Origen y evolución del toreo

 Nº  5 -  30 Septiembre  2005    (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar)

Origen de las Fiestas de Toros (3)

         
            Como resumen de lo anteriormente expuesto, podemos decir que la personalidad del español está vinculada a la del toro bravo, por lo son elementos de la civilización y del carácter español. Y es que España se ha diferenciado del resto de los países europeos en la persistencia y regusto del culto al toro. Diríamos que existe una muy específica relación con él: “…esa vieja relación varias veces milenarias del hombre español con el toro bravo”, de la habla don José Ortega y Gasset, Julio Caro Baroja, Álvarez de Miranda y Blanco Freijeiro, coinciden en ver elementos religiosos en esa relación hombre-animal. Don Francisco Jordá Cerdá, en revisión crítica, reconoce que no existen pruebas concluyentes de que existiera un dios-toro en el mundo ibérico, aunque sí hay ideas y prácticas religiosas en que el toro es agente de fecundidad, personificación de corrientes fluviales, enlace con divinidades celestes o astrales… y la adoración de la riqueza en el culto al becerro de oro.

            Ya lo  dejó escrito el gran Fernando Villalón, en los primeros capítulos de su Taurofilia Racial. Su pensamiento se vistió de un lujo imaginativo muy andaluz. Dejemos que el mundo de los refinados tartesios lo cuente él y nadie más que él. Un día pisó el gran poeta sevillano y ganadero  de escasas virtudes, con sus botos camperos, el suelo lacustre de la marisma rociera y  exclamó: “Fue aquí, exactamente aquí, donde tuvo su origen el toreo.” Y añadió: “El mundo consta de dos partes: Cádiz y Sevilla.” Se refería, claro está, al mundo civilizado.

Y es que Villalón cita a nuestra “Tacita de Plata”, porque para nuestra Evolución del Toreo son fundamentales los sonidos y olores de la Bahía de Cádiz, ya que ella comenzaron a sonar las castañuelas entre los dedos de una “romana de Cádiz” –como  lo  pudo ser de una romana cartagenera-, bailaora de gracias remotas, de cintura cimbreante. Lo afirma el historiador hispanoromano Marcial: “Telethusa tortura y consume a su antiguo amo; él la compró en otro tiempo como esclava y hoy la rescata como querida.” Con los años, nos lo explicará la música de don Manuel de Falla, tan gaditano como juncal Telethusa.

             El origen de la fiesta, interpretado desde México, tiene interesantes perfiles. Hace decenios, el director de un periódico de la ciudad de México, don Hernández Llergo,  le solicitó a Solares Tacubac, que escribiera algo de origen de la tauromaquia, para el Almanaque Taurino y él le dijo:

            - Pero ¿ha comprendido usted todo lo arduo de la tarea que me encomienda? Para hacer historia sobre el origen de la Tauromaquia, han ocupado volúmenes reputados escritores y no consiguieron su finalidad. Dejaron bastantes incertidumbres y muchas lagunas, muchos claros, multitud de épocas sin estudiar y pormenorizar, -le respondió.

            - Sí. La he medido, la he comprendido y por ello dije algo, esto es: unas anotaciones. Arrégleselas usted como pueda. Concretando y sin perder su interés.

            - Bueno. Procuraré complacerle y deseo que no resulte refrito, que provoque las sátiras de nuestros amigos. Escribir de historia aportando originalidad es difícil, y se vuelve imposible cuando hay que sintetizar. Emprendo la comisión y ... ¡Allá usted, en primer sitio, por ser el principal culpable! Y estoy en lo dicho. Haré algo.

            “No es conocido el nombre del primer humano que fue torero, ni tampoco la reseña -pinta, encornadura, kilos y ganadería- del primer astado que se lidió. Dicen, que la necesidad es madre de la ciencia. Concediendo al vocablo ciencia el sinónimo convencional y familiar de artimaña, probablemente el deseo de que el toro no fuese holgazán, que comiera sin trabajar, y la necesidad clara que hubo de aprovecharse de la pujanza de bicho, hicieron que el primer torero, el paradisíaco Adán, lo fuese por absoluta necesidad.

            Y tal supuesta afirmación, ésta hipótesis -probable, como todas las hipótesis- no es de mi propiedad exclusiva, sino que la he de coparticipar con aquel insigne taurómaco, don Santos López Pelegrín, Abenamar ¡Casi nadie! Adelante, que no voy en mala compañía.

            Nuestro padre Adán, decía, fue indudablemente, el primer torero. Siguieron los postreros -quizá sin que hayan recibido alternativa- y llegamos a un torero, famoso por el dominio que tenía manejando la capa, que en aquel entonces tendría otro nombre, pero sí había el mismo uso. Ese famoso capeador, fue el venerable y bíblico Noé. Para cumplimentar el mandato de que en el Arca habían de navegar un par de animales, macho y hembra, de cada especie, a fin de asegurar la reproducción, tuvo que hacer entrar a una vaca y a un toro. La vaquilla, iría al encierro dócilmente, obedeciendo a la voz de Noé, pero... ¿y el toro?  ¡Hubo que recurrir a la artimaña, y esto ha de haber sido toreándolo con la capa y en fuerza de lances, primero corriendo por derecho y luego, ya en las cercanías de la quilla del Arca, a dos manos, abanicando o mandileando, para hacer que entrara. Allí adjunto una estampa que corrobora mi afirmación. Obsequio de don Pascual Millán.

            La Tierra, nuestro mísero planeta, que es tan pequeña entre los del sistema planetario de Copérnico; quedó seco, luego de haber sido inundado por el Diluvio. El arca, encalló en el Monte Ararat. Salieron del encierro Noé y sus acompañantes... Hubo aquella fenomenal papalina... La dispersión de los hijos de Noé, para sustituir las razas fundamentales del género humano. Y, sin embargo, tenemos que establecer el origen de la Tauromaquia en España. Para ello tenemos que dar un salto y plantarnos en la Península Ibérica, para estudiar otra de las etapas de la Tauromaquia. Aquella en la que fue considerada no artimaña necesaria, sino placer, distracción. Dejo, pues, la broma, aunque haya quien en serio lo haya tomado.

          No está perfectamente definido cuáles de los grupos que tuvieron por residencia a la Península, fueron los que hicieron un entretenimiento del toreo. Los historiadores vienen desde los Celtas, continúan por los Romanos, siguen por los Visigodos y terminan por los Mauritanos. El Conde de las Navas (Don Juan Gualberto López Valdemoro y Quesada -por apellidos no ha de quedar), toma el origen desde los Celtas, fundando su parecer en el estudio de lo que estaba grabado en aquella histórica piedra encontrada, en 1774, en las excavaciones hechas en los cimientos de las murallas de la ciudad de Clunia (Actualmente: Villa de Peñalva).

            Lo que tiene grabado ese piedruzco -con caracteres celtibéricos, defiende Erro, en su obra sobre la lengua vascongada, que estas fiestas fueron anteriores a los romanos en España, pues siendo este monumento pétreo anterior a Julio César, que fue el primero, según Plinio (libro 8, capítulo 45) que ofreció este espectáculo en Roma, no cabe duda de que nuestros hermanos españoles tuvieron esta fiesta nacional, de la que tal vez sean autores, antes que los romanos-, es para don Juan Gualberto y otros notables investigadores de asuntos taurómacos históricos, prueba concluyente de que los Celtas fueron toreros. Que se atrevían a matar  toros -(bueyes, porque de eso tiene trapío el representado en la Piedra, diría yo)- frente  a frente, sirviéndose del escudo o rodela a guisa de muleta, y del chuzo o espada -en la estampa no está claro lo que es- como del actual estoque, bien apropiado y fabricado en la actual Valencia.

            Pero, don Pascual Millán, enmienda la plana, asegurando que la tal Piedra de Clunia nada arguye, en conclusión. Que ciertamente las corridas de toros tienen su origen en el pueblo hispano y no provienen desde época tan remota. Son de relativa reciente partida de nacimiento, partida que se encuentra haciendo el estudio de la numismática antigua (estudio de las monedas, por si algún chato del entendimiento no sabe lo que eso significa). Los toros de piedra se siguen viendo en Salamanca, Ávila y Segovia, si no acreditan ser obras anteriores a los romanos como quieren algunos autores, pertenecen por lo menos muy al principio de la irrupción de los romanos en España. Somorrostro defiende que los toros de piedra que aún subsisten en Segovia son anteriores a la dominación romana, porque en sus formas manifiestan una remotísima antigüedad, lo que puede verse en las láminas de su obra sobre el Acueducto y otras antigüedades de Segovia, impresa en *1820.

 

 

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