LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  50 -   15 de Septiembre 2006   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

El día que lloró Guerrita

        
         Todos los picadores han sufrido golpes en la cabeza, contra el suelo o contra las tablas, muchos de los cuales acaban provocando un estado demencial. La mayoría de las veces, pese  a lo aparatoso del accidente, los varilargueros se suben al caballo a continuar la lidia. Pero el daño queda implantado en el cerebro y un día fatalmente aparece. Uno de aquellos picadores golpeados fue el recordado Antonio Bejarano y Millán (Pegote), que figuró en la cuadrilla de Rafael Guerra (Guerrita). Nació en Córdoba el (27-10-1863) y falleció en Madrid el (02-02-1899), a los 36  años de edad y 12 años de alternativa, debido a una demencia que muchos atribuyeron a la descomunal caída sufrida en Madrid el (16-05-1888) y sobre todo, a la conmoción cerebral que sufrió en Valladolid el (17-09-1896).

Fue un varilarguero al que no pudieron abatir los toros a pesar de los numerosos percances que sufrió, pero padecía una progresiva perturbación mental, falleciendo de la misma en el Hospital Psiquiátrico del Doctor Esquerdo, padecimiento que le truncó su brillante carrera, casi toda ella, en las filas de Guerrita, primo hermano suyo. El bachiller González de Ribera dejó escrito sobre Antonio  María Bejarano: «El Pegote   tuvo una gran figura de picador, y fue muy elegante, no sólo en su arte, sino como jinete. Su indumentaria de plaza fue siempre lujosa y de buen gusto, y fue de los primeros picadores que aceptaron las reformas que en el traje de picar implantó su compañero José Bayard y Cortés (Badila). Picador duro y fornido, le castigaron mucho los toros, más que con conmociones, de las que tuvo muy escasas, con puntazos y cornadas en los pies; él decía: Mi pie derecho es «el Espartero» de los picadores; está cosido a cornadas.» A parte de ello, sufrió las contusiones y magulladuras descontadas en el tremendo oficio. Una de las mayores fue la que le produjo en descomunal caída, en el hombro, brazo y mano izquierdos, el toro que llevó el nombre de Burraco, de don Eduardo I Miura, de pelaje negro, lidiado en Madrid el (16-05-1888).

Siguiendo la publicación “Dos siglos de tauromaquia cordobesa (Siglos XVIII y XIX)”, publicado por el  Área de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba,  página nº 22., bajo el título “El día que lloró Guerrita”, dice textualmente: “En febrero de 1887 y a modo de ensayo para la alternativa, fijada ya para el otoño, toreó Rafael Guerra Bejarano (Guerrita) en Madrid una  serie de novilladas, en la  que salieron con él como picadores Francisco Parente (El artillero), muy conocido de dicha afición, y Antonio María Bejarano  y Millán, mozo fornido y de arrogante presencia que comenzaba a picar con habilidad y valentía y al que, indistintamente, apodaban “Cono” o “Pegote.” Amartelado con el primero de estos alias hizo su debut en la  Corte el día  (27-02-1887) –festejo en el que el  toro, de nombre Arriero, del duque de Veragua XIV, le infirió un puntazo en el pie derecho-, y a partir de la novillas del  (12-03-1887) adoptaría definitivamente el de Pegote.

            Todo transcurría con normalidad a las órdenes de Rafael Guerra, primo hermano suyo, hasta que en 1892 el comportamiento de Antonio María Bejarano comenzó a preocupar a todos sus compañeros de cuadrilla, situación que se vería agravada el  siguiente año, al extremo de que Guerrita, tras actuar en la antigua plaza de Logroño, el (22-09-1893), hubo de aconsejarle su regreso a Córdoba. Así lo hizo Pegote, pero a su paso  por Madrid, no se le ocurrió otra cosa que  personarse en el Gobierno Civil para denunciar al robo de unas alhajas del que –según él- había sido víctima, suceso que sólo existía en su ya trastornada mente. Y lo peor fue que no quedó ahí la cosa, porque aquella misma noche se echó a la calle desnudo, portando en sus manos una lavativa y provocando un gran escándalo, ya que además de gritar y  proferir insultos golpeaba a cuanto transeúntes encontraba a su paso, amén de algún guardia municipal que avisado del alboroto acudió con intención de detenerle. Gracias que coincidió pasar por allí su compañero y amigo José Galea Jiménez, banderillero gaditano enrolado en las filas de Luis Mazzantini, que anteriormente había pertenecido a las de su primo Rafael Bejarano Carrasco (Torerito), quien, reconociéndole, salió en su defensa y se lo  llevó a la fonda “La Gregoria” –asiduo cuartel general en Madrid de las huestes de Guerrita-, donde al fin pudo ser calmado.

            Prácticamente todo estaba acabado ya para el desventurado Pegote. Reducido en el manicomio que en Carabanchel tenía el doctor Esquerdo, y aunque pasara en Córdoba cortas etapas cuando su lucidez era más acorde, el  (02-02-1899) fallecía  en dicho establecimiento siquiátrica, totalmente loco. Días después fue trasladado su cadáver  a Córdoba en un furgón funerario del tren correo, y a la torerísima hora de las cinco de la tarde –antes de ser enterrado en el Cementerio de San Rafael-, se celebraron en la Iglesia de Santa Marina los funerales, resultando  insuficiente el templo para poder acoger a cuantas personas asistieron  a los mismos. Guerrita, aquél poderoso diestro que jamás desmayara frente a los astados más temibles, apenado por la muerte de Pegote, no  pudo evitar que unas lágrimas cayeran por  su rostro… y aunque nadie lo ha escrito, conociendo el alma de los cordobeses, Guerrita decidió en aquellos instantes retirarse…Hasta esa fecha, nadie había visto llorar al Califa II de la Tauromaquia.

                                                       

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casemo - 2004