|
LA GACETILLA TAURINA |
Nº 42 - 13 de Julio 2006 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Afeitados y estoqueados |
Y semejantes espectáculos se ofrecían entonces incluso en la celebración de las fiestas reales, tanto en España como en Portugal, con toda clase de lujos y aparato organizativo. Los lusitanos prosiguieron en su afición y ninguna fiesta era superior en su concepto para la diversión y para la celebridad de grandes alegrías, regocijos o agasajos de visitantes ilustres. Así, en la temporada citada de 1738 se celebraron en la lusitana Junqueira, ubicada en los arrabales de la ciudad de Lisboa, las corridas más fastuosas y concurridas que hasta entonces organizaron los hidalgos de Portugal. Trataron de solemnizar el vigésimo cumpleaños de la princesa del Brasil, doña Mariana Victoria de Borbón, hija de Felipe V de España y esposa del príncipe heredero de Portugal, que habría de reinar con el nombre de José I. La concurrencia fue la más extraordinaria que se recordaba en fiestas de toros semejantes. A pesar de lo espacioso del anfiteatro construido con tal fin, más de 12.000 espectadores cuentan los cronistas que quedaron sin poder entrar. En el campo próximo a la plaza y en la playa próxima se reunieron hasta 3.728 carruajes y no menos de 3.900 embarcaciones condujeron por el río Tajo sin cesar, a los concurrentes de todos los pueblos y embarcaderos del río. Queden ahí esas cifras precisas hasta la meticulosidad, si bien de imposible comprobación, aunque a todos parezcan increíbles. Lo que no lo es, y sí verosímil y hasta seguro, en lo suntuoso del circo y la ostentación de la corte, el lujo de los caballeros y su arrojo y habilidad. Fueron ellos el duque de Cadaval, nuestro conocido de Cintra; el marqués de Alegrete, el marqués de Tavora y don Manuel Antonio de Sampaio y Melo. Con ellos actuaron cuatro toreros volantes o de a pie, o capeadores, a los que en Portugal llamaban capinhas. Rodobalho Duro consigna que cuando los toros no acometían era corridos por los capeadores, que con la capa en los manos, como defensa, y la espada en la derecha, les herían hasta matarlos... porque “todo es toro.” En cambio, Eduardo de Noroña atribuye tal acción al propio duque de Cadaval y has describe la suerte del metisaca, que consumara el duque con toda perfección. Sea como quiera y sucedieran las cosas de una u otra manera, parece indudable el que se mataron en tal fiesta toros a estoque y no en el modo primitivo de los empeños de a pie ni por recurso de honor, como se emprendían los tales, sino como suerte sustantiva que, la hicieran duques o capinhas, contaba como habilidad aplaudida y estimada. Cuéntese que ya por este tiempo en España comenzaban a matarse los toros a estoque e iban adquiriendo personalidad las suertes del toreo a pie y, entre todas, las de la muerte del toro, y no parecerá aventurado afirmar que el espectáculo de la Junqueira estuvo fuertemente influido por el toreo español –fenómeno de imitación que por los mismos años se repetía en las plazas de toros de Lima o de México- y ello hace pensar que sólo las reiteradas prohibiciones de matar al toro, y fueron la causa, sin duda, del sesgo que tomaron las corridas de toros portuguesas y que aun persiste.
|
casemo - 2004