LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  37 -  8 de Junio 2006   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

TUVO QUE LLAMARSE BARRABÁS:

       
      … y además con gran aparato defensivo, de pelaje  sucio, barroso oscuro y, por si fuera poco, receloso y siempre a la espera, de la ganadería española de don Joaquín de la Concha y Sierra, lidiado el (01-06-1857), en la Plaza de El Puerto de Santa María. Al entrar a matarlo el diestro sevillano Manuel Domínguez (Desperdicios), recibió del citado toro una terrible cornada, en la que perdió el ojo derecho el famoso diestro -¿qué le ha pasado maestro?... ¡y llevaba un ojo en la mano¡-, cuya biografía es una de las más interesantes, por su extremada rareza, que torero alguno haya tenido.  De dicho percance, ofrecemos un resumen:

El año 1857 marcó una época en la vida del torero por su terrible cogida en la plaza de El Puerto de Santa María (Cádiz), una de las más célebres por sus circunstancias de cuantas registra la historia del toreo. Ha sido además rodeada de cien detalles espeluznantes de que conviene desproveer al suceso, ya de por sí mismo más que impresionante, y demostrativo del increíble temple de Domínguez. El día al principios señalado, se lidiaron en El Puerto de Santa María toros de Concha y Sierra. Una hoja suelta publicada en Sevilla narró así la lidia de Barrabás, causante de la desgracia:

«Hízose el bicho de condición (de sentido), y Domínguez, a quien tocaba matar, lo pasó dos veces escupiéndose el toro y yéndose al lado opuesto de la plaza, que era el del sol; allí lo pasó otra vez, y armándose para la muerte le tiró un volapié, en el que se le escupió otra vez el bicho, no pudiéndole agarrar la estocada sino por las últimas costillas; pero al sentir el toro la espada se revolvió, cogiendo a Domínguez por la espalda, arrollándolo y tirándolo al suelo, de donde volvió a recogerlo. Domínguez se agarró a los pitones, y en dos derrotes que le hizo el toro le dio una cornada en la mandíbula inferior y otra encima del ojo derecho, el cual se lo vació en el acto. Los chulos se llevaron a y éste se entableró a la entrada de la enfermería.

Los picadores, los chulos y el otro espada aportaron todos los recursos para apartarlo de aquel sitio a fin de que pudiera Domínguez entrar a curarse. Tato se armó para la muerte y logró dar a una corta en los rubios a paso de banderillas; pero ni por ésas: Barrabás seguía sin dejar aquel sitio. Por fin se abrió la puerta grande del corral y el toro, ya huído, entró. Entonces fue cuando el desgraciado Domínguez pudo ser conducido a la enfermería.»

Parece que la brega por apartar el toro de la puerta de la enfermería duró casi diez minutos, durante los cuales Domínguez, tras acabarse de desprender el ojo, estuvo desangrándose arrimado a la barrera, sereno e imperturbable. Al final de la hoja señalada apareció la siguiente noticia: «Según el conductor del correo de Los Puertos llegado hoy a esta Ciudad (Sevilla), ayer a las seis de la tarde vivía aun el desgraciado Domínguez. Ignoramos si habrá esperanzas de que salve la vida.» Al dorso de la hoja decía: «Al otro día estaba el muelle del vapor que vino lleno de gente para saber la novedad.»

La impresión que la noticia de la cornada, que se creyó mortal, causó en Madrid y en Sevilla fue enorme. Dos veces al día se fijaban en Madrid, en el café de La Iberia los telegramas que daban cuenta del curso de la curación del diestro, y exponía sus noticias en los cafés de Los dos Amigos  y Moratín. En Sevilla aparecieron muchas circulares, especialmente dos, tituladas ambas: Últimas noticias del célebre espada Manuel Domínguez. Puerto de Santa María., (03-06-1857). En la primera, al dar cuenta de la gravedad, dice que le obligaron a cumplir las diligencias de cristiano, y a disponer testamentariamente de sus bienes. En la segunda, más optimista, pondera la robusta contextura del diestro y «el valor y la resignación» excepcionales, ya que «ni una queja se le ha oído desde el fatal momento de su cogida.»

Pero lo que da idea de su extraordinario temple es que él mismo se hizo la primera cura eficacísima, y por cierto con la técnica más primitiva, taponándose las dos ventanas de la nariz y la tremenda herida de la boca con sendas torcidas de papel de estraza. Cuando la mañana siguiente entró a visitarle el doctor que le asistía, pensando encontrarle cadáver, le halló durmiendo, y reconocidas sus lesiones hubo de exclamar admirado:  «Se ha salvado usted mismo, Manuel.»

La fuerte naturaleza de Manuel abrevió la curación y a los noventa días aceptaba en un contrato su reaparición en Málaga, imponiendo que el ganado fuera de Concha y Sierra, a la que perteneció Barrabás, el toro causante de la desgracia. Mató dos toros y su actuación fue brillantísima, siendo de notar en ella no sólo el valor que supo sobreponerse al recuerdo de la feroz cogida, sino la serenidad con que se condujo faltándole el ojo derecho, lo que pasmaba a otro torero tuerto, el famoso José Antonio Calderón (Capita), que aseguraba que al perder el ojo izquierdo anduvo dos años sin encontrar su sitio, equivocándose en la medida de los bultos y terrenos.

                                        

Volver

casemo - 2004