LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  43 -   20 de Julio 2006   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

 A los aficionados franceses


          Hay que felicitarlos por la seriedad, el silencio y los conocimientos con que viven la Fiesta Brava en su país… por eso no es extraño que se asomen con asiduidad a nuestra web taurina.  Ya quedaron muy lejos las acciones de sus sesudos escritores -¡y la de los españoles!-, en apoyo a la prohibición de las corridas de toros. Se quejaban unos y otros, en los primeros años del siglo XVIII “de que por tal diversión el estudiante falte a clases, el obrero a su taller, y que sea ocasión de riesgos y disputas, sin contar los peligros intrínsicos e inevitables del espectáculo.” En nuestros días, el deporte del balón hace estragos y todos tan”panchos.”

Recuerdo aquel carnicero francés, llamado Arnaud Bergeret, que se dirigió en 1727 a la Municipalidad de  Bayona para pedir la  supresión de las corridas, fundando su demanda no solamente en los inconvenientes mencionados, sino en un argumento que es invocado por primera vez y será utilizado con frecuencia en el futuro: “… la carne de la bestia lidiada y fatigada no  es sana; se estropea y corrompe más fácilmente”,  pero uno de sus ayudantes tenía por misión llevarle a su casa los solomillos de las reses.  El requerimiento de Bergeret no produjo efecto inmediato, ya que las corridas continuaron en Bayona. Sin  embargo, la autorización de la Municipalidad siguió siendo indispensable para organizarlas.

            El hijo del propio Bergeret, que observó durante años la conducta de su padre y disfrutó la carne selecta en la mesa de su hogar, no podía compartir las opiniones antitaurinas de su padre, y 1742 pidió autorización para celebrar corridas de toros en Bayona, que le fue denegada. Curiosa, como la mayoría de las interpretaciones políticas, la Municipalidad de Bayona toleraba, pues, las corridas de toros, pero se reservaba la facultad de prohibirlas. Y es que el argumento higiénico expuesto por su progenitor debía ser de nuevo invocado en 1745 por el procurador síndico de Dax, que al combatir las fiestas taurinas nos revela la existencia, presumida, de esta costumbre practicada en la villa francesa, como en las otras del Sudoeste de Francia, bien antes del siglo XVIII. El procurador síndico atribuye las enfermedades que afligían a los ciudadanos de Dax a la costumbre de comer bestias lidiadas y fatigadas. En dichos  argumentos, la ineficacia de la intervención de la Municipalidad cuando intenta prohibirlas y los accidentes que originaron, decidieron al intendente Gaspard Henri Caze de la Bove a decretar en 1745, una prohibición formal de las fiestas taurinas, primera, cronológicamente de una serie que debían prolongarse durante cuarenta años.

            La última prohibición citada  produjo efectos en Dax, pero sólo  por  algún tiempo. No consiguió, en todo caso, detener la continua expansión de las corridas, que se desarrollaron más a cada prohibición. Apenas Caze de la Bove acaba de tratar con rigor a Dax, se señalan corridas en el otro extremo de su Distrito, en Nogaro. La región de Bas-Armagnac es alcanzada por la costumbre invasora, y Plaisance, Risele, Eauze, Aignan y Cazaubon ven surgir, y más probablemente renacer, la afición taurina, aunque Nogaro aparezca en los textos de la  época como el único lugar habitual de estas fiestas. Y lo mismo sucedió años después, y en México y en España, a todo lo largo del siglo  XIX, con   prohibiciones seriadas, que también los aficionados se “saltaron a la torera”, exactamente igual que los franceses del Mediodía.

                                        

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