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Nº 6 - 16 Octubre 2005 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan José Zaldivar) |
Origen de las Fiestas de Toros (5) |
No hay duda a este respecto. Según un famoso historiador hispano -don Leopoldo de Eguilaz- los mauritanos de Granada hacían sus corridas de toros en un coso nombrado Bibarrambia, y en una llanura titulada de La Tabla, en las cercanías de la famosa Alhambra. a aseveración del hispano está confirmada por la de un moro -Mahomed Ben Almed Alcatib- que describe los festejos taurómacos que hubo en La Tabla (nombraban así a la llanura porque allí colocaban una tabla que servía de blanco a los tiradores con ballesta). Incluso los poetas del siglo XV y XVI dedicaron algunos versos a esta diversión, en los que se describen con elegancia y minuciosidad, como puede notarse en el trozo siguiente del Romancero General:
“El moro toma un rejón En República del mundo –Libro Décimo- de la República gentílica”, de Fray Jerónimo Román de la Higuera, jesuita nacido en Toledo (1538-1611), nos describe el principio de correr toros por fiestas y señala que se introdujo en Roma en tiempo de Tarquino, dando una explicación no demasiado convincente de su origen, o tal vez se trata de una deficiente interpretación de sus escritos o de la lectura. El texto original sobre ese origen lo reproduce Félix de Lucio Espinosa, que el lector podrá hallar en el lugar correspondiente en la relación alfabética de autores, de Francisco López Izquierdo. Que fuera dañino comer carne de vaca las mujeres romanas encinta es una aparenta auténtica superstición, pero habría que estudiar con profundidad sus razones. Y se mala la fiesta de los toros por tener unos principios gentílicos es algo que se antoja propio de un padre embaucador, como lo califica Antonio R. Rodríguez Moñino. Y nunca mejor dicho, por ser el autor de los falsos Cronicones (1611). Sí era cierto el desconsuelo de los españoles por no correrse toros por aquellos días, debido a prohibiciones papales. Los españoles, en esto de los toros, sí heredamos de Roma el gusto por el circo, espectáculo, de su emoción. Lo único que ocurrió es que se cambiaron fieras por toros bravos. Los Gobiernos de España de entonces, tras la retirada de los romanos, no contaban con recursos para importar fieras de África. Hasta qué punto el origen de correr toros venga de aquel pueblo alumbrador de pueblos y culturas, necesitaría de profundas investigaciones. El Sultán Mahomed V, para solemnizar el nacimiento y circuncisión de uno de sus hijos, envió a sus servidores que trajeran toros muy bravos, para que en la Tabla fueran acometidos por perros feroces -de la tierra de Allen- que les mordieran en las orejas y belfos, y ya quebrantados los toros, los nobles pudieran acosarlos y lidiarlos. Una cosa está clara, nuestro insigne poeta, polígrafo y político español Francisco de Quevedo (1580-1645), en su Epístola censoria al conde-duque de Olivares, refiriéndose al uso de la capa le dice: «Jineta y cañas son contagio moro, restitúyanse justas y torneos, y hagan paces las capas con el toro.» Quería decir que los nobles deberían aceptar el arte de torear con la capa de los plebeyos, recordando también que el arte de la caballería tenía también origen árabe. Iniciada la reconquista había corridas de toros no solamente en las poblaciones aún en el dominio de los mauritanos, sino en las que estaban en el de los reconquistadores. Y antes de marchar en este camino, voy a deshacer un error; muy común en todos los escritores taurómacos históricos. El precioso romance titulado: Fiesta de toros en Madrid, escrito en hermosas quintillas, modelo de literatura, por don Leandro Fernández de Morales, sirve para describir una hazaña taurómaca del famoso don Rodrigo Díaz de Vivar El Cid Campeador. Fernández de Moratín, afirma que El Cid lanceó a un toro, que había causado el pánico entre los caballeros moros que estaban en aquella fiesta. Ello pudo suceder hacia 1040. La hazaña, tal vez, creada por la imaginación del poeta: El Cid nunca lanceó toros, se dedicó a lancear moros. En contradicción con lo de Fernández Moratín está lo afirmado por tres buenos historiógrafos: don Ramón Menéndez Pidal, don Pascual Millán y el Conde de las Navas (Don Juan Gualberto López Valdemoro). ero, en toda la época de la reconquista hubo fiestas de toros, aunque El Cid no haya tomado activa participación en la brega. Alfonso El Sabio dio una infamante ley para los toreros. Lo que ya indica la tendencia de hacer de la Tauromaquia ejercicio propiedad de la nobleza en aquellas lejanas épocas, porque la ley era para los hombres que traicioneramente hieran o maten a las fieras, después que los caballeros hayan luchado con ellas. Y, efectivamente, Las siete Partidas protegían especialmente el espíritu caballeresco: Pero cuando un hombre lidiase…, con bestia brava por probar su fuerza, non sería enfamado… Porque todas las prerrogativas estaban del lado del caballero que se enfrentaba al peligro, con esa tónica que informaba toda la vida de aquella Edad. Se trata de un código jurídico escrito bajo la dirección de Alfonso X el Sabio (1221-1284), es, desde el punto de vista literario… un monumento inapreciables, según el sentir de Narciso Alonso Cortés. En el ámbito taurino, se nota una clara tendencia del Monarca-legislador a frenar la labor de los matatoros que, con los trovadores, juglares, danzantes y saltinbanquis, formaban la pléyade andariega y buscavidas en la Edad Media. Porque ¿qué bestias bravas que no fueran toros habían de lidiar los españoles? No podía, pues, el Rey referirse más que al matatoros, profesional que, al margen de la lidia caballeresca de los hombres de armas, se dedicaban a rematar toros por dineros, cuando los caballeros no lograban hacerlo con sus lanzas, por dinero en las fiestas de villas y lugares. El toreo a pie, según esto, existió siempre, aunque al retroceder el caballeresco, tomara una importancia decisiva y la fiesta se encauzara por los derroteros que nos han traído las corridas hasta nosotros, según López Izquierdo. Al término de la gran batalla de Alcoraz, acaecida el (25-11-1096), sobre una llanura de su nombre, al sur de la ciudad de Huesca, entre las tropas del emir de Zaragoza Mostain II y el ejército cristiano al mando de don Pedro I de Aragón, el monarca en conmemoración de esta batalla, mandó edificar en el sitio del combate una iglesia dedicada a San Jorge, patrón de la milicia aragonesa, adoptando desde entonces en su escudo la cruz del Santo, en campo de plata, y en sus ángulos cuatro cabezas rojas en recuerdo de los caudillos moros muertos en la batalla. Sin embargo, al regresar Pedro I el Cruel, hermano de Alfonso I, a la ciudad de Burgos, asistió a una corrida de toros, según nos lo describió el canciller Pedro López de Ayala, escritor, poeta y político español, nacido en Vitoria, en 1332 y muerto en 1407, quien señala en su obra Crónica de Don Pedro I, textualmente: «E ese día domingo -que pudo ser el primer o segundo domingo del mes de diciembre de 1096-, por cuanto el rey -se refiere a Don Pedro I- era entrado nuevamente a la cibdad -expresión árabe-castellanizada- de Burgos, corrían toros en aquella plaza...» Los toros lidiados bien pudieron ser procedentes de Jarama... y uno de ellos bien pudo haberse llamado Don Pedro. En los reinados posteriores al de Alfonso X El Sabio, continuaron los festejos taurómacos. Fue en el de don Juan II, cuando construyeron en Madrid la primera plaza de toros, frontera al palacio de los Duques de Medinacell. Con el gobierno de la dinastía titulada de la Casa de Austria, la fiesta de toros adquirió solidez y esplendor. El emperador Carlos V, no solamente fue aficionado platónico del ejercicio de bregar con los toros, sino que tomó participación activa, lanceando. Felipe II, menos valiente que su ancestro, se conformaba con matar toros arcabuceándolos desde lugar bien seguro. Felipe III, era igualmente gran aficionado y los nobles le imitaban. No había ocasión para júbilo, en la que no hubiera fiesta de toros. En el reinado de Felipe IV, desde el monarca hasta los más humildes de los súbditos, en alguna vez se hacían lidiadores. Carlos II, festejó sus dos casamientos con lidias de toros. Felipe V, no fue adicto a los toros, pero los permitía. Fernando VI, fue el que edificó la plaza de toros que hubo en Madrid hasta el año de 1874, cuando fue inaugurada la que actualmente se utiliza. El siglo XVI marcó el inicio del período de transición del toreo de a caballo al de a pie, siendo una figura relevante de ese período don Fernando Álvarez Bohórquez, célebre toreador de a caballo del citado siglo. En el Epílogo de Utrera..., de donde, sin duda, era natural, escrito por don Pedro Román Meléndez, leí de él las siguientes curiosas noticias: «El más celebrado que conoció su edad en la vara larga y rejones, y en su cuerpo y fuerza gigantescos. La espada de que usaba no podía manejar otro. Era lo regular con la vara levantar al toro y echarlo de espaldas. Si daba cuchillada, lo ordinario era dejarlo muerto. En este ejercicio se le quebró el brazo derecho; y habiendo curado, le quedó inútil, y permitió que se lo volviesen a desencajar y poner en su lugar, por no privarse del manejo de la garrocha. Saliendo a rejonear en otra ocasión, se le volvió a quebrar el brazo, y ya desengañado trató de emplear sus fuerzas y valor en mejores ejercicios. Vistióse un hábito de tercero y dedicóse a la Santa Caridad, cuidando de los pobres enfermos por su persona, y de dar sepultura a los muertos, con quien solía él sólo cargar. El tiempo que le sobraba lo ocupaba en estar rezando en el atrio, donde se enterraban los pobres; en el lugar más inferior, que fue el que eligió para sepultura, y en ella, aun vivo, hizo poner este epitafio: Aquí yace el mayor pecador de los vivientes. Rueguen a Dios por él. El propio Lope de Vega (1562-1635), el más famoso poeta dramático español, cuyo verdadero nombre es fray Lope Félix de Vega, llamado con todos los merecimientos el Fénix de los Ingenios, nos dice en La hermosura de Angélica:
«... cual suelen madrigados
toros Ya en aquellos años del siglo XVI los toros llamados jarameños, por nacer en las riberas del río Jarama (Madrid), adjetivo que desde entonces fue usado en sentido antonomásico de toro bravo y ligero, lo empleó también Lope de Vega en La Gatomaquia, formando un pareado: «Cual suele acometer el jarameño, toro feroz, de media luna armado...» Y es que las aguas frescas y transparentes del Jarama, agudiza la bravura y les da ligereza muscular a los astados. También en su obra Los Vargas de Castilla, Lope de Vega, aparecen antiguos términos taurinos empleados en su época, tales como abragado -equivalente al bragado de nuestros días-, en el comentario: «Luego le dice: abragado, él es de famosa casta...» Acerca de los toros en la antigüedad de España, Moratín nos cuenta: “La ferocidad de los toros que cría España en sus abundantes dehesas y salitrosos pastos, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la más remota antigüedad, que el que las quisiera negar acredita su envidia o su ignorancia, y yo no me cansaré de satisfacerle; sólo pasaré a decir que habiendo en este terreno la previa disposición en hombres y brutos para semejantes contiendas, es muy natural que desde tiempos antiquísimos se haya ejercitado esta destreza, ya para evitar el peligro, ya para ostentar el valor, o ya para buscar el sustento con la sabrosa carne de tan grandes reses, a las cuales perseguirían en los primeros siglos a pie y a caballo en batidas y cacerías.” *En 1732 se publicaron las Reglas de la Real Maestranza de ... Sevilla. En una de ellas dice textualmente: «... vestirán siempre (los picadores)... calzón de grana con botones, ojales y galones de plata.» La tela del calzón, de color grana, era de paño fino y se usaba entonces para trajes de fiesta, siendo reglamentario para el calzón de los picadores en corridas de Maestranza. *Otra de las reglas obligaba a que un herrador, maestro perito en herrar y curar los caballos. Con este segundo fin era obligada la asistencia de un Herrador en las fiestas de toros de la Mestranza de Sevilla, dentro los términos siguientes «...(el) Maestro Herrador... en las Fiestas Reales de Toros no puede salir del sitio en que estuvieren puestos (los caballos) para que llegue a tiempo a la curación de los que vuelven heridos.» Carlos III fue enemigo de la fiesta de toros y dio leyes, prohibiéndola. Pero Carlos IV las derogó, permitiéndola. El sucesor, Fernando VII, llevó su afición a las corridas de toros, hasta a establecer por real orden una Escuela de Tauromaquia, en Sevilla. En la época de la invasión francesa en España, el rey intruso impuesto en el trono por Napoleón Bonaparte, aquel Pepe Botellas, dio corridas para atraerse las simpatías del pueblo español. De aquí en delante, las corridas de toros han continuado sin interrupción, hasta nuestra época, afianzando más y más su popularidad y generalización, en todas las provincias españolas.
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