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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 107- 10 Diciembre 2007 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Gacetillas de Psicología . (La esperada "tienta de Apolo" - Un acontecimiento histórico) |
La opiniones dispares abrieron la llegada, al fin, del día en que se disiparían todas las dudas sobre la bravura o no de Apolo y Catita, para dar paso a lo que, sin duda fue, un acontecimiento insólito. Aquella mañana del (24-06-1984), todo estaba listo para celebrar la tienta de machos en la recién construida placita de tienta en “El Coloradito.” Nuestro actor protagonista –Apolo- esperaba sin nervios su turno para ser probado, pero se quedó relegado al último. Así lo había dispuesto Joselito Huerta, al que ninguno de sus socios se atrevían a discutir. Cuando el utrero Apolo estaba encerrado en un corralito, antesala obligada antes de salir al ruedo, bajé y lo estuve acariciando en su encierro. De la misma forma procedió , a mi lado, el matador Chucho Salazar, a quien nada le hizo por estar junto a mi. El torero recordará siempre aquellos instantes, porque, además, muy a penas había sitio para los tres. Minutos después el vaquero, Rubén, abrió la puerta que daba paso a la placita. Frente Apolo, el picador sobre el caballo. Todos los asistentes a la expectativa. El utrero ni siquiera miró al caballo. Me ubiqué en el burladero. En vista de la resuelta tranquilidad de Apolo, el señor Juan Flores, le dijo al picador: “Véte hacia él y castígalo fuerte, a ver qué hace.” El picador persiguió por el redondel a nuestro protagonista, lo alcanzó y le picó con fuerzas. Lo continuó hostigando. Apolo, después de varios piquetes, comenzó a despertar su bravura dormida, e inició su ataque al peto. Una y otra vez, al fin, se estrelló contra el caballo, recargando con bravura. Un vaquero se echó al ruedo y llamó al utrero. Éste se encaminó hacia él de forma claramente agresiva y el vaquero, dando un salto, se sentó en el borde de la pared del ruedo. A la vista de ello, salí del burladero, le llamé y me quedé un par de minutos junto a él, mientras la concurrencia platicaba. Parecía claramente que Apolo reclamaba mi protección ante aquella tan extraña como difícil situación. Él, que siempre había recibido mil atenciones, a lo largo de casi tres años, no soportaba aquel escarnio. Seguro que se preguntaría: ¿Qué mal he hecho para que me traten tan despiadadamente? ¿Así son los humanos? El curso de los acontecimientos sorprendió nuevamente a todos, cuando Joselito Huerta afirmó: “Ya está visto. Pueden torearlo.” Tuve que resignarme, porque las órdenes de José eran irrefutables. Yo era partidario de haberlo dejado limpio, para uno o dos años después, llevarlo a una plaza de toros y que miles de espectadores hubiesen tenido la oportunidad de ver a mi amigo Apolo embistiendo. Sin duda hubiésemos escrito un capítulo memorable, cuando a media faena yo saliera de un burladero, lo llamase y se acercara para acariciarlo. Todos habrían pedido unánimemente que se le perdonara la vida. Pero los toreros allí presentes, felices, se aprestaron a torearlo. ¡Qué pronto olvidaron la grandeza de los actos vividos: una lección magistral de amistad entre un ser humano y un toro bravo!
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casemo - 2004
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