LA GACETILLA TAURINA 

 Nº  53 -   20 Octubre 2006   (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar)

Toreando a campo abierto

        

              En la abierta y extensa sabana venezolana  –ecosistema casi venerado por el entonces director de la Estación  Biológica de Doñana, doctor Javier Castroviejo (1970-1975)-, concretamente en el Valle de Cura, donde pastaban vacunos asilvestrados    propiedad del señor cura don Pedro Díaz Cienfuegos, y hacia mediados del siglo XVII, un grupo de capitanes españoles de Caballería,  llamados  Juan Joseph Moreno, Joseph Ramos, Luis Jiménez  de Rojas,  Juan Nicolás de  Rojas, Joseph de Obregón, Juan José Pacheco,  Francisco Milano y Pedro de Aros, conjuntamente con los civiles Juan Bartolo, Manuel  del Barrio, Simón Marín, Diego de Funes y un indio llamado Santiago, vecino de San Mateo, venían dedicando su tiempo libre a celebrar privadamente  la  lidia de toros en aquellos espacios abiertos cubiertos de frondosa vegetación, en el que ellos instalaban de la manera más rústica una  especie de cercado con  palos.

               Algunos nativos -que eran quienes sabían dónde se encontraban los animales más bravos, manteniendo un cerrado carácter gregario, es decir, en grupos de cierto número de reses para poder defenderse de los grandes predadores-,  fungieron de cuadrilleros; pero  lo peor y más lamentable es que las singulares corridas las celebraban en días de fiestas de guardar, como son el 31 de diciembre y primero de  enero, lo cual estaba prohibido por Bulas del Papa. Dichas Bulas eran en general defendidas por la mayoría de los virreyes en su exacto cumplimiento.

              Por una denuncia aparecida en un documento citado en el libro Historia de Villa de Cura sabemos sobre el asunto taurino citado. Los hechos se denunciaron ante el teniente de Corregidor de los Valles de Aragua, don Luis Téllez de Silva, a la sazón presbítero, cuya indignación no se debía tanto a que no se cumplieran con las prohibiciones del Vaticano, pues lo que realmente desenfrenaba sus nervios era el hecho de que se molestara al ganado de su propiedad, que pastaban en sabanas, también suyas, ubicadas en el sitio que denominaban valle de Cura (hoy  Villa de Cura).

La conducta de aquel  grupo de personas aficionadas a torear en campo abierto, también infringían la disposición hecha por  el mismo Corregidor de los valles de Aragua que prohibía las “molestias” al ganado lidiado en la  sabana, bajo pena de multa de veinticinco  pesos, pues eran frecuentes tales  desórdenes. De lo que fácilmente se  desprende de que   había mucha afición por  las  fiestas  de toros en aquel núcleo de habitantes de varias rancherías poco distantes entre sí. Al practicarse un allanamiento en una de las casas se encontró un alambique y unas barricas con guarapo fermentado, con cuya mistela celebrarían las lidias de cada día de toros. Así que, antes de enfrentarse a los toros hacían fermentar sus estómagos, como si bebieran alcohol.

Las salidas que hacían aquellos hombres, acorralando toros y haciendo un cerco con sus caballos tras lograr separar uno de ellos del hato, en un lugar más limpio de matorral, para después algunos de ellos echarse  pie a tierra  y torearlo, es algo a lo que invita la sabana de los países sudamericanos, en  las que desde hace muchos años se enlaza a los animales desde los caballos, en festivos jaripeos o charrerías. En la década de los años de  1950, un grupo de amigos que  vivían en El Puerto de Santa María (Cádiz), solían ir a caballo en días festivos hasta la Dehesa de La Algaida, ubicada a la derecha antes de llegar a Puerto  Real, donde hacían lo mismo que los venezolanos aficionados con el ganado palurdo allí existente.

                                                           

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