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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 41 - 6 de Julio 2006 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
¿Cuchares pidiendo perdón? |
Realmente, el incidente señalado encendió aún más la rivalidad entre ambos espadas, durante la campaña de 1848, por pertenecer a causas de índole personal y no técnica o artística, apenas merece la consideración de exponente de una competencia taurina. Cuando Redondo reapareció más tarde en la Real Maestranza de Sevilla, los partidarios de Cúchares, la mayoría de los habitantes de los barrios de San Bernardo y de la Carretería, arremetieron contra él violentamente, extendiéndose el apasionamiento a todas las plazas de la Península. José no se arredró, y, fachendoso, desafió desde el ruedo a los más exaltados contradictores. Ególatra sin frenos, hacía chistes y daba voces, aunque fuese en el propio redondel, elogiándose siempre. «Soy en el toreo redondo como mi apellío», gritaba risueño, cuando acababa de hacer alguna suerte afortunada. Eran tan distintas las escuelas de uno y otro toreo, que difícilmente podía atribuirse la victoria a ninguno de ellos, pues dentro de su manera era cada cual consumado maestro. No es dudoso que el toreo del Chiclanero, parado, reposado, resuelto y segurísimo en la muerte de los toros, tenía, como hoy diríamos, mejor clase que el de Cúchares. Esta aprovechaba todas las circunstancias de la lidia para lucir su arte alegre y movidísimo, en el que su inteligencia para conocer y prevenir las intenciones de los toros era la parte principal. Por ello, a la larga, el triunfo debía ser para el Chiclanero, o más propiamente dicho, de su escuela, y, sobre todo, cuando Cúchares convirtió en defectos y ventajas lo que primitivamente había sido intuición genial e inteligencia viva del toreo. Porque Cúchares, hasta 1850, torea sin dar importancia al toro, por puro placer y complacencia de la lidia, por travesura de su afición, a la que nunca trató de servir con un arte difícil y trascendental. Así podía decir Juan León con entera justicia, señalando a su ahijado: “Ahí tiene usted a ese mozo que continúa toreando por darse gusto a sí mismo, sin considerar que lo están viendo quien lo aprecia y quien lo aborrece. En lugar de darse la importancia que debe y puede como espada y como torero, juguetea con los bichos de trapío y de pujanza, haciendo creer que son unos chotos… Todavía no ha aprendido a disimular en el redondel cuándo le incomodan los aplausos a otros, ni cuando los procura para sí; entregando sus mejores cartas al contrario a fuerza de temeridades y necias porfías. Por ese hombre ni pasa el tiempo ni roza la experiencia, y siempre es Currito, queriendo torear reses por diversión, y de todos modos y en todas partes…”Este retrato de su temperamento, trazado por una mano amiga, nos descubre las ventajas y los inconvenientes con que había de tropezar en su competencia con un torero de la seriedad y la valía de José Redondo. Aventajábale, además, éste en garbo y apostura, y así tenía que suplir Cúchares con gracia, que pronto degeneró en chocarrería, esta desventaja de presentación.
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casemo - 2004