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Nº 19 - 7 Febrero 2006 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
CRONOLOGÍA HISTÓRICA,
en España: (SIGLO XVI (1504-1517)
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Como señal de respeto y símbolo de defensa, se colocaron siempre los Alabarderos bajo el balcón o palco que ocupaban los reyes en estas corridas reales, un retén o tropa de guardia, armado de alabardas. Tal misión era encomendada a la tropa de más confianza de cuantas servían en el Palacio Real, a alabarderos, que si experimentaron variaciones en el uniforme y en el nombre y sintieron los vaivenes correspondientes a los cambios de regímenes, conservaron, en cambio, su carácter, su ordenanza y su armamento desde su fundación. La alabarda, arcaica arma de corte y punta, que consta de una aguda hoja de unos 30 centímetros de longitud, en cuyo extremo inferior hay, por un lado, tiene una cuchilla transversal en forma de esa o de media luna, y por el opuesto, un hierro recto o encorvado hacia abajo, sujeto por medio de dos largas aletas, atravesadas por clavos, al extremo un asta de dos metros o dos metros y medio de longitud, de origen extranjero, probablemente danés, no era de uso habitual en las tropas españolas, y fueron las extranjeras, suizos y tudescos principalmente, quienes aclimataron su uso, que pronto pasó más bien a función de simulacro que a verdaderos trances ofensivos. La Guardia Real, que en los últimos tiempos de la Monarquía se llamaba «Real Cuerpo de Alabarderos», fue fundada en 1504 por Fernando el Católico como precaución tras el atentado de que fue víctima en Barcelona del loco Juan de Canymás, y su misión era la guardia y custodia inmediata de la persona del monarca y de su familia más íntima. Tal función la ejercía, con el máximo de confianza, dentro y fuera del Palacio; en relación con tal encargo, dice el artículo 106 del Reglamento orgánico del Cuerpo: «Siempre que Yo, o cualquiera de la Reales Personas, salieren de Palacio, el Oficial Mayor de servicio seguirá a la inmediación..., sin que entre Mi persona y aquél, que representa al Comandante General, pueda interponerse otra alguna.» A esta guardia, pues –refiere don José María de Cossío-, se confiaba la pintoresca misión defensiva en las corridas reales, puramente honorífica y de intención, ya que los monarcas no corrían ningún peligro en el palco o balcón, pero peligrosa siempre y sangrienta en ocasiones para los alabarderos por la situación de inmediata proximidad al ruedo, como puede verse en un dibujo realizado por F. S. Amat; si bien la costumbre era anterior a la fundación del Cuerpo. En los «Hechos de don Alonso de Monroy, clavero y maestre de la Orden d Calatrava», se puede leer sobre una fiesta de toros celebrada en 1455, que «un día, corriendo toros delante de Enrique IV –hermano de Isabel la Católica-, entre los toros hubo un asaz bravo, porque había desbaratado la guardia dos veces.» El zaguanete –el grupo de Alabarderos asistentes a la corrida-, se formaba en varias filas, de extensión aproximada a la del balcón o palco que ocupaba la familia real, y presentando las alabardas dispuesta a las posibles acometidas del toro. Por regla general, ante las heridas de las alabardas solía huir el bicho; pero muchos casos hubo en que acometió con tanto ahinco y furia que, desordenando la formación del zaguanete, desbarató la defensas con evidente riesgo de los alabarderos. Los testimonios de sucesos de este tipo, como el citado del siglo XV, eran frecuentes. En el siglo XVII, Lope de Vega y el príncipe de Esquilache celebraron con festivos sonetos un caso como el señalado, de ahí que insertaremos ambos sonetos. Dice el de Lope:
«Trece son los tudescos que
el Osquillo 1517: Contamos con múltiples referencias, desde muchos siglos antes del reinado del emperador Julio César, de que el alancear, y no precisamente toros, tuvo su origen hace ahora unos once mil años, cuando ya los hombres utilizaron lanzas de varas de mediano tamaño con puntas de afilado pedernal o de sílex que lanzaban los nativos americanos tanto a sus presas, incluyendo los mamuts, en los alrededores del gran Lago, donde hoy está la ciudad de México, como a sus hermanos enemigos. Desde entonces este tipo de armas se fue perfeccionando hasta que dos mil años a. de C., los arios, en una de sus temida correrías, irrumpieron una vez más en Grecia cabalgando y llevando afiladas lanzas de hierro. Después, el uso de la lanza se generalizó y todos los ejércitos, entre ellos los de Alejandro Magno y después los romanos, llevaron compañías de Lanceros o alanceadores profesionales, y Julio César alanceaba toros en los bosques de Europa, hasta relativamente hace muy poco tiempo. A todo lo largo de la Edad Media la lanza fue un arma fundamental en todas las contiendas bélicas. Incontables cristianos y árabes fueron alanceados entre sí en los campos de batalla. Basta recordar que las Cruzadas -dice Hilario Belloc, en su obra «The Crusades» que transcurrieron de 1096 a 1271, fueron en su totalidad una pugna constante entre la civilización Occidental y el mundo hostil del Islam, una verdadera Morisma de muerte y destrucción, que subyugó casi por completo a Europa. Fueron una campaña continuada, y aún una sola batalla, en un primer período, de noventa años, con un objetivo político: rescatar los Santos Lugares... Batalla que comenzó con una ofensiva victoriosa y terminó en una completa derrota, al contrario de La Morima. En aquellos años el Islam arrojó provocativamente el guante a la Cristiandad. Brotó y creció, lógicamente, un inveterado aborrecimiento mutuo entre la Cruz y la Media Luna; y mientras para los musulmanes los cristianos eran los odiados o «Giaouls» (incrédulos), para los cristianos los mahometanos eran los «Perros Infieles.» En nuestros días el terrorismo árabe se está enfrentando a Occidente.
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