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LA GACETILLA TAURINA |
Nº 55 - 15 Noviembre 2006 (Textos originales del Dr. en veterinaria D. Juan J. Zaldivar) |
Cuando el toreo era una cacería. |
Faltaban muchos años para que llegara el ocaso del siglo XV y en todas las ciudades de España se veía el mismo espectáculo, lo mismo que América a raíz de la conquista. ¿Y qué se veía? –Un grupo de jinetes, de las más diversas edades, acompañados por perros de presas salían a los campos cercanos a las poblaciones rurales a la búsqueda de reses bravas, y tan pronto las localizaban las rodeaban y soltaban sus perros, preferentemente alanos acollerados“… los cuales acosaban y sujetaban a los toros, mordiéndoles con saña por los más diversas regiones de su cuerpo, hasta dejarlos prácticamente despedazados. Esa era entonces la fiesta-cacería de toros. Lo peor es que los perros, encolerizados hasta límites poco imaginables, acosaban, sujetaban y despedazaban a reses de todas las edades. Terminada la Reconquista de la Península Ibérica, aparece un nuevo eslabón evolutivo, ya que tanto en “España y Portugal los ganados no están en las casas, sino que sus dueños les ponen una señal –es la primera cita que ya en 1466 se hace del herradero del ganado- y pastan libres en las selvas y en los desiertos; no se hace aquí –se refiere a Castilla- queso ni manteca, y los naturales no saben lo que son estas cosas; en lugar de manteca, usan aceite, de que hay gran abundancia. Por lo demás, en los días festivos tienen gran recreación con los toros, para lo cual cogen dos o tres de una manada y los introducen sigilosamente en la ciudad, los encierran en las plazas, y hombres a caballo los acosan y les clavan aguijones para enfurecerlos y obligarlos a arremeter a cualquier objeto; cuando el toro está ya muy fatigado y lleno de saetas –es esta una de las primeras referencias, antecedente de las banderillas-, sueltan dos o tres perros, que muerden al toro en las orejas –también en las patas y el rabo- sujetándolo con fuerza; los perros aprietan tan recio que no sueltan el bocado si no les abren la boca con un hierro… al igual que los cerdos pécaris americanos. La carne de estos toros no se vende a los de la ciudad, sino a la gente del campo; en esta fiesta murió un caballo y un hombre, y salieron, además, dos estropeados.” Al borde de la Edad Moderna, el Sultán Mahomed V, para solemnizar el nacimiento y circuncisión de uno de sus hijos, envió a sus servidores que trajeran toros muy bravos, para que en la Tabla fueran acometidos por perros feroces -de la tierra de Allen- que les mordieran en las orejas y belfos, y ya quebrantados los toros, los nobles pudieran acosarlos y lidiarlos… y de los chulos de a pie, los agarraban por los cuernos y derribaban. Una cosa está clara, nuestro insigne poeta, polígrafo y político español Francisco de Quevedo (1580-1645), en su Epístola censoria al conde-duque de Olivares, refiriéndose al uso de la capa le dice: «Jineta y cañas son contagio moro, restitúyanse justas y torneos, y hagan paces las capas con el toro.» Quería decir que los nobles deberían aceptar el arte de torear con la capa de los plebeyos, recordando también que el arte de la caballería tenía también origen árabe. Por eso, San Ataúlfo hizo lo que tenía que hacer: coger el toro por los cuernos, como debe hacer cualquier cristiano o musulmán todos los días para vencer los problemas que se les presentan. Si los toros no tuviesen cuernos, nadie sabe lo que hubiese podido hacer el Santo, porque a los toros se les puede dar, delante de sus narices, el salto de la rana, pero no es ético abrazarlos y menos morderlos, porque esto se deja para los perros alanos; ni existirían las corridas, ni la Literatura, y menos el pueblo mondo y lirondo, contaría con la expresión o el término más usado desde hace muchos siglos. Y si los hombres hemos llevado los cuernos hasta la Luna ¿hasta dónde no seríamos capaces de colocarlos? Los toros y los nórdicos lo tienen muy claro: los cuernos deben colocarse en la cabeza. Los hispanos preferimos tenerlos en nuestro vocabulario. Y así, oímos decir, vete al cuerno, y colocárselos, ya en plural, a cualquier vecino. San Ataúlfo sabía que sujetando los cuernos el milagro quedaba consumado. (1)Leon de Rosmithal, “Viajes por España” (1466).
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casemo - 2004