LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  35 -  24 de Mayo 2006   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

La Realeza en los toros

 

           El encuentro lo protagonizaron Manuel Domínguez (Desperdicios), a la sazón famosísimo diestro, y José Carmona (El Panadero), que alternaron en la Plaza de Toros de Saint-Spirit (Bayona, Francia), el lunes día (22-09-1856), llevando en sus cuadrillas a los picadores José Muñoz, Pedro Romero (el Habanero), Juan Martín García (el  Pelón), Antonio Calderón y José Barrera Trigo, una “delantera de ataque mejor que la del “Barza.” De banderilleros nada se dice. Fue la segunda jornada mucho más notable. Las cuadrillas tuvieron el honor de ser recibidas en Villa Eugenia, por el Emperador y la Emperatriz, que las acogieron con todo agrado. A los miembros de la cuadrilla de Manuel Domínguez les entregaron un alfiler con una esmeralda rodeada de diamantes destinado al espada, que guardaba aún cama por la herida. El Panadero recibió otro alfiler en el que figuraba un globo rodeado de dos serpientes en diamante. Cada uno de los restantes toreros fue gratificado con la cantidad de 1.000 reales. Y, muy amable la Emperatriz les presentó al Príncipe Imperial, que entró en la sala en brazos de su nodriza.

  Los toros de casta navarra, fueron de don Nazario Carriquirri, que resultaron más fieros que los de la víspera; las cuadrillas tuvieron que esforzarse mucho para lidiarlos y la emoción llegó al máximo cuando el tercero de la  tarde enganchó a Domínguez y  le hirió en la parte superior del muslo. Veámos lo  que escribió Gautier:

“Pasaremos a la ligera las proezas de Borracho y de Gavilán, que se comportaron bastante bien, para ocuparnos de Capitán, un toro tuerto, muy adusto y muy peligroso, que fue picado hasta diez veces, y que había conservado todo  su vigor después de tanto castigo. Los toreros estaban en guardia,    temiendo cualquier percance, y Domínguez había ya propinado a la terrible bestia una estocada a volapié, cuando en una rápida acometida le enganchó por la  ingle, teniéndolo suspendido algunos segundos que parecieron siglos. Chulos y banderilleros se precipitaron sobre el animal, tirándole de la cola, cogiéndolo por el cuerno que había dejado libre, con el riesgo de ser también ensartados, y libraron así a su  jefe de esta terrible situación. Una tremenda angustia oprimió todos los corazones, pero el hombre, a quien se creía muerto, se levantó con un movimiento de soberbia valentía, volvió a coger su espada y, en contra de la opinión de espectadores, que de todas partes le gritaban que se retirase, marchó intrépidamente contra el monstruo, al que mató, después de algunos pases, de una magnífica estocada.

 Cuando la bestia hubo rodado a sus pies, Domínguez se retiró a paso lento, porque la herida de su muslo debía comenzar a hacerle sufrir, envolviéndose en su muleta como un  emperador romano en su púrpura, con un incomparable aire de majestad, en medio de las aclamaciones y de aplausos frenéticos de los espectadores entusiasmados. Después de semejante emoción, el resto de la corrida tenía que resultar necesariamente anodina: Tambor, Trabuco y Alevoso fueron despachados, con mejor o peor suerte por El Panadero. Se sabe  que de aquella cogida, el célebre matador dio la siguiente  explicación, en una  carta que escribió a Luis Carmena y Millán: Fui cogido dando un pase de pecho en las barreras, y  como un pedazo de capa se enganchase en el cuerno derecho del toro, éste, al tener la vista obstruida, no obedeció a la muleta, y fui enganchado por la ingle y herido.

 En su Relación, Gautier describe así a Domínguez: “Es un hombre de unos  treinta y cinco años, de elevada estatura, apariencia vigorosa; espesas barbas, que arrancan de los extremos de la boca, proporcionan a su rostro una expresión de valor inquebrantable.” La conducta del matador de toros en esta circunstancia estuvo de acuerdo con su  retrato. La impresión que dejó fue enorme, como lo atestigua esta nota, aparecida en el Messager  del     25 de septiembre:

“Ha sido por inadvertencia por lo que en los carteles de las corridas de  toros se ha añadido al nombre del célebre Manuel Domínguez la palabra Desperdicios. Este mote, que quisieran aplicarle algunos envidiosos del talento y el valor de Domínguez, no será nunca adoptado en nuestra villa, que acaba de apreciar con qué impropiedad sería aplicado al más bravo y más brillante espada de España.” De haber vivido entonces el no menos célebre diestro  Domingo López Ortega, le hubiera dicho al erudito Gautier: Entienda Ud. que ese apodo es verdaderamente acertado, porque ese diestro no tiene desperdicio alguno, es  materia auténticamente pura, humana, viril y artísticamente.

                                        

Volver

casemo - 2004