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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 103- 5 Noviembre 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Gacetillas de Psicología . (También, lógicamente fueron herrados) |
Llegado el momento, los dos huérfanos accidentales, tuvieron que aceptar el herradero. Como hecho curioso, aguantaron el hierro candente sin rechistar. La realidad es que muchos terneros no berrean, bien por ser muy bravos –preludio de su posterior aguante en el ruedo-, bien por carecer de casta, porque ambos extremos también se tocan en el comportamiento animal. En todo caso, la gran variedad de sonidos y matices de los berridos, constituye un campo de estudio científico que sigue novedoso y prometedor de buen resultados a la hora de vaticinar sobre el grado de bravura de los animales. Así que esas diferencias de tonos e intensidades pueden ser algún día una pauta para interpretar o si son bravos o mansos. La alta sensibilidad de los modernos equipos de captación sonar puede contribuir a descifrar, lo que sigue siendo uno de los muchos enigmas del mundo del toro. Entrando ya en la etapa de la recría de nuestros dos protagonistas hay que señalar que fue particularmente difíciles el caso de Catita; tardó un año en aceptar quedarse en el potrero con sus compañeras; curiosamente, fue el lapso de tiempo que tardó en trabar una estrecha amistad con dos de ellas, cuyas madres, estudiando su origen, procedían de las que Joselito Huerta compró a don Guillermo Rodríguez, de Cerrogordo. Ello significa tanto como decir que pertenecían a un tipo social diferente de las otras. Luego, semejante amistad, se convirtió en un serio problema: Catita acarreaba a sus amigas y a otras añojas, a las que enseñó cómo llegar durante horas de la madrugada a los almacenes donde estaban los sacos de piensos; compartía con ellas un sin fin de aventuras, de tal suerte que, momentos hubo, en que trastornó todo el esquema del comportamiento propio de un hato de hembras bravas, creando una indisciplina general. En cambio, la recría de Apolo no presentó problema. Traslado después del herradero a unos cerros del rancho, situados a unos tres kilómetros de los corrales en el perímetro de la casa, donde desconocía el terreno, allí permaneció aceptando con total agrado su destino, al contrario que Catita, su formal separación y el inicio de su obligado celibato. Pero casi a diario iba a saludarlo y siempre le llevada su buena ración de gránulos, que tanto le gustaban. Mientras ingería el pienso aprovechaba para acariciarle el lomo rascándole con una llave, a la vez que le charlaba. En este tipo de amistad con los animales todo es de una fascinante naturalidad. Cuando había necesidad de encerrar los novillos que pastaban en los cerros, sin que hubiera tiempo para capturarlos a distancia desde una torreta aprovechando la hora en que todos iban a beber, Apolo se convertía en el mejor cabestro. Aprendió pronto que, una vez encerrados sus compañeros, debía venirse a mi lado y, seguidamente, me empujaba suavemente con su frente en dirección de la puerta del corral de capturas, para que le abriera y se fuera al campo…, después de haber prestado tan valioso servicio. Esta colaboración, como faena campera, la realizó en muchas ocasiones y fue observada por propios y extraños. En realidad, la organización a la que estaban sujetos los animales en el rancho, a base de torretas desde las que se abrían y cerraban las puertas en las áreas de capturas, en las que estaban los bebederos y comederos, hicieron innecesarios los cabestros para mover el ganado.
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casemo - 2004
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