raros de Córdoba, Ms. del siglo XVII). A mediados del siglo señalado, nos cuenta otro escritor, «celebrábanse fiestas reales, y don Pedro de Heredia, famoso por su valor y pericia en las armas, intentando hacer una suerte del rejoncillo, cuando arrancándose la fiera, sin darle tiempo a huir, clavó los cuernos hasta la cepa en el vientre del caballo; mas el jinete dio revés tan grande en el pesceuzo del toro con su cortadora espada, que le segó casi a cercén, cayendo muertos a un tiempo el toro y el caballo» (Zapata, Misceláneas).

             Otro fue don Pedro I Bretendona, notable rejoneador sevillano, padre de otro don Pedro y abuelo de don Antonio, de ilustre familia ganadera. Daza cuenta de él el siguiente hecho: «Rejoneando en la plaza Mayor de Madrid, a presencia de sus Majestades, obligaba a que le partiese un toro, y viéndole cejaba, al compás le fue persiguiendo paso a paso hasta llegar a los medios de ella. Suspendió su caballo, fijó el rejón al chulo, y con mucha parsimonia sacó su caja de tabaco, tomó un polvo, empuñó su garrochón, y tanto estrechó al toro, que le partió suerte y le volteó del rejonazo; mereciendo a los reyes y al concurso un general aplauso, no sólo por el hecho de su consumado espíritu, sino también por el gran conocimiento.»

El hijo de Pedro I, también llamado Pedro II, fue el padre de don Antonio. Fue notable diestro a caballo,  pero aún más a pie. De él cuenta Daza «haberlo provocado ciertos apasionados con la competencia otro tal caballero forastero. Y por que no quedase en opiniones, mandó encerrarse en el matadero una porción de toros guapos, que alternativamente y sólo los dos iban toreando en todas modas y matando cada uno el suyo. En cuya contienda y examen dicen haber sido un muy gustoso rato, pero que la sentencia quedó pro indivisa, que ninguno se excedió. Que aunque los partidarios vieron fenecer todos los toros, no pud9ieron conocer ni averiguar de aquellos contensores ninguna diferencia.» Antonio, su hijo, fue también un destrísimo torero a caballo y a pie, siendo muy elogiado por don José Daza.

 

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