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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 106- 3 Diciembre 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Gacetillas de Psicología . (La esperada "tienta de Apolo" - opiniones dispares) |
El día de la tienta –véase Gacetilla nº 21- nuestro amigo Apolo tenía 32 centímetros de longitud de cuerna y Catita –la hembra- sólo 19. Durante los más de dos años transcurridos no había dejado de tratarlos, acariciarlos y de llevarles piensos granulados a sus respectivos potreros. Cada día me impresionaba más lo mucho que me enseñaban en cada visita. Llegué a ser confidente con ellos en muchas travesuras. En los cerros, Apolo se manifestaba siempre como más solemne, más sereno que sus compañeros, que en cada ocasión se quedaban extrañados de vernos juntos, con la mirada fija en nosotros. Nunca pude observar que se pelearan con él, como si la seguridad que le había otorgado el trato con el hombre le hubiese conferido de un carácter que sus compañeros respetaban, porque sin duda algo extraño habían asimilado. Catita, por el contrario, cada día era más difícil saber dónde se encontraba, pues con algunas de sus amigas correteaban el potrero que le venía en ganas, y siempre, por la menor cosas que no le agradara de ellas, se peleaba. Como buena hembra, fue desde pequeña muy caprichosa. Dado que el potrero que ella tenía asignado estaba junto a la casa del rancho, podía verla todas las tardes por algunas de las ventanas de los dormitorios, ya que aunque se pasaba el día entero andando por todas partes, siempre buscando las áreas del rancho con más abundantes pastos, volvía a su encame muy cercano a la casa. En cambio, Apolo, jamás fue caprichoso, aceptando con sumo agrado permanecer con los suyos, entre otras razones, porque le respetaban. Numerosas veces fui a llevarles alimentos granulados a los dos, y ambos, dejaban a sus compañeros para acercarse e ingerir los piensos. Pero, así como a Apolo le costaba trabajo alejarse después de comer, a Catita, tan pronto terminaba se iba con sus compañeras, sin que le importaran las caricias que le hacía. Lo que le importaba era comer y, si por halagarla, retrasaba unos instantes en ofrecerle la comida, de inmediato se inquietaba y me embestía, obligándome a darle los gránulos. Así que el trato humano hizo de la hembra un ser extremadamente interesado, mientras que Apolo nunca se impacientó si retrasaba atenderlo, o bien me daba con uno de los cuernos de la forma más leve, una especie de aviso, sin llegar a embestir. El trato humano favoreció la nobleza del macho. Son patrones de conductas que disfruté a placer y que valen más que lo que puedan decir cuantos libros de toros se han escrito en un despacho o haciendo fotos de toros en el campo, La magia vivida y sentida va infinitamente más allá de esas charlas taurinas improvisadas que cada día dejan peor sabor. En fin, a lo que vamos, días antes de la tienta se fueron dibujando en el ambiente las más diversas opiniones. Unos decían que la hembra sería brava y que Apolo, seguramente, no. Otros sostenían que ninguno de los dos haría algo en la tienta. Todos exponían sus experiencias “no vividas”, hecho curioso y muy común entre los supuestos conocedores de la Fiesta Brava; en tanto que quien los había criado y tratado como si de dos hijos se tratara, no me atrevía a opinar lo más mínimo. Aun ahora, muchos años después, sigo preguntándome: ¿Cómo ellos, que jamás criaron a dos terneros bravos, se atrevieron a dictaminar? Ocurre, pues, con el campo y con los animales que, quienes menos conocen, son los que más opinan. A este respecto, como hecho repetido muy revelador, aprovecho la ocasión –tiempo habrá para seguir con los resultados de la tienta de Apolo y de Catita-, para comentar al paciente lector, como hace ya más de cincuenta años, cuando inicié en solitario, en un largo periplo por casi doscientos de ganaderías de España y Portugal, tranquilizando, anestesiando o miorrelajando toros de lidia a distancia, con fines quirúrgicos o terapéutico, y lo hacía la primera vez, era un hecho común que el mayoral, que jamás había visto antes una situación semejante, se apresuraba en decir cómo debía de realizar el trabajo y qué cuidados debía tener para acercarme al toro tranquilizado…, pero él no se bajaba del caballo ni de chiste. El mayoral de turno para nada tenía en cuenta la larga experiencias que ya habíamos adquirido en el dominio científico del toro bravo… cuando a veces ni el ejecutor sabía cómo llegarle a muchos toros difíciles de someter con escasa dosificaciones de anestésicos y tranquilizantes, porque se presentaban verdaderas incógnitas. Por ello, cuando el (16-04-1966) trabajamos en la ganadería de don Eduardo II Miura Fernández, en la tranquilización del toro “Indiano”, primer toro de Miura en la historia de la Tauromaquia sujeto al sistema de inyecciones a distancia, tuvimos el honor de conocer a don Antonio, extraordinario mayoral de la célebre vacada, que desde el primer momento alcanzó a entender lo que se estaba haciendo y sin decir una palabra, actuó con una sabiduría encomiable, cubriéndome la retirada en caso de peligro. Fue el más sabio conocedor que he conocido en mi vida en los campos bravos de España, México y Portugal.
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casemo - 2004
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